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EDITORIAL: El racismo y la iglesia

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SPRINGFIELD, Tenn. (BP) — Escribo estas líneas después de haber regresado de la ciudad de St. Louis y participar de la reunión anual de nuestra convención en el mes de junio. La aprobación de la resolución histórica de la CBS de repudiar la exhibición de la bandera de la confederación es en mi opinión uno de los indicativos más claros que nuestra convención está cambiando y que hay un avance en la reconciliación racial en medio de su iglesia. Aunque para muchos este puede ser mínimo y simbólico, la exhortación misma de animar a los creyentes a descontinuar el uso de esta bandera como señal de solidaridad del cuerpo completo de Cristo, es un indicativo de que las cosas pueden cambiar en el largo proceso de la reconciliación racial en nuestro país.

Estoy contento por dicha resolución porque refleja nuestra creencia que el evangelio lo cambia todo, incluso nuestra manera de pensar y actuar hacia otros. Aunque la reconciliación racial es un tema muy sensible hoy en día, este debe ser uno que la iglesia debe abrazar y abordar porque en el evangelio no solo encontramos esperanza pero la respuesta para ello.

En una cultura abarrotada de conflictos diferentes, el creyente debe reconocer que todos hemos sido creados a la semejanza de Dios. La iglesia cristiana debe levantar la bandera de la dignidad de la imagen de Dios en cada persona independientemente del color de su piel. La realidad es que el racismo degrada la imagen de Dios en cada individuo. El evangelio es para todas las personas y etnias. Gálatas 3:28. La posible idea de una etnia superior es un atentado contra la justificación de Cristo en su palabra. Para Dios y su iglesia, no hay persona ordinaria. Cada individuo lleva enclavado en sí mismo la imagen de Dios. Así lo enseña la Biblia. El plan de redención nos incluye a todos. Una perspectiva bíblica del mundo tiene que ser multiétnica si ha de basarse en las Sagradas Escrituras.

Si ha de haber una reconciliación racial en nuestra nación, esta debe comenzar en la iglesia. No puede decretarse desde Washington. Tampoco puede ser legislada por el congreso o dictaminada por la Corte Suprema. Debe iniciar con la actitud y la determinación de ver a cada individuo como una criatura de Dios. La mente humana juega muchos juegos sucios y fraudulentos. Esta alimenta los estereotipos y crea prejuicios. Ya sea de Latinos, afroamericanos, asiáticos o anglos, nuestra mente debe ser renovada con la mente de Cristo. Es por ello que no podemos negar este pecado o tratar de ocultar el sol con un dedo diciendo que el racismo no existe. Si no existe hoy, concuerdo con mi hermano Thabiti Anyabwile, al decir que “este sería el primer pecado producido por la caída del hombre que fue completamente curado sin el evangelio. Si el racismo no existe, sería la única forma de alineación de la Caída que ha desaparecido en el curso de la historia humana.”

Esta es parte de la razón por la que predicamos el evangelio. El hombre se ha apartado y desviado de los caminos de Dios. Cristo nos ha reconciliado con Él y nos ha dado el ministerio de la reconciliación. No podemos dejar que el miedo nos reduzca a la timidez de callarnos, ignorar el problema o no abordar el tema como hijos de Dios. Marcos 12:28-31.

La verdadera reconciliación racial empieza con el entendimiento de nuestra relación con Dios y con nosotros mismos. Implica abrazar la realidad de que la familia de Dios es una familia diversa, de muchos colores y de todas las etnias. El reino de Dios se beneficia mucho de esta pluralidad. Así debe ser el cielo.

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Necesitamos entender que parte de la soberanía de Dios se ve manifestada en la edificación de un cuerpo con diferentes dones, tonos de piel y experiencias. Ayudar a nuestras iglesias a crecer en nuestro entendimiento de otros grupos y no permanecer ignorantes es parte del trabajo del liderazgo.

Algunos hablan de enseñar a los creyentes a ser “ciegos de color”. Se refieren a mirar a las personas sin mirar el color de su piel. Entiendo su buena intención. Suena muy bonito, pero me resulta muy difícil hacerlo. Me atrevo a sugerir que en vez de cerrar los ojos o pretender estar ciego, los abramos y los abramos bien abiertos. Miremos la belleza de la creación de Dios y veamos en ella la diversidad de los colores que el Altísimo ha creado.

La fe en acción implica una mentalidad de reino que despliega la grandeza de Dios. Es la fe de un individuo que busca intencionalmente desarrollar y construir relaciones con personas de todos los trasfondos étnicos. Debemos edificar puentes, construir rampas y no muros. Es la fe de un creyente que se compromete a celebrar la imagen de Dios en cada individuo. Y es que el racismo continua haciendo estragos hoy. No me malentienda, hemos avanzado y mucho. Pero debemos seguir orando y conversando al respecto, aún cuando sea difícil hacerlo. La ignorancia o voltear la mirada hacia el otro lado no es una opción para el creyente.

Crecer a la semejanza de Cristo no es fácil. Tener un fundamento bíblico y una perspectiva del mundo de acuerdo a las Escrituras requiere esfuerzo y la entrega a Dios de nuestras agendas y preferencias. El poder del Espíritu Santo nos capacita para erradicar este pecado en nuestra vida y en nuestras congregaciones. Después de todo, este es el poder de la reconciliación del evangelio.

Al prepararnos para celebrar los 240 años de la independencia de nuestra nación, estamos agradecidos por la libertad que disfrutamos y los valiosos esfuerzos que se hacen para preservarla. Sin embargo, no podemos dejar de pensar que hay mucho camino por recorrer en el tema de la reconciliación racial en nuestras comunidades. En nuestra amada nación, más diversa que nunca, la respuesta está en los púlpitos y asientos de nuestras iglesias. ¡Feliz 4 de Julio!