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EDITORIAL: Recuerdos de una visita

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NASHVILLE, Tenn. (BP)–La ciudad de Jerusalén sigue siendo un lugar muy singular. Miles de turistas convertidos en “peregrinos” se pueden ver a cualquier hora por todas partes. La “tradición” adjudicó a ciertos lugares de la ciudad, hechos de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, muchos de los cuales los arqueólogos, tanto cristianos como judíos, ponen constantemente en duda.

En verdad, pienso que alguna semejanza tienen que tener estos lugares con aquellos en los que se desarrollaron los acontecimientos bíblicos. La llamada “Vía Dolorosa” por ejemplo, me ayudó a entender mejor la escena que tuvo lugar cuando Jesús debió cargar la cruz hasta el Monte de la Calavera. La calle es tan estrecha, que prácticamente la cruz debe de haber casi tocado las paredes de las casas. La multitud enardecida y bulliciosa que seguía al condenado era perfectamente audible desde dentro de las casas, por lo que la mayoría debió haber salido a curiosear y a unirse a los que lanzaban insultos.

Para Dios hecho hombre, esta debió ser una prueba muy dura. La ingratitud suele doler más que los clavos. Jesús sufría por el peso del madero, pero el peso del pecado de aquellos que lo estaban ejecutando, y de mis pecados y los tuyos, debió ser mucho más abrumador. Poco a poco se debió ir acercando hasta donde seria crucificado.

Hay ocasiones en las que el lenguaje de las versiones bíblicas que usamos florea un poco la cruda realidad de los hechos. En este caso dice que “insultaban” a Jesús, pero la palabra que se usa en la versión griega del Nuevo Testamento es “blasfemeo” que es una palabra muy fuerte. ¡Imagínese la peor ofensa que alguien le pudiera hacer! Eso es lo que le gritaban a Jesús.

Desde lo que hoy se enseña a los visitantes como el Monte de la Calavera, se pueden ver las murallas de Jerusalén. El Monte de los Olivos no está tampoco lejos, sin embargo, los discípulos no andaban por allí cuando Jesús fue colgado en la cruz entre dos malhechores. La implicación que este hecho tiene, es que también Él era “considerado” como un malhechor. Desde el mirador, se puede ver la escarpada cima de este pequeño monte y la imaginación nos puede llevar hasta la escena que tuvo lugar allí un día. Y mientras alzaba mi vista, analizaba que por haber Jesús estado dispuesto a morir en aquel feo y apartado lugar, yo no tenía que morir por mis pecados, y que además, se me había dado el regalo de la vida eterna.

Junto al mirador está el llamado Jardín de la Tumba. Pero a diferencia de los panteones de la gente grande del mundo, ¡este sepulcro esta vacío! En la puerta que hoy franquea la entrada, hay un cartel que dice: “Lo sentimos, pero la persona que estaba aquí ¡resucito!” Gloria a Dios. La tumba no lo pudo contener. Claro que usted sabe esto. Por supuesto que no le estoy diciendo algo nuevo y probablemente usted estuviera esperando algo más de mí en esta fecha. Para serle honesto, el hecho de estar parado frente a un lugar similar al lugar donde un día fue puesto nuestro Señor, me dejó mudo.

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Cuando la piedra que cubría la puerta fue removida, para que las mujeres que venían a ungir el cuerpo pudieran ver que el Señor no estaba allí, Jesús dejó la soledad en la que lo colocaron los hombres, incluyendo a sus discípulos, para ser recibido por los ejércitos celestiales que con voz de triunfo y con toques de trompeta anunciaban su victoria sobre la muerte. Tal vez no haya sido en el lugar en el que me encontraba parado, pero de seguro ocurrió en otro lugar cercano, en esta misma zona. Para mí, fue como si ese fuera el lugar exacto, porque Jesús venció a la muerte para darme a mí la vida. Y claro que también a usted, solo que debe apropiarse de ese regalo que es personal y no familiar o colectivo.

Cuando un rato más tarde celebramos la Cena del Señor vino a mi mente Juan 3:16 “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Y entonces le di gracias a nuestro Dios porque a pesar de que yo era parte del TODO AQUEL, Él había provisto el camino para que al recibir a Su Hijo como Señor y Salvador de mi vida pudiera tener la vida eterna.

De los muchos lugares que visité en Israel ninguno me impresionó más, al punto que mientras mis compañeros de viaje se tomaban fotos a la entrada del sepulcro, cosa que hacen todos los turistas, yo no me sentí animado a hacerlo ya que yo no obtuve allí la victoria sobre la muerte, sino que por la victoria que allí obtuvo Jesús, yo hoy puedo disfrutar de la vida eterna. Desde la ventanilla del avión busqué en la distancia para ver si podía observar una vez más a Jerusalén, pero la niebla de la mañana ocultaba a la ciudad, lo mismo que la niebla del tiempo y la incredulidad han tratado de ocultar a esta tumba vacía que es el testimonio de la culminación del plan redentor de Dios para los hombres.
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Óscar J. Fernández es el Editorial Project Leader para Leadership and Adult Publishing, en LifeWay Christian Resources en Nashville, TN, es además escritor independiente y estudioso de la Biblia. Su blog http://estudiandolabibliaconoscar.blogspot.com tiene seguidores de 20 países hispanos.