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IMB inicia campamento de entrenamiento en la selva

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AMAZON BASIN (BP) — Dieciocho obreros de la Junta de Misiones Internacionales y sus hijos observaban con mezcladas emociones mientras el avión de doble hélice despegaba de la pista de aterrizaje en la selva y se dirigía de regreso a la ciudad.

De pie, rodeado de anchos ríos y kilómetros de densos bosques lluviosos amazónicos por todos lados, la realidad comenzó a penetrar. Quedaron a sus propias expensas.

El grupo caminaba pesadamente a través del lodo y el sofocante calor, cargando a sus hijos, sus maletas y cajas de suministros, antes de llegar al campamento — una línea de simples cabinas de madera junto a un río — que sería su hogar durante el siguiente mes.

Los misioneros — algunos nuevos, otros veteranos — formaron el primer grupo en llegar al nuevo centro selvático de entrenamiento de la IMB, diseñado para ayudar a los misioneros a aprender a vivir y trabajar en lugares rurales difíciles.

Donny Barger, misionero y entrenador de IMB que ayudó a comenzar el campamento, dijo que el programa preparará mejor a los misioneros que vayan a trabajar entre las casi 230 etnias no alcanzadas que viven en lugares aislados a través del continente americano. Esas 230 etnias son menos del 2 por ciento de los cristianos evangélicos y no tienen a nadie que esté buscando alcanzarlos con el evangelio.

“Una de las cosas que oímos más frecuentemente de los misioneros después de que completan su primer término es: ‘Realmente hubiera deseado que alguien me hubiera ayudado a entender cómo era que realmente iba a ser ir a un área indígena,'” dijo Barger, de Alabama. “Y algunas veces [la falta de preparación] hace que cometas grandes errores en tu etnia de los que cuesta mucho tiempo liberarse.”

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Mientras los niños mayores se pusieron en camino para explorar sus nuevos alrededores, los confundidos adultos comenzaron a aprender cómo levantar una casa en la selva y se hacían preguntas básicas como: “¿Dónde vamos a dormir?” “¿Es el río seguro para nadar?” “¿Qué hay para la cena?”

El proceso de aprendizaje había comenzado.

Andar a ciegas

Antes de llegar, a los aprendices se les había dado muy poca y limitada información sobre la experiencia venidera. No sabían qué comerían o en qué vivirían. Opciones para cocinar, instalaciones sanitarias, condiciones apropiadas para dormir y fuentes de agua limpia eran todo un misterio.

Una aprendiz, Lisa Williams*, se preocupó todavía más cuando contempló con cautela el río que corría justo al lado de su cabina. Con cuatro niños entre 1 y 6 años, tal proximidad de agua trepidante la inquietaba.

“Vine sin muchas expectativas, porque no sabía qué esperar,” dijo. “No sabía cómo sería nuestra casa. Yo solo tenía que ser flexible y bajar mis expectativas.”

Barger dijo que ir sin preparación era una parte planeada de la experiencia.

“Si les dices todo, realmente no será una buena experiencia de aprendizaje,” explicó. “Algunas veces es bueno no tener todas las respuestas y pensar cómo vas a responder. Es bueno permitirle a la gente descubrirlo por sí misma.”

Lo más difícil

Durante el siguiente mes, los aprendices vivieron en una comunidad llena de pocos lujos modernos. No había internet o acceso a teléfono. La electricidad producida por un generador estaba disponible solo durante un par de horas — mayormente durante el anochecer. La selección de alimentos estaba limitada a una mezcla de mercancías de una pequeña tienda local, accesible solamente por canoa cada varios días. El agua potable adentro de la casa era valiosa, y el río cercano servía de baño comunitario, lavadero, botadero de comida y ruta de transporte.

A pesar de los desafíos, los entrenadores enfatizaron que la meta era enseñar, no torturar.

Durante más de una década, el misionero de IMB Jake Johnson* ha vivido en la comunidad amazónica donde fue construido el campamento. Él y su esposa Tanya* usan ahora su experiencia en la vida de la selva para enseñarles a otros misioneros cómo tener éxito en lugares difíciles.

“Esto no se trata de pasar apuros,” les dijo Johnson a los aprendices cuando llegaron. “Esto es para ayudarlos a ustedes y a sus familias a entender las necesidades que van a tener para vivir cómodamente en un ambiente remoto. Se trata de entender lo que van a tener que hacer en esta situación. Todas las cosas que hacemos ahí, queremos que ustedes sean capaces de reproducirlas donde ustedes vayan, y queremos darles ideas de cómo construir y hacer cosas que les faciliten la vida.”

Los aprendices pronto aprendieron cómo recoger agua de lluvia en barriles y bombearla a sus casas. Ellos — y sus hijos — rápidamente descubrieron cómo evitar las enormes espinas de los árboles que acechaban bajo el agua fangosa del río en espera de un pie descalzo mal puesto.

La carne era escasa y una amistosa competencia pronto surgió sobre quién podía apresar el pez piraña o el pez lobo más grande para la cena. Matar escorpiones y tarántulas se volvió rutina, y se entendía que la privacidad y el silencio no existían durante las horas activas.

Aprender lo que es importante

Mientras desafiaban el ambiente, los misioneros asistían a las sesiones sobre compartir el evangelio con los nativos. También estudiaron algunos de los obstáculos más comunes que enfrentan los misioneros en las culturas rurales empapadas de animismo y brujería. Misioneros experimentados les dieron consejos para ser una familia fuerte y dedicada a Dios en lugares aislados.

El grupo practicó el aprendizaje de lenguajes difíciles no escritos. Los participantes aprendieron a contar historias bíblicas a aquellos que no podían leer, y cada familia desarrolló planes de evangelismo para su etnia específica.

El horario diario también incluía tiempo personal de devoción, reflexión y oración.

“Pasamos mucho tiempo enfocados en las devociones personales,” dijo Barger. “Cuando tenemos personas en una comunidad cerrada sin electricidad, internet, teléfono, televisión ni ninguna otra cosa, podemos desconectarlas y darles alguna soledad.”

En medio del caos de criar a cuatro niños pequeños en la selva, Williams pudo separarse para tener tiempo personal con Dios. Ella dijo que este hábito fortaleció su vida espiritual a través del entrenamiento.

“Probablemente el mensaje principal del entrenamiento ha estado en mi vida de oración,” dijo. “Creo que probablemente esa es la cosa más destacada — saber que cuando nos vayamos de aquí y vayamos a nuestras etnias, necesitamos estar bien con Dios, necesitamos estar caminando en el Espíritu.”

A través del curso de cuatro semanas, los aprendices cayeron en una práctica, si no necesariamente cómoda, rutina de la selva. Aunque el primer día vio a un grupo de nerviosos novatos, el grupo que estaba sentado junto a la pista de aterrizaje un mes después, que reía y bromeaba acerca de su inolvidable experiencia mientras esperaba su regreso a casa, era dramáticamente diferente.

Ellos eran cocineros más creativos, mejores pescadores y matadores de insectos semiprofesionales. Eran expertos en navegar terrenos fangosos al tacto y con linterna. Lo más importante, eran mejores cuenta historias bíblicas, aprendices del lenguaje y guerreros de oración con planes establecidos para alcanzar a su etnia con el evangelio.

En este mismo lugar remoto en la Cuenca Amazónica, los líderes de IMB en América tendrán varias sesiones al año para preparar más misioneros para trabajar entre las etnias no alcanzadas.
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*El nombre ha sido cambiado. Emily Pearson fue escritora de IMB en América. Para enterarse cómo puede involucrarse en alcanzar a los perdidos en América y en el mundo, visite going.imb.org [3].