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EDITORIAL: Seamos generosos…


La sociedad norteamericana, poco a poco se hay ido convirtiendo en la cultura de lo mío. Cada vez más el individualismo va ganando terreno. Desde muy pequeños los niños comienzan a establecer distinciones y escuchamos con frecuencia quejas entre hermanitos porque uno de ellos “se comió MI caramelo” y muchos otros ejemplos que vienen de inmediato a nuestras mentes.

Dios me dio el privilegio de experimentar en mi mismo y de ser participante de la “aventura” más fascinante de mi vida, hace algunos años en la ciudad de Alquerque, en New Mexico, en la iglesia Girard Baptist Church a la que me había unido. Aquellos hermanos y hermanas practicaban diariamente lo que dice Hechos 20:35: “En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir”.

Nos encontrábamos en los primeros meses de iniciar una nueva congregación hispana en la ciudad. Todo era muy nuevo, hasta yo que era el pastor. Y un día nos sorprendió la noticia de que el Gobierno Federal había decidido relocalizar, justo en la ciudad de Albuquerque, a los refugiados que estaban llegando a Estados Unidos por un plan de ayuda emergente a refugiados políticos cubanos, a principio de los años 90.

En realidad, nosotros no contábamos con recursos financieros ni muchas relaciones, pero las oraciones nos ayudaron a entender un poco los planes que Dios tenía para nuestra recién nacida congregación. Pronto descubrimos que los nuevos inmigrantes llegaban sin nada y la inmensa mayoría esperaban que se les ayudara, de manera especial las iglesias y por añadidura, yo era el único pastor cubano en la ciudad.

Planteamos el reto que estábamos enfrentando en la reunión mensual de pastores de la Asociación y varias iglesias nos ayudaron a iniciar algo que nunca hubiéramos podido lograr por nosotros mismos. Una enorme tienda por departamentos de una Cadena Nacional nos donó toda la ropa sin usar que devolvía la gente gracias a la solicitud de un pastor, cuya iglesia colindaba con aquella tienda. ¡Pero no teníamos donde poner la ropa! Entonces un hermano nos donó, por un año, un apartamento vacío que tenía en un edificio de apartamentos de su propiedad para que pusiéramos una tienda para darles ropas y zapatos gratis a los recién llegados. Pero no teníamos como organizar la distribución. Entonces un miembro de la iglesia vio que una tienda de ropas estaba cerrando y vendiendo la estantería y fue y la compró y nos donó la compra y así se organizó una tienda de ropas y zapatos, atendida por mujeres de la nueva congregación para atender a los nuevos inmigrantes y abastecerlos gratuitamente de lo que necesitaran.

Nuestra iglesia madre nos facilitó su tarjeta del Food Bank y un hermano hizo el compromiso de pagar con su dinero todos los alimentos que necesitáramos para entregarles a los recién llegados.

Hicimos contacto con la agencia que el Gobierno Federal estaba usando para la relocalización de los inmigrantes y cada semana nos anunciaban el número de vuelo, la línea aérea y la hora de llegada de los nuevos inmigrantes. Entonces creamos una comisión de bienvenida que estuviera presente en el aeropuerto y de allí que siguiera al vehículo que llevaría a los refugiados al apartamento que se les había alquilado por el gobierno. Nuestros hermanos les entregaban allí una factura inicial que incluía leche para los niños, café, pan, mantequilla, huevos, aceite y alimentos en lata y secos para pasar las primeras 24 horas, así como vasos, tasas, platos, y algunos calderos y sartenes para cocinar. CERO alcohol y tabaco. Varias compañías se enteraron por la prensa de lo que nuestra iglesia estaba haciendo para ayudar a los nuevos inmigrantes que estaban llegando a la ciudad y nos llamaron por teléfono ofreciéndonos oportunidades de trabajo para los nuevos inmigrantes, así que añadimos esto al paquete de ayuda.

En el tiempo que el plan se mantuvo vigente por el gobierno, nuestra incipiente congregación atendió y ayudó a 2,786 familias de refugiados. El primer año recibieron al Señor más de cuatrocientas personas, se bautizaron 57 personas y se celebraron tres bodas. Se organizaron reuniones de estudio bíblicos semanales en tres hogares, se organizaron cuatro clases de la Escuela Dominical en español, y un culto de estudio bíblico y oración los jueves en la noche, precedido de una cena abierta a la comunidad que era preparada por un matrimonio que eran miembros de la iglesia y que compraban y cocinaban los alimentos en su casa y los traían cada semana a la iglesia, además del culto de adoración de los domingos en la mañana y de las clases de la Escuela Dominical para niños, jóvenes, adultos jóvenes y adultos. El piano lo tocaba un miembro de la congregación anglosajona que también nos ayudaba con la música especial y un equipo de alabanzas.

Cada domingo ofrecíamos un desayuno continental gratuito a partir de las 8 de la mañana con las donaciones recibidas de los miembros de la iglesia.

No he escrito estas líneas para destacar lo que se hizo en aquella iglesia de Albuquerque, sino para ayudarnos a abrir los ojos ante el enorme potencial que representa la posibilidad de recibir a miles de inmigrantes en un futuro cercano. Muchos de ellos no tendrán creencias religiosas, otros tal vez se consideren que son algo sin siquiera saber lo que eso significa, pero de seguro, todos vendrán con una gran necesidad.

Van a experimentar el enorme vacío que produce la inmigración y tendrán que luchar contra muchas cosas desconocidas que incluyen la cultura, el idioma, y el sistema. Lo que para nosotros es obvio, para muchos de ellos será casi un imposible.

Es importante tener presente que esto no ocurre ni por casualidad, ni por capricho, sino que se ajusta A LOS PLANES DE Dios para esa gente que va a llegar y de una manera muy especial para nuestras iglesias y todos sus miembros en esta hora, y nos da una oportunidad única para ministrar y evangelizar, para ser generosos y para aprender a amar a desconocidos que tal vez no luzcan como nosotros, ni piensen como nosotros. Y esto nos incluye a todos.

La iglesia que tuve el privilegio y el honor de iniciar y pastorear en Albuquerque surgió como una iniciativa de una iglesia anglosajona sin cuya asistencia, ayuda material y financiera, trabajo abnegado, dedicación y estímulo, hubiera sido imposible de materializar. Lo que quiero decir es que, esta oportunidad no es solo para las congregaciones étnicas sino para todos los cristianos.