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EDITORIAL: Cuando la adoración deshonra a Dios


NASHVILLE, Tenn. (BP)–Tal vez al leer el título usted experimentó la misma sensación que yo experimenté cuando vi un libro con este título. Este es un viejo problema que cada día parece hacerse de nuevo popular o ponerse de moda.

¿Recuerda cuando el apóstol Pablo le escribió a los cristianos de la iglesia en Corinto, porque cuando se reunían como iglesia no se diferenciaban del mundo? (1 Corintios 11:17-22). Hace unos días hablando con unos familiares, surgió el tema del testimonio cristiano que debemos dar, para mi sorpresa, ellos no veían algo de malo en hacer las mismas cosas que hacen las gentes del mundo. Entonces les pregunté: ¿Creen ustedes que los cristianos debemos ser diferentes? Y para mayor sorpresa mía, estaban de acuerdo en que teníamos que ser diferentes. ¿Cómo se puede ser diferente, haciendo las mismas cosas? ¿En qué consiste entonces la diferencia? ¿Cómo pueden los no creyentes saber, por nuestra actuación, que somos cristianos?

El apóstol Pablo les dijo a los cristianos de la iglesia de Roma, que evidentemente estaban bajo una gran presión social y una tremenda influencia cultural, que ellos no podían ser iguales a las gentes del mundo. Y llegó tan lejos, bajo la inspiración del Espíritu Santo, de decirles que no podían ni siquiera compartir la misma opinión que tenían los no creyentes. En Romanos 12:2 esto es lo que dice: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” Una paráfrasis sería: “No piensen igual que la gente del mundo…” No solo no hagan las cosas que hacen los del mundo, ni siquiera piensen como ellos piensan.

Parece como si hubiera una tendencia en los seres humanos a imitar lo que ven hacer a otros y a veces a repetir lo que oyen, sin analizar lo que se dice. Lamentablemente, la iglesia cristiana no está ajena a este problema. Yo nací y me crié en una iglesia bautista en la que el pastor que la inició permaneció por cincuenta y tres años como pastor. Comenzó con dos familias y cuando se jubiló, a los setenta y tres años de edad, la iglesia tenía más de 3,000 miembros y siete misiones que funcionaban como iglesias satélites. Yo no recuerdo jamás haber escuchado hablar o decir; “tenemos que crecer,” “estamos creciendo,” “tenemos que cambiar la estrategia” o “estamos trabajando a fulano.” El objetivo en nuestra iglesia era muy claro: “Ganar almas para Cristo” y la estrategia que se usaba era la Biblia, para convencer de pecado y para convertir en discípulos a los nuevos creyentes para darles la oportunidad de comenzar a servir al Señor, no un posiciones de “liderato” si no en lugares de servicio.

Me da la impresión de que viviendo en el país más desarrollado del mundo, los éxitos del mundo empresarial y los del mundo de los negocios, han animado a algunos a tratar de adaptar esos principios seculares al trabajo de la iglesia. Lo más preocupante es que haciendo eso, comienzan a medir la efectividad del ministerio basados en los números, tanto de asistencia como de recaudaciones, edificios, propiedades, etcétera; olvidando medir el crecimiento espiritual de los miembros de la congregación, que por cierto son los más difíciles de medir porque no basta con lo que se diga, sino que se tienen que ver los resultados y el fruto del Espíritu tiene que ser perceptible.

La creación de Dios es original, Él no copió algo de lo que hizo. Cada ser humano creado por Él es único y diferente. Tal vez Pablo también tuviera esto en su mente cuando escribió a los cristianos de la iglesia de Éfeso: “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados”. Ese es nuestro modelo, ese debe ser nuestro patrón. No nos dejemos arrastrar por la tentación de seguir la corriente. Debemos abrir bien los ojos, sobre todo cuando vemos que otros cristianos u otras iglesias hacen cosas que aparentemente son “beneficiosas.” En esos casos, de manera especial, debemos aplicar el lente de las Escrituras para verificar la validez de lo que se hace.

Si dudas, vivimos días en los que en muchos lugares, la adoración que se ofrece lo que hace es deshonrar a Dios. Déjeme usar un ejemplo, sin que mi intención sea hacer un análisis crítico del asunto. La revista Time (Vol. 176, No. 10) publicó hace dos semanas un artículo titulado “Interfaith U” en el que se habla de la reciente decisión del Claremont School of Theology de California, que es la única universidad metodista situada al oeste de la ciudad de Denver, de crear, con “un gran espíritu empresarial,” las facultades de Islamismo y Judaísmo, a fin de lograr aumentar la matrícula de la institución y convertir a la misma en un “negocio rentable.”

Claremont había estado enfrentado una situación financiera desfavorable debido a la baja matrícula, por lo que su presidente decidió asociarse con el Academy for Jewish Religion de California y el Islamic Center of Southern California. Pero Cleremont no se detuvo ahí, ahora está buscando formar una alianza con un centro Budista y con otro Hindú. Es decir, que bajo un mismo techo de una escuela de teología “Cristiana,” se van a educar líderes religiosos de cinco creencias diferentes.

Para los que como yo, estudiamos en un seminario, nos resulta difícil imaginar esta situación. ¿Puede tener una idea de lo que esto significa? ¿Se imagina estar sentado en el comedor, compartiendo su mesa a la hora del almuerzo con un rabino y un imán? Y como era de esperar, otras dos escuelas de teología han seguido el ejemplo de Claremont: El Andover Newton de Boston y el Meadville Lombard de Chicago.

Lo primero que viene a mi mente es preguntarme; ¿qué está pasando? ¿Es para estas instituciones la educación teológica es un negocio? ¿Es que para algunos la religión se ha convertido en un negocio? ¿Qué motivación tienen los que van a preparase a estas instituciones? ¿Van al ministerio buscando trabajar poco o para servir a Dios? ¿Qué modelo estamos siguiendo los cristianos? ¿Vamos a hacer las cosas al estilo de Jesucristo o al estilo de las compañías que ganan millones? ¿A quién seguimos nosotros?

Tal vez sea tiempo de que nos cuestionemos el modelo que estamos tratando de imitar, en cada cosa que hacemos, y en cada aspecto de nuestra vida cristiana. Varios amigos pastores han leído el libro “Radical” de David Platt y han decidido pedirle a todos los miembros de sus congregaciones que lean ese libro para después reunirse para reconsiderar lo que están haciendo como iglesia. Pienso que este es un buen comienzo. Estoy convencido de que los días que vivimos son malos. El secularismo y las ideas postmodernistas se han infiltrado en medio de nosotros y han alterado muchas cosas al igual que ocurrió cundo el llamado movimiento modernista invadió a las iglesias cristianas hace ya muchas décadas.

Pero, nada de esto es nuevo. En los días de Pablo, cosas semejantes y hasta peores, estaban de moda. Entonces el apóstol, sin temor, las enfrentó decididamente exhortando constantemente a seguir el ejemplo de Cristo. Y nosotros, ¿qué estamos haciendo nosotros? ¿Nos hemos adaptado tanto a lo mal hecho que ya no nos llama la atención? ¿Cuál es nuestro propósito en lo que hacemos para el Señor? ¿Qué estamos buscando? ¿Estamos honrando o deshonrando a Dios con nuestra adoración diaria?
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Óscar J. Fernández es el Editorial Project Leader para Leadership and Adult Publishing, en LifeWay Christian Resources en Nashville, TN, es además escritor independiente y estudioso de la Biblia. Su blog http://estudiandolabibliaconoscar.blogspot.com tiene seguidores de 20 países hispanos.

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