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EDITORIAL: Necesitamos mas Tertulianos

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SAN ANTONIO (BP) — Fue el Cartagenino, padre de la iglesia, Tertuliano (Ca., 150-225 d de C), quien, al contemplar la masacre terrible de sus hermanos cristianos declaró, “la sangre de los mártires, es la semilla del evangelio.” Lo dijo en un tiempo cuando un sin número de cristianos estaban siendo puestos a muerte por su fe, y el futuro del cristianismo todavía estaba en duda.

Pero este padre de la iglesia era hombre de fe quien le rehusó a la persecución de esa generación su meta horrorosa de conceder la eliminación del cristianismo, decidiendo mejor interpretar lo que estaba sucediendo a la luz de la esperanza que no defrauda. Tertuliano creía que las muertes de los cristianos germinarían para el avance del evangelio (vea Juan 12:24-25).

Sobre esto mismo quedamos maravillados y nos preguntamos si la lengua griega no se desarrolló para tal eventualidad. Me refiero a “martus,” una palabra pequeña con un dominio semántico lo suficiente amplio para significar el llamado a ser testigo y a la vez expandir para incluir la posibilidad del martirio (Hechos 22:20; Revelación 2:13; 17:6). Uno no lo realizaría simplemente leyendo un texto como Hechos 1:8 en español, pero el mandato del Señor resucitado era ostensiblemente de ser testigos al mundo. No obstante, ¿no estaba también señalando que el ser un testigo resultaría en martirio siendo visitado sobre la iglesia?

Algunos querrán simplemente asumir que esta conjugación de ideas es una idiosincrasia de la lengua griega, pero Jesús hace la misma conexión de otras maneras también. Después de todo, el mismo Señor quien dijo que sus seguidores serian odiados por todos (Mateo 10:22), también esperaba que estos mismos llevarían el evangelio a todas las naciones por testimonio (Mateo 24:14). Pedro es otro caso en punto. Este hombre, quien antes de la crucifixión y resurrección era adverso a cualquier peligro, hace una conexión asombrosa, la cual muchos a menudo fallamos en ver. En su primera epístola escribe:

¿Quién es aquel que os podrá hacer daño, si vosotros seguís el bien? Pero también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. (1 Pedro 3:13-14a)

Con respecto a este pasaje, ignoramos un punto importante simplemente porque muchos ya hemos decidido que el enfoque es esencialmente apologético. Para que quede registrado, yo tampoco dudo que este pasaje tenga gran valor apologético, pero eso, en cierto, puede que sea secundario a algo más visceral. Note la preponderancia de palabras y términos en el contexto más amplio (vv. 13-17) que sugieren algo peligroso está pasando. Pedro escribe con la expectativa, o quizás con el conocimiento, que sus lectores están siendo dañados (v. 13); están padeciendo (vv. 14, 17); siendo amedrentados (v. 14); murmurados y calumniados (v. 16). Todo esto por ninguna otra razón aparte de ser cristianos. ¿Se oye familiar?

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Estos creyentes no eran apologistas de reposo, contemplando argumentos lógicos sobre la existencia de Dios, o la confiabilidad de las Escrituras, o la veracidad de la resurrección, haciéndolo cómodamente tras un escritorio de universidad. Estaban siendo desafiados a mantenerse firmes en Cristo en medio de gran peligro. Y es precisamente en este contexto difícil que Pedro ofrece su perspectiva radical para creyentes caminando por vías peligrosas. Lo hace haciendo una pregunta retórica, la cual grita por una sola contestación — ¡NADIE! Así es, nadie nos puede lastimar si seguimos el bien (v. 13). Y lo radical continua, “Pero también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois.” Así, Pedro plasma una situación de doble ganancia para el que se atreve hacer evangelismo en tiempos problemáticos. Querido lector, ¡estamos viviendo en un momento tal como ese!

Tendríamos que ser sordos y ciegos para no saber lo que está sucediendo con cristianos en muchas partes del mundo, pero es una realidad que la mayoría de los cristianos no saben, o aparentemente no les importa. Los reportes más recientes estiman que aproximadamente 100 millones de cristianos están confrontando la persecución con 100,000 siendo puestos a muerte por su fe cada año. No estoy en suspenso esperando para que aquellos en poder digan alguna palabra sobre esta atrocidad global, pues las cosas de este mundo están pasando (1 Juan 2:8, 17). Nuestra respuesta es la que verdaderamente cuenta en este momento crucial. Y por eso pregunto, ¿es la sangre de nuestros mártires Coptos, Sirios, Libios, Sudaneses y Nigerios (entre muchos otros), todavía la semilla del evangelio, o se está vertiendo trágicamente en las playas de Libia, allí para ser dilatada en el Mediterráneo?

Sabemos que solo la sangre de Cristo nos limpia de todo pecado e injusticia (1 Juan 1:7-9), pero no pensemos que la sangre de los fieles no tiene su propia voz. Antes de Cristo, la sangre de Abel y los profetas clamaba por justicia (Génesis 4:9; Mateo 23:30). Pero en este momento interino de gracia cuando Pablo admite su complicidad en derramar la sangre de Esteban, Dios responde, no con venganza sino con un mandato: “Ve, porque yo te enviaré lejos, a los gentiles” (Hechos 22:21). La respuesta de Dios por la sangre vertida de un santo es el redoblo sobre evangelismo, completando lo que el mártir hacía cuando pago con su vida por hacerlo.

Mei génoito! “De ninguna manera” puede ser posible que malgastemos este momento prodigioso. Seamos Tertulianos modernos creyendo que la sangre de nuestros hermanos que está siendo vertida puede ser la semilla que Dios esta plantando para levantar un poderoso esfuerzo evangelístico. Hecho: fue el valor de fieles cristianos mientras eran destrozados en las arenas de juegos gladiadores que causó a Tertuliano tornar a Cristo en fe. Y más reciente, fue la fe de 20 mártires Coptos que causo un no creyente del país de Chad aceptar a Cristo, siendo él, el creyente veinte-primero que fue puesto a muerte a manos de ISIS en ese mismo día. No sé de nada que honraría nuestros mártires más que la iglesia proclamara el evangelio para testimonio en las calles de nuestras ciudades y a través del mundo. Hagámoslo en el poder del Espíritu; ¡muchos oirán y creerán!