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EDITORIAL: Ahora te toca a ti

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FORT MYERS, Fla. (BP) — Me gustan mucho los episodios del comediante inglés “Mr. Bean” que, para mí, es una especie de versión moderna de Charles Chaplin. En particular, hay un episodio en el que este personaje va a saltar desde un trampolín, pero al ver a un joven ir al trampolín intermedio, decide seguir hasta alcanzar el nivel más alto.

Llega corriendo al borde de la tabla de lanzamiento, pero al mirar hacia abajo, olvida que es su turno y se niega a lanzarse a la piscina desde esa altura, y al mirar hacia los jóvenes que lo siguen, estos le dicen: ¡Es tu turno!

Muchas veces he comentado, que yo fui bautista del sur desde antes de nacer, porque mi madre iba a la iglesia cuando estaba en estado de gestación. Desde que recuerdo, siempre he ido a una iglesia bautista del sur, y siempre me he sentido muy orgulloso de ser bautista. De niño, en mi casa estábamos involucrados en todas las actividades de nuestra iglesia durante la semana. ¡Y eso no era negociable! Cualquier otra actividad, por importante que fuera, debía subordinarse a estas actividades que estaban priorizadas.

Mi padre era diácono y pastor laico en una misión de barrio, tal vez por eso, un año, cuando tenía 14 años, fui seleccionado como el “pastor de la Semana de la Juventud”. En realidad, no comprendí el alcance de la tarea hasta que me dijeron que tenía que predicar el domingo en la noche, que era cuando en la iglesia no cabía ni un alfiler y, dicho sea de paso, yo nunca había predicado antes. Al fin, durante toda la Semana de la Juventud pude manejar mis funciones “pastorales”, con la ayuda de mi pastor y mentor, el “Señor González” (Pbro. Moisés González que era el pastor de la Primera Iglesia Bautista, La Trinidad, de Santa Clara, en Cuba, en ese tiempo).

Aquel domingo en la noche, para concluir la Semana de la Juventud, llegó la “hora de la verdad”. Después de cantar los himnos congregacionales, se leyó la Biblia, se oró y el coro cantó un himno especial; y entonces, llegó mi turno. Me sentía como si me hubieran pegado con cola a la butaca en la que me encontraba sentado, en la plataforma de aquella amada iglesia, en la que no cabía una persona más. El pastor me miró muy serio, diciéndome con los ojos: ¡Es tu turno! ¡Ahora te toca a ti!

Esta es la imagen que me evoca 2 Timoteo 2:2. Pablo le está diciendo a Timoteo, su hijo espiritual: ¡Ahora es tu turno! ¡Timoteo, ahora te toca a ti! Y esta es en sí la clave del discipulado. Pablo usa una metáfora para presentar el proceso que, a pesar de ser complejo, es muy simple: Un maestro que enseña a otro maestro, quien a su vez enseña a otros maestros, quienes a su vez enseñarán a otros maestros, y así sucesivamente se irá ampliando, cada vez más, la cadena. Nuestro Señor Jesucristo inició el proceso enseñando a Sus discípulos, que luego enseñaron a otros y estos luego enseñaron a otros. Y este proceso se ha venido repitiendo, a lo largo de la historia de la iglesia, hasta nuestros días.

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¿A cuántos de tus maestros de la iglesia recuerdas? ¿Cuántos de los que has enseñado en la iglesia crees que te recuerdan? Y lo más importante, de todos aquello que has enseñado en las iglesias a lo largo de los años, ¿cuántos han enseñado a otros? Repitiendo la idea, el proceso es muy simple: un maestro que enseña y forma a otros maestros. Y estos, a su vez enseñan y forman a otros maestros que harán lo mismo.

No estoy revelando un secreto ni planteando algo nuevo. Esto es tan viejo como la instauración de la iglesia. La cadena de la enseñanza se remonta hasta nuestro Señor Jesucristo que, por ser Dios, es el Maestro por excelencia.

El dilema que se presenta hoy es el mismo que enfrentó Mr. Bean al llegar al borde de la tabla del trampolín y al volver la vista ver la fila de jóvenes que le decían que era su turno. ¡Ahora también es tu turno! ¡Hoy también es mi turno! No hay tiempo que perder, porque los días son malos.

Los apóstoles, algunos de ellos cerca del momento de ser martirizados, proclamaron el evangelio que habían recibido de Jesucristo a otros hombres fieles, entre los que se encontraba el joven Timoteo. Y ahora le tocaba a él enseñar a otros lo que había aprendido, para que esos enseñaran a otros.

Probablemente Pablo temía que su joven hijo espiritual pudiera llegar a un momento en el que decidiera abandonar el camino que había emprendido y tal vez, por eso antes que una crisis de esa naturaleza se presentara, le estaba diciendo: Timoteo, ni siquiera consideres esa posibilidad para seguir tus deseos. Sí, es verdad que vas a enfrentar momentos difíciles y muchas incomprensiones. Tal vez tengas que lidiar con gente malagradecida y hasta envidiosa, pero Timoteo, esta no es tu obra, es la obra de nuestro Señor Jesucristo, y no tenemos derecho a renunciar o descuidarnos hasta que Él no nos saque del juego, bien sea por la muerte o porque venga por nosotros. Simplemente Timoteo, no tenemos otra opción. No podemos ser el eslabón que rompa la cadena de los testigos fieles del Señor.

Pero no solamente es necesario seguir adelante a pesar de todas las dificultades que se pudieran presentar, sino que también tenemos que ayudar a otros más débiles para que no se detengan y sigan adelante. Y lo más importante es observar que Pablo le recuerda a Timoteo que preste atención a las cosas que ha aprendido de él, escuchándolo y ministrando con él en Éfeso. Y al igual que Timoteo, cada maestro, cada predicador, cada cristiano, está llamado a conservar la pureza y la integridad de la Palabra de Dios. No hemos sido llamados a ser payasos para entretener, hemos sido llamados a ser maestros para enseñar la Palabra de Dios sin alteraciones ni cambios.

Estamos viviendo días difíciles, pero si la iglesia hoy es débil, es porque los lideres son débiles. Y si la iglesia es fuerte, es porque sus líderes son fuertes. Y los líderes de las iglesias y los maestros solo pueden ser fuertes si están edificados cuidadosamente en la Palara de Dios pura y sin adornos. Cada uno de nosotros recibió la verdad de un hombre fiel que fue antes que nosotros y estamos obligados a preservar lo que aprendimos para que podamos pasarla adecuadamente a las próximas generaciones. En un sentido bien amplio, cada creyente tiene la responsabilidad de enseñar la Palabra de Dios a otros creyentes. Todos podemos y debemos aprender de los demás y a la vez, enseñar a los demás. ¡Ahora es tu turno, ahora te toca a ti!