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Editorial, Quietud

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NASHVILLE, Tenn. (BP)–Con frecuencia hablo con hermanos que se quejan de los ataques que esta sociedad que algunos llaman post-cristiana, está haciendo a nuestra fe. Tal vez un factor contribuyente sea lo irrelevantes, que en muchos sentidos, se han convertido algunos cristianos. Posiblemente la línea divisoria entre la manera de vivir de algunos cristianos y la de los que no lo son, se ha hecho tan fina que es imperceptible.

Casi con desesperación algunos se preguntan: ¿Qué podemos hacer? La imagen que refleja Daniel 6:10 es una buena respuesta. Es necesario que retrocedamos un poco en el tiempo para captar en toda su grandeza este formidable ejemplo. En la dedicación del Templo que había construido para Jehová, Salomón en I Reyes 8:46-49 le pide a Dios que si su pueblo pecara y fuera llevado cautivo y volviera a Él sus ojos arrepentido, y orara mirando hacia Jerusalén y hacia ese Templo que Él les perdonara y les trajera de vuelta a su tierra.

¿Se da cuenta? Eso justamente era lo que estaba haciendo Daniel. No comenzó a orar con las ventanas abiertas mirando hacia Jerusalén y el Templo para desafiar. Lo había estado haciendo con vehemencia, y con valor lo siguió haciendo cuando los sátrapas lograron un edicto prohibiendo que Daniel pudiera seguir esta práctica. Me resulta claro ver que ellos sabían que Daniel hacía esto tres veces al día y que seguiría haciéndolo, por lo que la trampa les parecía perfecta.

¿Sabe algo? Siempre me he preguntado cuántas personas de los cientos de miles de judíos cautivos harían lo mismo que hacía Daniel. Este estaba reconociendo el pecado de Israel e invocando el perdón de Dios.

Nosotros también hemos pecado como individuos, como congregación y como nación. Tenemos que volver nuestra vista a Dios y arrepentirnos de nuestros pecados. Tenemos que doblar nuestras rodillas ante el Dios del universo y clamar a Él como lo hizo Daniel. Ese es el primer paso si queremos ver actuar a Dios y si deseamos en verdad que se produzca un avivamiento que sane a nuestra tierra.

No se trata de asumir que todo está bien y que somos tan “especiales” que podemos tomarnos un cafecito con Dios, como “buenos amigos” que somos de Él, casi como si fuéramos “socios.”

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Tenemos que escudriñar las Escrituras para poder conocer en verdad al Dios en quien creemos y a quien servimos. Orar no es venir ante Dios con una lista de peticiones como si se tratara de un Papá Noel. Orar es venir a derramar nuestra alma, a abrir nuestro corazón ante Dios y a pedirle que nos limpie de nuestras inmundicias. Es ponernos en sus manos para hacer su voluntad y es honrarlo con nuestras vidas.
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Este escrito fue publicado originalmente por la revista Quietud® en el número correspondiente al otoño de 2011.