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Breve secuestro motiva la atención de adolescente hacia la gente lastimada


GUATEMALA CITY (BP) — Bethani Thomas abrió el portón para que su mamá pudiera entrar con el carro hasta la entrada de la casa de huéspedes. De repente, se dio cuenta que una pistola le apuntaba a la cabeza.

Su mama, la misionera Karen Thomas de la Junta de Misiones Internacionales, gritó desde el asiento del conductor mientras se peleaba con otro asaltante que trataba de robar el carro. Bethani, entonces de 13 años, se dirigió rápidamente al vehículo tratando de ayudar.

“Mamá, todo va estar bien. Dios está con nosotras,” dijo Bethani mientras bregaba dentro del vehículo con el pistolero a la caza.

Cuando Karen trataba de deshacerse del roba autos, este la empujó fuera del carro. Con Bethani adentro, los maleantes se escaparon mientras Karen cayó en el concreto.

“¡Tienen a mi hija!” gritaba Karen.

Mientras el carro corría velozmente en la noche de la Ciudad de Guatemala, dos lecciones bíblicas saltaron a la mente de Bethani.

“Pablo y Job. Ellos no tenían nada, y, aun así, alababan a Dios,” relató Bethani. “Esas [historias] fueron un verdadero consuelo. Comencé a orar y a cantar.”

Bethani escuchó con atención la conversación de los roba autos. Eran primos. El conductor estaba nervioso. El otro primo había sido enganchado en el crimen mientras estaba de visita desde New York. Él quería que la situación no pasara a más.

Luchando para estar calmada, Bethani insistía en que el neoyorkino dejara de maldecir, e inclusive lo reprendió por su involucramiento en el robo del auto.

Mientras tanto, Karen y su esposo Jeff recordaron que el teléfono de Karen estaba en la cartera en el carro. Jeff marcó el número y el conductor contestó.

Jeff pidió hablar con Bethani. El roba carros se rehusó pero brevemente acercó el teléfono a la cara de ella.

“Papá, ¡te amo!” gritó Bethani.

El hecho sobrecogió a Jeff: “Estas podrían ser las últimas palabras que le escuchara a ella.”

Jeff finalmente convenció al conductor para que liberara a Bethani. Al cabo de una hora, el primo la dejó, ilesa, al lado de una calle principal. Ella cruzó varios carriles de tráfico y caminó hacia un restaurant de comida rápida.

Pero su pesadilla no había terminado.

“¡Ellos se llevaron mi carro! ¡Fui secuestrada!” Le dijo al guarda de la entrada del restaurante.

El guarda no le creyó y rehusó dejarla usar el teléfono para que llamara a sus padres.

Los comensales adentro del restaurante la miraban de reojo.

“¿A nadie le importa?” pensó ella. “¿Nadie ve lo que está pasando — esto tan enorme que está sucediendo en mi vida?”

Bethani vio a un hombre que estaba cerca hablando por teléfono. Él terminó su llamada con un “Dios te bendiga.”

El hombre la vio y le preguntó si estaba bien. Bethani le dijo lo que había pasado.

“¿Qué puedo hacer?” preguntó él.

El hombre, un pastor, ayudó a Bethani a llamar a su papá. “Papá, este es un buen hombre,” comenzó diciendo Bethani.

Más tarde cuando ella estaba reunida con su familia, “la primera cosa que vi fue a papá tratando de correr hacia mí,” lo cual era especialmente conmovedor ya que su padre tiene atrofia muscular y le cuesta caminar — más aun correr.

Bethani se conmovió, también, cuando llegó de vuelta a la casa de huéspedes donde su familia se estaba quedando mientras visitaba Ciudad de Guatemala, casi todos los misioneros de IMB en la ciudad se habían reunido allí.

Esa noche “la familia de la misión se convirtió en mi familia,” dijo Bethani.

Bethani no sufrió de pesadillas ni se volvió temerosa a continuación de la dura experiencia. En vez de eso, comenzó a preocuparse por la seguridad de los extranjeros. El trauma de haber sido mantenida cautiva en público sin que nadie la “viera” encendió en ella una híper vigilancia por la gente que transitaba por la calle.

En las intersecciones, Bethani miraba adentro de otros carros tratando de discernir la seguridad de los pasajeros. “¿Tiene ella problemas? ¿Puedo ayudarla?” Se preguntaba.

Con el tiempo, esa vigilancia floreció en un don. Hoy en día, Bethani tiene una notable capacidad de “ver” a otras personas y entonces intervenir en sus vidas, según dicen su familia y amigos.

Por ejemplo, después de que Bethani leyó una historia sobre el tráfico de sexo, estudió el problema mientras hacía una asignación de la escuela. Ella descubrió un burdel en el pueblo guatemalteco donde su familia vive y ministra a la etnia maya, los pokomchi, en las montañas cercanas.

Queriendo alcanzar a las prostitutas, Bethani convenció a una amiga y a la mamá de la amiga a ayudar. Les llevaron provisiones a las chicas y pudieron hablar con ellas cuando los supervisores no estaban. Inclusive invitaron a las chicas a almorzar.

Bethani cuidadosamente observó a las prostitutas y descubrió que “ellas eran casi compañeras. Eran solamente chicas. Somos iguales. Solamente tenemos vidas diferentes.”

Bethani no dice que este alcance sea un ministerio. “Hicimos amistad con prostitutas,” dice simplemente.

Han pasado seis años desde el secuestro, y Bethani permanece agudamente consciente de lo que Dios le ha enseñado a través de esa prueba. Estudiante de primer año del Mississippi College en Clinton, Mississippi, continúa usando las lecciones de la Biblia que sus padres le inculcaron desde la niñez.

En vez de ser parte de un grupo selecto, ella busca a los solitarios para hacer amistad, especialmente a estudiantes internacionales en el campus.

“Soy una persona muy observadora. Es algo que proviene de Dios,” dice Bethani. Constantemente se pregunta: “¿Hay alguien por aquí que necesita alguna clase de ayuda?”
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Jennifer Waldrep es misionera de la Junta de Misiones Internacionales en Perú.

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  • Por Jennifer Waldrep