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ANÁLISIS: Los sembradores de iglesias en Venezuela ven la oportunidad en medio de la crisis

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BOGOTÁ, Colombia (BP) — Mientras deambulaba por un mercado de artesanías en Bogotá, Colombia, comencé a conversar con un vendedor que me preguntó por qué estaba visitando su país. Acababa de regresar de una visita de cuatro días a Cúcuta, una comunidad en la frontera de Colombia con Venezuela donde fui testigo del triste peregrinaje de miles de personas que abandonaban Venezuela debido a la desesperación y el hambre.

Cuando le dije lo anterior, su cara se convirtió en una máscara de aflicción.

“Es horrible lo que está pasando,” dijo, “Son nuestros hermanos.”

El vendedor no se dio cuenta, pero él estaba siendo el eco del mismo sentimiento comunicado por todas las personas que conocí en Colombia. El lazo entre los países es fuerte. Raíces, gobernantes e historia compartidas han creado esta hermandad. La guerra y el dolor la han forjado en el fuego de la adversidad.

Una historia de trauma compartida

Alex, el hombre que fue mi chofer en Cúcuta, es la personificación de este lazo familiar. Creció en una Colombia que era violenta e inestable debido a los carteles de drogas y la guerrilla. En las décadas de 1970 y 1980, millones de colombianos huyeron del país destrozado por la guerra y se dirigieron a Venezuela, que estaba experimentando una bonanza gracias al petróleo. Hace casi 20 años, Alex se unió al gentío desesperado que buscaba un hogar estable y un futuro en el país vecino.

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Sin embargo, hace tres años, se vio forzado a hacer el mismo viaje, pero ahora en reversa, casi por las mismas razones. Lo obligó la deteriorada economía venezolana y el aumento del crimen. En el 2017 se calculaba que el número de venezolanos abandonando el país era de 1.1 millones. Un año después se cree que éste ha aumentado dramáticamente.

Pero ya que muchos son obreros indocumentados, es difícil saber el tamaño exacto de la diáspora. Según Alex, se acercan a los dos millones, y muchos de quienes están huyendo a Colombia son hijos y nietos de aquellos que llegaron a Venezuela hace unas décadas como inmigrantes desesperados.

Este ir y venir entre estos dos países es claramente visible en el Puente Simón Bolívar, una autopista que ve mayormente tráfico a pie estos días, debido a la falta de automóviles y la escasez de combustible. Los viajeros cargan varias maletas con sus amadas posesiones y llevan puesto un inconfundible semblante de miedo y determinación.
“No tenemos comida. No tenemos medicina. No tenemos transporte. Los venezolanos nos estamos poniendo cada día más flacos,” dijo una de las viajeras llamada María.

Un mensaje de esperanza compartido

Pero aquellos regresando a Colombia no sólo traen estómagos y bolsillos vacíos. También traen una profunda dependencia de Dios y un deseo de compartir el Evangelio.

Irónicamente, cuando los colombianos huyeron a Venezuela hace algunas décadas, también se llevaron el Evangelio con ellos y las iglesias venezolanas tradicionalmente muertas comenzaron a florecer. Se dice que desde el año 2000, la cantidad de iglesias en Venezuela ha aumentado 300 por ciento.

“Estábamos sembrando 100 iglesias cada nueve años, pero después del 2000, veíamos 100 iglesias sembradas cada tres años,” dijo Theo Starr*, un sembrador de iglesias veterano que ha trabajado 27 años en Venezuela con la Junta de Misiones Internacionales.
También hubo un rápido aumento en la cantidad de personas llamadas a servir en el ministerio multicultural. En el 2000, los compañeros venezolanos de Starr organizaron una conferencia misionera y asistieron ocho personas. El siguiente año, tan sólo con anunciarse de boca en boca, vinieron 100 personas. Al año siguiente, la asistencia fue de 350.

Ahora es la iglesia colombiana la que necesita reavivamiento, y puede ser que los venezolanos que regresan sean los catalizadores.

Alex, mi chofer, se hizo cristiano en Venezuela y ahora se ve como un misionero de vuelta en Colombia. Desde su llegada hace tres años, ha estado involucrado activamente en el ministerio y buscando sembrar una iglesia nueva. Compara lo que está pasando en ambos países con el Salmo 126:6, “Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas.”

Para personas como Alex, este versículo tiene dos capas en su significado.

Aunque se van, llorando, esperan regresar un día con retoños de gozo por lo que Dios ha logrado. Y en segundo lugar, Alex ve la manera en que Dios hizo lo mismo cuando los creyentes tuvieron de abandonar Colombia hace años.

“Se está cumpliendo en Venezuela ahora: el Evangelio fue sembrado con lágrimas de los colombianos que tuvieron que dejar su país y ahora la cosecha en Venezuela es grande,” dijo.

Un viaje compartido

César y Neida son plantadores de iglesias venezolanos que vinieron a Colombia porque simplemente ya no se podía vivir en Venezuela, según su opinión. Aunque vinieron con la mentalidad de subsistir, la gran necesidad y la receptividad de los venezolanos en Colombia proveyó una puerta abierta para comenzar una nueva iglesia.

Neida describió su deseo de ayudar a su gente usando la palabra acompañar — caminar al lado de alguien, dar apoyo y ánimo, y ayudarle a dar el siguiente paso.

Sin importar cuanto tiempo puedan quedarse, César y Neida están usando su tiempo en Colombia para hacer lo anterior. Están canalizando lo poco que tienen hacia la gente en Venezuela, y están ayudando a los venezolanos que son nuevos solicitantes de asilo en Colombia.

Aunque el flujo de gente ha causado un estrago en la economía colombiana, gracias al pasado compartido y su sentimiento de hermandad, muchos están participando con una empatía aguda por lo que se siente vivir en tiempos invivibles.

Esto es precisamente lo que Theo y su esposa Mónica* intentan demostrar a diario. Ya sea comprando medicinas, canalizando paquetes de alimentos, o solamente sentándose a llorar con alguien, su deseo es que el pueblo venezolano sepa que no están solos. Según Mónica, los venezolanos le han dicho “Nos sentimos acompañados por la JMI. Sabemos que están orando por nosotros.”

“Eso es lo más importante para ellos. Incluso más que alimentos y dinero — saber que no han sido olvidados y que estamos a su lado,” dijo Mónica.

Para obtener más información sobre las maneras en que puede ayudar a los sembradores de iglesias en Colombia y Venezuela, visite https://www.gobgr.org/projects/venezuela-response/.

Puede leer más historias sobre este tema en imb.org [3].

*Pseudónimos.