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EDITORIAL: ¡Sí se puede, aprender?


FORT WORTH, Texas (BP)–La educación formal en las instituciones educativas ha dominado tanto el panorama de la educación que tenemos la tendencia a equiparar nuestro desempeño en ella con nuestra habilidad para aprender. De esta manera, si un adulto obtuvo buenas notas en la escuela, se asume que “sabe” como aprender y normalmente su disposición para hacerlo es favorable.

Así, palabras como “estudio bíblico” o “escuela dominical” son percibidas positivamente por estas personas. Sin embargo, si por el otro lado un adulto tuvo una mala experiencia en su vida escolar, si sus notas fueron generalmente malas o incluso si no tuvo la oportunidad de estudiar formalmente, se asume que su capacidad de aprendizaje es defectuosa y las palabras “estudio bíblico” o “escuela dominical” adquieren una connotación negativa.

De esta manera, es común observar la gran diferencia de interés que los adultos presentan a las actividades educativas de las iglesias. En una ocasión participé en un viaje misionero de construcción en la que pude observar el cambio radical de comportamiento e interés de parte de varios hombres con los que había compartido la clase de escuela dominical por varios meses. Estos hombres adultos nunca habían abierto la boca durante las lecciones bíblicas y, aunque asistían cada semana a la clase y eran amables, su postura mostraba claramente que se sentían fuera de su ambiente natural. En ese corto viaje misionero, noté como ellos hablaban con entusiasmo, compartían alegremente acerca de cómo usar sus herramientas y sus ideas para realizar el trabajo de la mejor forma. La diferencia en su actitud no estaba relacionada con su vida espiritual o fervor cristiano sino a que no se sentían cómodos en el formato que se usaba para estudiar la Palabra de Dios.

La necesidad primordial de un adulto para que esté motivado a aprender es sentirse competente para hacerlo. Esta realidad es esencialmente importante para los hombres debido a su interés por sobresalir y, por lo tanto, el miedo a fracasar. Un adulto que tuvo una buena experiencia en la escuela tiene una predisposición buena para el estudio bíblico mientras que una persona con una experiencia desagradable necesita en primer lugar darse cuenta que sí puede aprender. Por lo tanto, un maestro es principalmente un motivador para el aprendizaje.

Una teoría educativa afirma que cualquier persona es capaz de aprender cualquier cosa si se cumplen dos condiciones básicas: se le da el tiempo necesario para hacerlo y la capacitación adecuada. Dios nos dejó su palabra para que lo conozcamos y así crezcamos en nuestra relación con Él. Es a través de la Palabra de Dios que conocemos a Cristo. Así que todos podemos estudiar y aprender de la Biblia. Para hacerlo es de gran ayuda que alguien nos guíe y nos enseñe cómo hacerlo. De hecho, pienso que una de las funciones básicas de la escuela dominical o grupo de estudio bíblico es enseñarles a las personas cómo aprender a estudiar la Biblia por sí mismos. Cuando un maestro se dedica exclusivamente a dar información, por muy buena que ésta sea, en lugar de ayudar a crecer espiritualmente a sus alumnos, impide su crecimiento. Dios desea comunicarse con cada uno de nosotros y que crezcamos en el conocimiento y gracia de Jesucristo. Sí se puede hacerlo, pero como el etíope le comentó a Felipe en Hechos 8 “¿Y cómo podré (entender) si alguno no me enseñaré”? Y yo añadiría, “y además se toma el tiempo (como Felipe) para enseñarme y me ayuda a descubrir las verdades bíblicas por mi mismo?”
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Octavio Javier Esqueda es profesor de fundamentos de la educación del Southwestern Baptist Theological Seminary en Fort worth, Texas. Programa de Estudios Hispanos en el Southwestern Baptist Theological Seminary enlace: http://www.swbts.edu/hispanicstudies.

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  • Por Octavio J. Esqueda