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EDITORIAL: La vida nos trae sorpresas

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NASHVILLE, Tenn. (BP)–Tengo un amigo que me contó la siguiente historia. Se encontraba en medio de un trabajo que demandaba mucha concentración y tiempo y que debía ser realizado por un equipo de cuatro personas. A fin de conciliar parte del trabajo que él había hecho con otro miembro del equipo, se dirigió a la oficina de este. En medio del trabajo que hacía, alzó la vista y vio, en el librero de esta oficina, desafiante, retadora y hasta casi burlona una hermosa tasa de café de cristal azul con ribetes y monogramas dorados que mostraba las figuras del monumento de La Cibeles y la Puerta de Alcalá en la ciudad de Madrid, en España. Como él sabía que este compañero de trabajo que es norteamericano, lo más lejos que había llegado en toda su vida era hasta Montgomery en Alabama, a pesar de la presión por el trabajo que realizaba, mi amigo comenzó a hacer deducciones mentales a una gran velocidad.

No tenía dudas, aquella tasa la había comprado él el año anterior cuando pasó por Madrid. Seguramente esta era la tasa que él había perdido. Y como si fuera poco haberle “robado” su tasa, este señor tenía el gran descaro de exhibirla como “un trofeo de caza” en su librero. Indudablemente, esto era más de lo que se podía soportar. Su cólera iba en aumento y a medida que miraba más a la tasa, menos dudas él tenía. Claro que se trataba de la misma tasa que él había comprado en el Corte Inglés de Madrid. ¿Cómo es posible que pueda haber gente tan descarada? Se preguntaba. Y cuando ya la indignación le cortaba la respiración, sin esperar más, casi a gritos le preguntó a su compañero de trabajo: ¿A ver, de dónde sacaste esa tasa azul?

El aludido, sorprendido por la pregunta que no tenía algo que ver con lo que estaban analizando y un tanto asustado por el tono agresivo y casi violento de mi amigo, con mucha humildad le respondió: Esa hermosa tasa me la trajiste tú de regalo de tu viaje a España el año pasado…

¿Se puede imaginar la escena? Es evidente que una de las cosas más desagradables que existen es perder algo que uno aprecia. Esto tal vez justifique un poco el sentimiento que tenía mi amigo, aunque no justifica su acción. El problema es que los seres humanos somos muy dados a juzgar las acciones de los demás, y algunos, somos muy dados a reaccionar muy rápido, sin apenas pensar ni medir las consecuencias de lo que nuestras acciones o palabras puedan producir. Hay quienes, como este amigo, reaccionan y le van de frente a la otra persona, aunque estén equivocados. Desafortunadamente, hay otros que comienzan a hacer y propagar comentarios sobre un hecho que creen que es de una forma, aunque a lo mejor no es como piensan, como en el caso de la tasa de mi amigo. Otros asumen que alguien les ha ofendido, y sin ponerse a pensar antes, si realmente tienen razón en lo que piensan o sin llamar a la persona para aclarar la situación, se ponen a hablar mal del supuesto ofensor y a tratar de ver todos sus “defectos”.

Lo más trágico, es que algunas personas, oyen estos comentarios y en lugar de tratar de analizar con el “supuesto ofendido” para ayudarle, y servir como agentes “catalizadores” para solucionar el problema, lo que hacen es repetir la historia con una versión “ampliada y corregida”. A esto, en el pueblito donde yo nací, le llamaban “chisme”. Y a los propagadores de este tipo de historias, les llamaban “chismosos”. Y lo más feo es que en aquel pueblito, las paredes del templo de nuestra iglesia, eran incapaces de bloquear la entrada de ese tipo de comentarios. El diccionario de la RAE define así la palabra chisme: “Noticia verdadera o falsa, o comentario con que generalmente se pretende indisponer a unas personas con otras o lo que se murmura de alguna persona”.

Déjeme decirle, todo comienza con algo muy pequeño: ¡La lengua! En Santiago 3:5-6 se habla de sus efectos destructores. La lengua es como un timón que puede conducir la nave de nuestras vidas. Podemos ir en la dirección correcta o en la dirección errónea. Por lo general, hacemos lo que decimos o vivimos como hablamos. Podemos usar nuestra lengua para el bien o para el mal. En Proverbios 12:18-20, se nos ofrece una imagen de lo que sucede con la lengua “mentirosa”. ¿Y qué es el chisme si no, otra forma de mentira? La exageración, también es otra manera de mentir. Sin embargo, tal parece que no le prestáramos mucha atención a este tipo de “mentiras”.

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Es que la naturaleza de pecado que tenemos los seres humanos nos lleva a pensar y actuar, carnalmente de manera casi natural. Tenemos, por así decirlo, que hacer un esfuerzo para actuar según la voluntad de Dios. Es algo que tenemos que proponernos y esforzarnos en hacer. ¿Qué cree que pasaría en nuestras iglesias si cada vez que tuviéramos un mal pensamiento acerca de un líder o miembro de la congregación lo desecháramos, y contáramos algo bueno de esa persona a otros, en lugar de hablar mal de ella? ¿Qué pasaría entonces en nuestros barrios? ¿Qué sucedería en nuestros centros de trabajo? Tal vez hemos sido los propios cristianos los que hemos ayudado a crear una mala imagen de nuestra fe, por los comentarios negativos que podemos haber hecho de nuestros hermanos. Yo he experimentado esos efectos en mi vida y ministerio. Mis mayores detractores han sido otros cristianos. Mis críticos más feroces han sido otros hermanos. Cuando he sentido que alguien “envidiaba” lo que yo hacía… sí, adivinó, era alguien que se llamaba cristiano. Desafortunadamente, no siempre respondí como debía y muchas veces dejé que el hombre de pecado que mora en mí se enseñoreara. A golpes he aprendido que no nos podemos dejar llevar por las apariencias. No juzguemos a los demás y si abrimos nuestra boca, que nuestra lengua sirva para alabar a Dios y para hablar bien de nuestros hermanos y semejantes. No perdamos de vista que la vida nos puede traer sorpresas.
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Oscar J. Fernandez es el editor jefe de LifeWay Español para Adultos de Leadership & Adult Publishing, LifeWay Church Resources en Nashville, Tenn.