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EDITORIAL: Ni fe ni sanidad


FORT WORTH, Texas (BP)–El ministerio de sanidad de Todd Bentley ha ganado atención nacional. Sus reuniones diarias durante los pasados tres meses en Lakeland, Florida, han atraído a cientos de miles de todas partes del mundo. La prensa ha comenzado a cuestionar su legitimidad — ¿Es su contabilidad honesta? ¿Están los milagros realmente sucediendo? Quiero plantear algunas preocupaciones personales más.

El 3 de julio, mi esposa, tres hijos y yo asistimos al “servicio de impartición” de Bentley en Denton, Texas, al norte de Dallas. ¿Por qué? Tenemos un par de niños gemelos de 7 años, uno de los cuales es autista (en gran parte no tiene comunicación verbal, todavía no tiene entrenamiento para ir al baño, tiene serios atrasos en el desarrollo). Algunos amigos nos instaron a asistir a esta reunión para recibir su curación milagrosa.

Llámenos tercos, pero mi esposa y yo no estamos impresionados por los doctores que ven que la condición de nuestro hijo no tiene esperanza. Creemos que Dios todavía sana y que sus medios de sanidad incluyen medicina convencional, medicina alternativa, oración, ayuno, amor y, sí, milagros. En cualquiera de los casos, no nos hemos dado por vencidos en la recuperación de nuestro hijo (todavía recordamos cuando su desarrollo estaba en buen camino). Entonces si Dios quería que usáramos a Todd Bentley, estábamos dispuestos a eso.

Según el estándar de los curanderos, Bentley no es convencional. Lleva una camisa negra, jeans holgados, tatuajes y perforaciones, prefiere la suciedad a una ropa de marca. Sin embargo, su apariencia no fue un problema para mi esposa y para mí. Dios en la Biblia usó a mucha gente que no era convencional. Para nosotros, el problema fue la manipulación, la promoción exagerada y la agenda que parecían impregnar la reunión.

Tuvimos que manejar 210 kilómetros para llegar a la reunión. Cuando llamamos a los organizadores, nos instaron a estar allá a las 3 p. m. aunque la reunión no comenzaba hasta las 7 p. m. El lugar de reunión (un estadio de baloncesto) tenía asientos para 8.500 personas, sin embargo, los organizadores nos dijeron que esperaban a 14.000 personas. Entonces la única manera de asegurarse de conseguir asientos era estar allá temprano.

Por lo tanto, amontonamos a los niños en nuestra camioneta temprano en la tarde, y llegamos alrededor de las 4:30. A las 6:30, luego de estar sentados dos horas, el lugar estaba lleno a tres cuartas partes. Uno de los organizadores entonces anunció que el tráfico se extendía kilómetros en Denton y que varios miles de personas estaban tratando de llegar a la reunión, la mayoría de las cuales iban a tener que ser devueltas. Esto era pura exageración. Una significativa sección de asientos (por lo menos 20 por ciento) estaba acordonada y nunca se usó en toda la noche. Hubiéramos podido llegar a cualquier hora y conseguir asientos.

A las 7, Keith Miller (el jefe de los organizadores, www.sfwm.org) empezó. Luego de hacer que la audiencia ejecutara actos ritualistas de adoración (pónganse de pie, levanten las manos, digan después de mí…), le pasó la batuta a una joven cantante y a su banda. El sistema de sonido era terrible — los sonidos eran estridentes y distorsionados. La música era repetitiva al extremo. En casi las dos horas de este “ministerio musical,” solo algunas canciones fueron cantadas, y muchas de ellas parecían consistir de solamente una o dos frases.

Finalmente, cerca de las 9 p. m. Bentley comenzó a hablar. Dedicó mucho de su mensaje a visiones que había recibido y a los milagros que decía que habían sucedido en su ministerio. Luego, casi en el último momento, dedicó unos pocos minutos a predicar acerca de la Biblia (Juan 5). De hecho, admitió que hizo que abriéramos la Biblia simplemente para que no se dijera que no había predicado de la Biblia.

En ninguna parte del mensaje de Bentley vi ningún énfasis en el amor y la compasión de Dios — esa sanidad es una expresión de la bondad y el cuidado de Dios hacia la humanidad–. Más bien, el énfasis durante todo el tiempo estaba en el poder — el poder de sanar y de ser sanado–.

Bentley contó historias de sanidades extraordinarias. De hecho, dijo que en su ministerio 30 personas habían sido levantadas de la muerte. ¿Son estas historias creíbles? Un patrón común en sus cuentos de sanidades fue la falta de especificación. Bentley dijo que un hombre, sin embalsamar, (en los Estados Unidos se acostumbra embalsamar) había estado muerto 48 horas y estaba en su ataúd. Cuando la familia estaba reunida en la funeraria, el hombre golpeó desde adentro del ataúd para que lo dejaran salir.

Pero, ¿cuáles eran los detalles? ¿Quién era este hombre? ¿Cómo se llama? ¿Dónde está el certificado de defunción? ¿Y por qué no desfilaba en las reuniones de Bentley? Si alguna vez soy levantado de la muerte a través del ministerio de alguien, ustedes pueden estar seguros que comparezco como su invitado. Bentley aseguró que tenía un equipo que investigaba las sanidades llevadas a cabo bajo su ministerio y que pronto publicaría la evidencia. Ansío verla.

Luego de predicar, Bentley recogió la ofrenda. Durante la ofrenda preguntó: “¿Cuánta unción quieren recibir?” De esa manera ligó la bendición que deberíamos recibir con la cantidad de dinero que diéramos.

Luego de la ofrenda, Bentley dijo una oración general por la sanidad de la multitud. La gente que creyó que estaba sana pasó adelante. Sin embargo, no vi ninguna obvia o dramática evidencia de sanidad. Después de la oración general por la sanidad de la multitud, Bentley indicó que oraría por los casos más severos.

En este momento, una amiga que estaba con nosotros nos instó a que ella y mi esposa llevaran a mi hijo autista adelante (yo me quedé con nuestro otro hijo y con nuestra hija). Después de pasada una hora, mi hijo autista todavía no podía llegar al piso principal para recibir la oración. Los ujieres dos veces impidieron que eso sucediera. Ellos notaron que el niño no estaba en silla de ruedas. Obviamente los casos de sillas de rueda tenían prioridad — es de suponer que proveían mejores oportunidades para las cámaras que filmaban todo–. También apelaron a los jefes de los bomberos, quienes, decían ellos, prohibían que mucha gente estuviera en el piso del estadio. Sin embargo, antes en el servicio, durante el tiempo de adoración, habían atestado el piso con gente que cantaba y gritaba.

Luego de la medianoche nos dijeron que pasaría hora y media antes de que nuestro hijo recibiera la oración. En ese momento nos levantamos y nos fuimos. Sin embargo, la historia no termina allí. Cuando llegamos a la camioneta, nuestro hijo recordó que había olvidado la Biblia en el estadio. Cuando mi esposa volvió para recogerla, todo el mundo, inclusive Bentley, de repente desaparecieron. Habernos quedado una hora y media más no hubiera importado.

A nuestro hijo se le negó dos veces la oración ya que no daba la imagen adecuada, y se le dijo que debería esperar más por una oración que nunca se le ofrecería. Y aun aquellos con la imagen adecuada no se miraban mejor después de la oración de Bentley — el éxodo del estadio de gente atada a sus sillas de ruedas era conmovedor.

La situación de mi hijo no fue la única — a un hombre con cáncer de huesos y a su esposa, que habían viajado una larga distancia, también se les negó la oración y lloraban. A la gente con necesidades no se le dio chance. Parecía que el poder, el prestigio y el dinero (en ese orden) eran los motivos dominantes detrás de la reunión. Se le dio el tiempo mínimo a la sanidad, aunque se le dio suficiente tiempo a atacar nuestros sentidos con música resonante insípida e inclusive a la promoción de los productos de venta de Bentley (libros y discos compactos).

Ni mi esposa ni yo nos arrepentimos de haber ido. Fue educativo. Nuestros hijos son resistentes. Pero el regreso a casa levantó una pregunta. Nos encontramos evitando hablar del tema hasta que los niños se durmieron. Luego, mientras dormían en la mañana, hablamos suavemente acerca de cuán fácilmente se puede abusar de la religión, en este caso para aprovecharse de nuestra familia. ¿Qué les diremos a los niños? Todavía me debato en eso.
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William A. Dembski es profesor investigador de filosofía en el Seminario Teológico Bautista Southwestern.

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  • Por William A. Dembski