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Fe de agricultor de algodón supera las pruebas

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MAGOYE, Zambia (BP) — Mientras caminaba a través de los campos, Passmore Hacaba examinaba su algodón con el ojo clínico de un agricultor. Él es alto, de suave hablar y sus largas y morenas manos están callosas de trabajar la tierra.

“No hay buen algodón en todo Magoye este año. Al menos los camotes, el maní y el maíz están bien,” dijo.

Hacaba ha vivido la mayoría de sus 52 años en Magoye, un área rural en el sur de Zambia. Él es tonga, miembro de una etnia no alcanzada de más de un millón que vive en Zambia y Zimbabue. La mayoría de los tonga subsisten de la agricultura y de la pesca.

Y la mayoría de los tonga todavía no han sido alcanzados con el evangelio. Sin embargo, Hacaba puso su fe en Cristo hace cerca de 10 años, cuando los misioneros de la Junta de Misiones Internacionales compartieron el evangelio en la casa de él. Hasta entonces él había estado involucrado en una iglesia que solamente creía en seguir la ley del Antiguo Testamento. Tales iglesias son comunes en Zambia, y muchas han mezclado creencias animistas con la Biblia. Al igual que su padre, Hacaba se había convertido en líder de la iglesia hasta el día que le dijeron que dejara la iglesia porque había “hecho un viaje el Sabbat.”

Hacaba y su esposa Olitar estuvieron fuera de la iglesia durante años hasta que oyeron la verdad acerca de Jesús y cómo la fe en él nos libera de la ley. Hacaba comenzó a testificar a otros en su aldea y pronto lideraba un pequeño grupo de creyentes tonga.

Como muchos cristianos nuevos en todo el mundo, Hacaba comenzó a enfrentar persecución debido a su nueva fe. Le llegó una oportunidad de ayudar a alguna gente corrupta a estafar una organización que se quedó sin semillas, fertilizantes y equipo pequeño para la agricultura. Hacaba rehusó y pronto escuchó de amenazas en su contra, amenazas que él pensó que no eran verdad hasta que hombres armados llegaron a la pequeña iglesia de ladrillos de barro donde él enseñaba. Los hombres le ataron las manos detrás de la espalda y lo sacaron a rastras de la iglesia y lo metieron a un pequeño vehículo.

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“Cuando ellos me sacaban yo podía oír a mis nietos llorando en la iglesia,” dijo Hacaba.

Los hombres manejaron hasta un campo donde fue tirado al suelo con sus armas.

Le pusieron un arma en la cabeza y le dijeron que comenzara a correr y así poder matarlo. En ese momento un grupo de agricultores locales apareció, y los hombres se metieron al carro y huyeron.

Hacaba regresó a su pueblo y continuó enseñando la Biblia. Comenzó a manejar su bicicleta a otros pueblos y a enseñar porque ellos también querían oír el evangelio.

Mientras compartía su historia, Hacaba suavemente recogió una de las bagas de mullido algodón blanco y la inspeccionó entre sus dedos. Solamente hay dos o tres bagas en cada planta; algunas no tienen ni una.

“Demasiada lluvia,” dijo suavemente.

El año pasado Hacaba tuvo la mejor cosecha de algodón de toda su vida. Fue una cosecha que creció en circunstancias muy singulares.

Como la mayoría de los agricultores en Zambia, Hacaba había plantado su algodón a mano cuando las lluvias comenzaban. Para Navidad tenía un campo que lucía prometedor; entonces una mañana cuando salió de su choza notó que algo andaba mal.

“Estaba confundido. Al principio pensé que un animal había destruido las plantas, pero luego encontré todas las huellas,” dijo Hacaba.

Vándalos habían llegado al campo en la noche y habían cortado la mayoría de su algodón. También cortaron algo del maíz que él había plantado para alimentar a su familia.

“Realmente lloramos, pero Dios escuchó nuestro llanto y nos ayudó,” dijo su esposa.

La pareja comenzó a orar y le pidió a Dios que los ayudara a ellos y a sus ocho hijos a sobrevivir. Luego de un mes quedaron impactados al ver que todas las plantas de algodón que habían sido cortadas estaban creciendo de nuevo.

“La comunidad estaba admirada. Estábamos viendo que Dios estaba mostrando su mano y ayudándonos,” dijo Hacaba.

No solamente recogió Hacaba la mejor cosecha que nunca había tenido, sino que notó que el maíz que quedó tenía un muy alto rendimiento.

Meses después, un hombre del pueblo llegó adonde Hacaba y le dijo que una noche él y sus amigos estaban tomando cerveza juntos cuando un hombre llegó y les ofreció pagarles para que fueran y cortaran los campos de Hacaba.

“Él dijo que quería ver si usted realmente era cristiano o no,” le dijo el hombre a Hacaba.

Sentado en un banco tallado a mano, durante un desayuno con camotes y maní tostado, Hacaba habló acerca de la última prueba que había enfrentado. Hacía pocas semanas había sido hospitalizado con malaria. Mientras estaba en el hospital alguien se metió a su choza y se robó la Biblia, un radio pequeño y una maleta con ropa.

Hacaba suspiró y sonrió cuando dijo: “Tú sabes, la vida de un hombre no viene de la abundancia de las cosas que posee.”
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James Langston y su familia sirven con la Junta de Misiones Internacionales en Zambia.