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EDITORIAL: La fe y las obras siempre van juntas

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LA MIRADA, Calif. (BP) — Últimamente he escuchado con bastante frecuencia a muchos líderes cristianos afirmar que la fe en Cristo es lo más importante de todo y que todo lo demás es secundario. De varias maneras ellos afirman que la salvación o lo espiritual es más importante que lo terrenal o social.

De acuerdo a este racionamiento, la función principal de los cristianos es proclamar el mensaje de salvación espiritual a través de Jesucristo sin perder el tiempo por acciones sociales que nos pueden distraer de lo realmente importante. No es que lo social no tenga valor, sino que de acuerdo a esta forma de pensar no es lo esencial y puede servir como un distractor. Como un predicador recientemente afirmó: “si uno se preocupa por la justicia social, pero no comparte el evangelio, las personas a las que servimos de todas maneras se van a ir al infierno.”

Sin embargo, me parece que esta manera de pensar refleja una dicotomía falsa entre lo espiritual y lo terrenal. La fe y las obras no son enemigas, sino que siempre van juntas. Ambas son parte de la gracia de Dios en nuestras vidas y nunca se contradicen en los verdaderos creyentes. La gracia divina nos ofrece el perdón de nuestros pecados solamente por la fe en Cristo (Efesios 2:8-10). Este regalo no depende de nosotros y se recibe solamente por la fe. Las buenas obras que podamos hacer también son el resultado de la gracia divina quien produce en nosotros tanto el querer como el hacer por su buena voluntad (Fil. 2:13). Así que, la obra de Cristo en nuestras vidas incluye de manera inseparable tanto lo espiritual como la manifestación terrenal de nuestra fe. Tanto un evangelio espiritual sin acción terrenal como un evangelio social sin la fe en Cristo son incompletos y degradan la obra redentora de Cristo en el mundo.

Esta unión entre lo espiritual y lo terrenal es claramente explicada por el apóstol Santiago en la carta bíblica que lleva su nombre. En Santiago 2:14-26 la Palabra de Dios nos enseña nuestra fe en Cristo y nuestras acciones para servir a otros siempre deben de estar unidas de manera inseparable. No se puede afirmar que un área es más importante que la otra ya que deberían de ser áreas indivisibles en las que no se encuentra ninguna contradicción. La fe y las obras no pueden separarse como algunos sugieren ya una fe que no se manifiesta en buenas obras no es una fe verdadera. Lamentablemente existe la tendencia a enfatizar solamente la fe o las obras y de esta manera caemos en extremos equivocados como lo hizo Martín Lutero al menospreciar la carta a Santiago y relegarla a un apéndice en su traducción bíblica porque pensaba que la fe era más importante y Santiago no lo afirmaba como él pensaba. Irónicamente al querer ser bíblicos algunos como Lutero menosprecian el mensaje de las Escrituras que afirma el evangelio completo de Cristo.

Santiago no enseña un evangelio diferente al del apóstol Pablo en su carta a los Romanos por ejemplo. Santiago simplemente enfatiza que la fe y las obras son elementos inseparables de la obra salvífica de Cristo en nuestras vidas. Santiago nos advierte acerca de escondernos en una fe meramente teórica sin relevancia práctica. En este pasaje, Santiago empieza y concluye con la afirmación que la fe y las obras siempre están unidas y de tres ejemplos, uno cotidiano, uno teológico y uno práctico para apoyar su punto central.

Santiago 2:14 afirma lo siguiente: “Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno alegar que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe?” Santiago se refiere a creyentes y les pregunta si es posible afirmar tener una fe en Cristo sin mostrar buenas obras. Quizá algunos que querían seguir a Cristo estaban contentos con mantener su fe privada y alejada de cualquier responsabilidad social. Santiago enseña que esto es imposible y primero responde en los versículos 15-17 a las preguntas del versículo 14 con un ejemplo de la vida diaria para sus lectores:

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“Supongamos que un hermano o una hermana no tiene con qué vestirse y carece del alimento diario, y uno de ustedes le dice: ‘Que le vaya bien; abríguese y coma hasta saciarse,’ pero no le da lo necesario para el cuerpo. ¿De qué servirá eso? Así también la fe por sí sola, si no tiene obras, está muerta.”

Si los creyentes no ayudamos a otros a nuestro alrededor con necesidades físicas nuestra fe carece de significado. Santiago afirma que la fe sin obras está muerta. En los versículos 18-19 Santiago da ahora un ejemplo teológico para continuar explicando la relación entre la fe y las obras:

“Sin embargo, alguien dirá: ‘Tú tienes fe, y yo tengo obras.'”
“Pues bien, muéstrame tu fe sin las obras, y yo te mostraré la fe por mis obras. ¿Tú crees que hay un solo Dios? ¡Magnífico! También los demonios lo creen, y tiemblan.”

Aunque algunos pueden tomar partido entre la fe o las obras, la realidad es que ambas siempre están unidas. La fe no es solamente un ejercicio intelectual sino práctico. La fe no es meramente un conocimiento teológico ya que aun los demonios conocen a Dios, sino que la fe se manifiesta en nuestras acciones que reflejan el carácter de Dios. Los versículos 20-25 muestran dos ejemplos bíblicos sobre la relación inseparable entre la fe y las obras:

“¡Qué tonto eres! ¿Quieres convencerte de que la fe sin obras es estéril? ¿No fue declarado justo nuestro padre Abraham por lo que hizo cuando ofreció sobre el altar a su hijo Isaac? Ya lo ves: Su fe y sus obras actuaban conjuntamente, y su fe llegó a la perfección por las obras que hizo. Así se cumplió la Escritura que dice: ‘Le creyó Abraham a Dios, y esto se le tomó en cuenta como justicia,’ y fue llamado amigo de Dios. Como pueden ver, a una persona se la declara justa por las obras, y no solo por la fe. De igual manera, ¿no fue declarada justa por las obras aun la prostituta Rajab, cuando hospedó a los espías y les ayudó a huir por otro camino?”

Tanto en Abraham, el padre de la fe, como en Rajab podemos ver que su fe actuaba conjuntamente con sus obras. Evidentemente su fe en Dios originó y motivó sus acciones y no al revés. Pero no existe una brecha o jerarquía entre su fe y su accionar. La fe siempre es práctica. La ortodoxia (enseñanza correcta) debe siempre estar unidad a la ortopraxis (la práctica correcta).

Santiago concluye su argumento en el versículo 26 de esta manera: “Pues, como el cuerpo sin el espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.” Nuestra fe en Cristo y nuestras acciones en beneficio de los demás son partes indivisibles de la gracia de Dios en nuestras vidas. No podemos conocer a Dios si no le servimos y no podemos servir a Dios si no le conocemos. Cualquier inconsistencia entre el cristianismo que profesamos y nuestras acciones el resultado de un evangelio incompleto. Todo lo que somos es gracias a la gracia de Dios y nuestras acciones son la manera en la que también anunciamos el aroma de Cristo a todos a nuestro alrededor (2 Cor. 2:15).