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EDITORIAL: Las tinieblas no son más oscuras, es que falta de luz

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NASHVILLE, Tenn. (BP)–Vivo en una pequeña ciudad al sur de Nashville en Tennessee. Este año hemos experimentado muchas cosas que hacían muchas decenas de años que no ocurrían. Tuvimos uno de los inviernos con más nieve que se recuerda en mucho tiempo. La primavera había sido una de las más secas de la historia y una de las más calientes. Justo el primer día del mes de mayo se abrieron las fuentes en las nubes y se ha roto el record de lluvia caída en un día que se había establecido hace cien años. Se cerraron algunas autopistas, fue necesario cancelar los servicios en casi todas las iglesias y los canales locales de televisión suspendieron toda la programación para poder dar constantemente la situación meteorológica que además de lluvia, trajo vientos de más de sesenta millas por hora y granizos de hasta dos pulgadas de diámetro sin olvidar las alertas de tornados que estuvieron vigentes por más de veinticuatro horas, variando de un lugar a otro del estado.

Justo el sábado salimos a cenar con unos amigos para celebrar su cumpleaños y unos cuantos restaurantes habían cerrado sus puertas a causa de la tormenta. Encontramos uno que estaba abierto, pero casi vacío. Al salir del restaurante me encontré con el joven que nos había atendido que estaba mirando al cielo para ver el espectáculo de los rayos que parecían fuegos artificiales y le preguntaba a uno de sus compañeros: ¿Qué está pasando? Casi al descuido le dije al oído: ¡Jesús está por llegar! Dando casi un salto me preguntó: ¿Usted cree? Y le respondí, yo estoy seguro que viene. Tal vez no sea esta noche, pero de seguro viene. Entonces con una sonrisa me dijo: Yo sabía que ustedes eran cristianos porque los vi orando en la mesa. Yo también soy cristiano.

En medio de la oscura noche que nos rodeaba, alumbrada de tanto en tanto por los relámpagos que iluminaban el cielo, pensé que el problema de la oscuridad en la que vive el mundo, no se debe a que las tinieblas sean más oscuras, sino a la falta de luz que proyectamos los cristianos. Es verdad que muchos cambios climáticos y ambientales se están produciendo, pero el pecado hoy, no es mayor que el que había en los tiempos de Jesús. El corazón de los hombres de hoy no es más perverso que el corazón de la gente en la era apostólica. El rechazo al evangelio hoy, no es mayor que el que había en los días de la iglesia del primer siglo. ¿Recuerda que los cristianos eran echados a las fieras? ¡El desprecio a nuestra fe, no es peor de lo que era entonces! ¿Era entonces la incredulidad de los hombres mayor que hoy día? ¿Por qué los cristianos se dejaban matar por no negar su fe? ¿Qué hizo que los cristianos del primer siglo fueran lo que fueron?

Por más que he buscado en el Nuevo Testamento la clave o la fórmula que yo pudiera aplicar para lograr los efectos que produjo la iglesia de Jerusalén en el mundo de sus días, no encuentro algo como tal. Lo que encuentro es muy sencillo pero muy difícil de lograr. Encuentro gente transformada por el poder del Espíritu Santo. Gente dispuesta a negarse a sí mismos para seguir en pos del Maestro. Personas que renunciaron a su individualidad para seguir las enseñanzas de los apóstoles. Gente humilde o educada, pobres o ricos, hombres y mujeres que olvidando lo que habían sido comenzaban a ser lo que Jesucristo quería que fueran.

Venían a reunirse y estaban unánimes, esto quiere decir que buscaban, por acuerdo común, primeramente el reino de Dios y su justicia y no quién era el que iba a controlar, mandar o dirigir. El asunto no era ver cuántas nuevas personas se iban a unir al grupo, sino cuántas almas se iban a añadir al reino de Dios. Aquella gente vivía lo que decía y el evangelio se esparció por el mundo como una epidemia. Los que veían el cambio operado en las personas que habían conocido antes, reconocían que alguna fuerza desconocida había operado aquel cambio y querían conocer y experimentar lo mismo.

Con dolor tengo que reconocer que hoy día no ocurre lo mismo. Yo no vi algo en el joven que atendió a nuestra mesa que me hiciera pensar que era cristiano. Él, a no ser que nos vio orar, a lo mejor tampoco observó alguna cosa diferencia entre nosotros y el resto de los presentes. Es que tenemos que reconocer que la luz que proyectamos es muy débil y por eso, parece que las tinieblas son más oscuras a nuestro alrededor. Es cierto que estamos viviendo en una época difícil, pero Jesús nunca prometió que viviríamos en una época fácil. No deja de ser verdad que el pecado de los hombres parece inundar la tierra, pero cuando el pecado abundó, dice la Escritura, que sobreabundó la Gracia. Las promesas de Dios no han pasado de moda y su llamado sigue vigente y actual.

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En medio de la oscuridad que nos rodea, debemos brillar. Esta es una decisión que debemos tomar y no una consecuencia que se produce de forma espontánea. Debemos vivir con la intención y la decisión de ser una luz que alumbre y refleje a nuestro Rey y Señor para que los que están en las tinieblas, puedan venir a la Luz Admirable. Si cada uno de nosotros se propusiera firmemente comenzar a brillar, allí donde Dios le ha puesto, entonces de seguro comenzaría el avivamiento que tanto deseamos que ocurra en nuestro país. Cuando los cristianos vivamos como debemos, esta tierra será sanada. ¡Hoy no hay más oscuridad, simplemente hay menos luz!
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Óscar J. Fernández es el Editorial Project Leader para Leadership and Adult Publishing, en LifeWay Christian Resources en Nashville, TN, es además escritor independiente y estudioso de la Biblia. Su blog http://estudiandolabibliaconoscar.blogspot.com tiene seguidores de 20 países hispanos.