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EDITORIAL: Dejando un legado a la medida de Cristo


SAN ANTONIO, Texas (BP)–En días recientes el gobierno ha usado mensajes de servicio público para pedir que demos servicio voluntario a la comunidad. La intención es inspirarnos a dejar nuestra propia marca, como Neil Armstrong, quien dejó su pisada en la Luna, o Martin Luther King, quien dio voz al anhelo por los derechos civiles de las minorías en los Estados Unidos Americanos. El mensaje no podría ser más claro: todos podemos hacer una diferencia para bien en nuestra sociedad si tomamos el paso para hacerlo. Pero, ¿es siempre el caso que nuestros hechos resultan en el bien?

Nada demuestra el impacto que una sola persona puede tener más dramáticamente que Cristóbal Colón (1451-1506) y su viaje náutico en búsqueda de las Indias Orientales en 1492. Cruzando el Atlántico en tres carabelas—la Niña, la Pinta y la Santa María—que desplazaban menos de trescientas toneladas juntas, Colón llego a la isla de Guanajay, renombrándola San Salvador y puso en movimiento algo fuera de toda proporción al tonelaje de sus tres naves. Colón, genovés, introdujo al supuesto “Nuevo Mundo,” la filosofía y religión del “Viejo Mundo” medioeval europeo y español, lo cual afecto el perfil cultural y religioso que America Latina vive y celebra hasta el día de hoy. Pero eso solo fue posible como remplazo de lo anterior. Equivocado y pensando haber encontrado la ruta al oriente, Colón no se detuvo de nombrar los aborígenes “indios” y así marginalizar las culturas nativas del hemisferio occidental. Leopoldo Zea, filosofo mejicano, lamenta: “Las mentes europeas que se han acercado a America (America Latina) no han podido ver en ella otra cosa que primitivismo.” No cabe duda que Colón pensó de manera similar. En vez de entender y reconocer el valor inherente de las culturas que encontraba, las vio como pueblos por conquistar para la gloria de la fe Católica Romana y el engrandecimiento de España.

Hoy en día Cristóbal Colón es celebrado por su descubrimiento de las Américas, pero su legado también tiene sus detractores. En los años 90, americanos nativos usaron el quingentésimo aniversario de ese viaje histórico acusando a Colón de causar la eventual destrucción de las culturas precolombinas y hoy no podemos negar los episodios obscuros de la Conquista. Colón representa tanto lo bueno como lo malo del descubrimiento de las Américas, lo cual nos da bastante en qué pensar.

El impacto innegable de toda persona nos insta pensar con seriedad sobre la huella que nosotros dejamos en las vidas de otros. El profeta Isaías oyó el llamado de Dios que decía: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?” y respondió: “Heme aquí, envíame a mí” (Isaías 6:8). El llamado era para el beneficio del pueblo rebelde, pero no sin sus dificultades personales para el profeta. Sobre todo, Isaías tenía que entender que, aun en la rebeldía, Dios apreciaba al pueblo. Muchos, imperiosos por su llamado, han malentendido el llamado como si se tratara de ellos sobre todas las cosas. Nada podría ser más ajeno a la mente de Dios. Cuando nos envanecemos, surge la tendencia de ver a nuestros semejantes como utensilios para nuestro propio avance. El llamado de Isaías tenía más que ver con lo que Dios quería hacer en el pueblo: llamarlos al arrepentimiento, y nosotros debemos aprender esa misma lección.

El servicio verdadero debe ser desinteresado, algo que es difícil de mantener bajo control. El padre del muchacho que exclamó: “Creo; ayuda mi incredulidad” (Marcos 9:24), trajo a la luz este desafío personal. Si aun la fe puede ser restringida por la incredulidad, nuestro altruismo puede ser afectado por el narcisismo. Debemos ver por el bien que Dios quiere hacer y a la vez mantener nuestro propio egoísmo bajo el señorío de su Espíritu. La verdad es que somos llamados como embajadores de Cristo para reflejar el carácter del que representamos; algo más que eso tiende corromper el mensaje.

Como para enfatizar la seriedad de esto enseguida note el contraste entre el tonelaje de un portaviones moderno, con el tonelaje de las naves de Colón, la Niña, la Pinta y la Santa María.

La comparación es justa pues el portaviones es un símbolo de los Estados Unidos Americanos para proyectar su fuerza y sus valores a través del mundo, y las tres naves simbolizan la proyección de la cultura hispana y latina en las Américas. ¿Qué nave tiene más impacto en su contexto total? Al fin de todo, podemos ver que el tamaño proporcional no tiene nada que ver con el impacto duradero. Ahora, hágase usted la pregunta: ¿Qué clase de legado dejaré en las vidas que Dios me permita tocar? Soy sólo una persona, pero en Cristo, puedo dejar un legado que dure por generaciones.
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Rudolph D. González es el decano de la Southwestern Baptist Theological Seminary William R. Marshall Center for Theological Studies, San Antonio, Texas. Estudios hispanos, Southwestern Baptist Theological Seminary: http://www.swbts.edu/hispanicstudies/sp/.

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