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EDITORIAL: Leyendo dos libros para el año 2010


SAN ANTONIO, Texas (BP)–Algo popular durante el tiempo de navidad es regalar libros pues hay inmensa variedad y siempre podemos encontrar algo para todo gusto. Los buenos libros captan nuestra imaginación, nos iluminan, nos divierten —y espantan— y las obras serias siempre nos hacen pensar. Lo mejor que podemos hacer cuando nos regalan un libro es resolver leerlo, pues también reflejan algo de cómo el dador nos ve o entiende.

Dios, por su parte, nos ha regalado dos libros y no estoy hablando del Antiguo y el Nuevo Testamento. Esos dos testamentos componen la Biblia y forman un tomo. Leer la Biblia es esencial y lo animo a que tome su lectura seriamente. Pero, aparte de esto, déjeme animarlo a leer un segundo libro escrito para nuestro provecho.

Este año le invito a leer el “libro de la naturaleza”. Tenemos toda la posibilidad de hacerlo, pues vivimos dentro de sus páginas. El salmista lee su mundo y dice: “…los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmo 19:4). Los grandes de la fe tenían un conocimiento del mundo natural que los ayudaba a comunicar el mensaje de Dios con gran fuerza. Por ejemplo:

— Salomón nos invita a considerar la industria de la hormiga (Proverbios 6:6-11) y encuentra sabiduría incomparable en las hormigas, los conejos, las langostas, las arañas, el león y el macho cabrío (Proverbios 30:24-31)

— Isaías compara el pecado con el color de la grana y el carmesí, y el perdón de pecado con la blanca lana (Isaías 1:18)

— Jeremías advierte al pueblo rebelde del castigo venidero que sería como el “viento más vehemente” (Jeremías 4:12)

En estos ejemplos, y hay muchos más, los escritores inspirados usan la naturaleza como ventana para proyectar más dramáticamente la verdad espiritual. La realidad es que “la sabiduría clama en las calles, alza su voz en las plazas” (Proverbios 1:20), está todo a nuestro derredor si tenemos oídos para escuchar su voz.

Cristo es nuestro mejor ejemplo de alguien que podía leer bien el “libro natural” haciendo el mensaje de su Padre Celestial más aplicable y fácil de entender. Notemos varios ejemplos de su maestría en este sentido:

— Nos invita a considerar “las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros” para reconocer el cuidado de Dios por nosotros (Mateo 6:26).

— Usa la lluvia “sobre justos e injustos” para ilustrar la misericordia divina (Mateo 5:45).

— Compara el reino de Dios a una perla que sobrepasa todo valor (Mateo 13:45-46).

— Compara el reino de los cielos al grano de mostaza que crece hasta ser un árbol grande en cuyas ramas las aves del cielo hacen nidos (Lucas 13:19).

— Hace un contraste entre la vestidura de Salomón y los lirios del campo (Mateo 6:28-29).

En muchas de sus parábolas y enseñanzas Jesús toma hojas del libro de la naturaleza para comunicar los misterios del reino (ejemplos: lluvia, ríos, arena, peña, Mateo 7:24-29; el trigo y la cizaña, Mateo 13:26; los campos listos para la ciega, Juan 4:35; et al.). ¿Será el libro de la naturaleza un tomo cuya lectura hemos descuidado?

Francisco de Asís (1181-1226) es conocido por su amor a la naturaleza. La leyenda dice que San Francisco consideraba el mundo animal y al sol, la luna y las estrellas como sus hermanos. Se le ha atribuido el dicho: “Debemos siempre predicar el evangelio y usar palabras cuando sea necesario”. San Francisco nunca dijo tal cosa, pero el sentimiento del dicho encaja bien con la manera en que vivía. Su admiración por el orden creado era tan grande que creía que era suficiente para contar el mensaje del amor de Dios. Yo no iría tan lejos. Considero que todo lo que vemos, sea animal, vegetal o mineral, es como un rótulo a través de la trayectoria de nuestra vida. La creación ofrece una vista esplendorosa, pero a la vez grave, “porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas”, y esto para dejarnos sin excusa (Romanos 1:20). Al fin de todo, necesitamos leer bien el libro de la naturaleza, pues toda persona responderá por la manera en que aceptó, o rechazó, “la belleza y el terror” de su testimonio.

Por eso quiero entender nuestro jardín humano y usarlo para apuntar la persona al libro sagrado donde leemos la historia de redención en Cristo Jesús. Aún los sabios que vinieron del este para adorar al rey que habría de nacer fueron guiados por la naturaleza (una estrella), sólo hasta Jerusalén (Mateo 2:1). La escritura les reveló que el niño nacería en Belén (Mateo 2:1-6; Miqueas 5:2). El Apóstol Pablo también reconoce que Dios usa la creación para testimonio de sí mismo (Hechos 14:16-18; 17:26), pero esto en ninguna manera elimina la necesidad de compartir la palabra necesaria para la salvación (Romanos 10:17).

Pero cuidado, la belleza natural también puede ser peligrosa y llevarnos hacia la idolatría. Muchos, contemplando su hermosura, se infatúan y glorifican la creación negando al Creador (Romanos 1:21-25). Recordemos que su ministerio es válido pero no suficiente en sí mismo para remplazar el evangelio expuesto en su divina palabra.

En 2010 mi deseo es leer el libro de la naturaleza y ver cómo ilustra el libro revelado, la Biblia. Quiero aprender cómo los dos libros trabajan mano a mano, el natural como ayuda idónea del especial, para contar la bella historia de la redención. Le invito a que juntos resolvamos leer este año entrante los dos libros que Dios nos ha regalado.
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Rudolph D. González es el decano de la Southwestern Baptist Theological Seminary William R. Marshall Center for Theological Studies, San Antonio, Texas. Estudios hispanos, Southwestern Baptist Theological Seminary: http://www.swbts.edu/hispanicstudies/sp/.

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