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La pobreza de una mujer china en el corazón de una mujer estadounidense

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CHINA (BP)–“Tu perro vive mejor que mi hija y yo,” dice Lu Wei Hong*. No está enojada; simplemente está describiendo los hechos. Mi perro tiene acceso diario a una comida nutritiva y agua potable y duerme en una cama dentro de mi apartamento con aire acondicionado.

Esta mujer china y su hija preadolescente rentan un cuarto en un barrio ennegrecido por el carbón, donde no hay cocina y no pueden hervir el agua para beberla. Comparten una cama pequeña.

Mientras Lu está llorando sentada en mi sala en China, me abruma la pobreza en este país. Lu siempre dice que su esposo la abandonó. Por meses yo pensé que estaba divorciada y que recibía una pensión. Pero me di cuenta que ella quería decir que su esposo se fue de esta tierra; murió hace cuatro años en un accidente de construcción.

Cuando su esposo murió Lu recibió una miseria por parte de la compañía constructora. Ella no tiene habilidades laborales, excepto trapear las escaleras y sacar la basura en mi condominio de apartamentos. Lu gana el equivalente a $75 al mes, una cantidad tan baja que uno de mis amigos chinos ha dicho, “Nunca logrará sobrevivir así.”

Los ancianos padres de Lu no pueden proveer ayuda financiera, y sus suegros cortaron la relación con ella y con su hija, Nie Ai Ju*, al percibirlas como mujeres inútiles.

A menudo me conmueve hasta las lágrimas ver las necesidades a mi alrededor. Aunque sé que no puedo satisfacer las necesidades de todos los que necesitan ayuda, intento hacer lo que puedo para practicar el llamado de Jesús de amar a los demás.

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Ofrecí a Lu regalarle un ventilador eléctrico, pero ella lo rechazó porque no puede pagar la electricidad necesaria para usarlo, le di un catre plegable para su hija, sin saber si podría abrirlo en su cuarto tan pequeño. Después me enteré que el catre no cupo, y Lu lo vendió para comprar alimentos.

En el mundo entero, Lu sabe que ninguna persona le ayudaría en una necesidad. Aunque puso su fe en Cristo cuando murió su esposo, no cuenta con amigos cristianos o una familia en la iglesia que le animen.

Las cargas de la vida la sofocan. Las largas jornadas de trabajo, el deseo de criar bien a su hija, y la necesidad de proveer alimentos, ropa, abrigo y cuotas de la escuela simplemente la abruman. Si se enferma, pierde su trabajo o incluso si tiene un accidente en bicicleta donde ella tenga que pagar los daños, caería de la cuerda floja donde se encuentra financieramente. El acto de equilibrio la deja exhausta. Emocionalmente, parece que estuviera a punto de colapsar. Necesita a alguien en quien apoyarse, una red de sostén.

En cuatro días me mudo de esta ciudad. ¿Qué puedo hacer en tan corto tiempo? No hacer nada no es una opción. ¿Qué tal si fuera yo quien hubiera nacido en su pobreza y circunstancias? ¿Detendrían los demás lo que hacen para ayudarme?

Para asegurarme que Lu no estuviera tan sola, le presenté a una cristiana local. Pan Hai Hua* es una anciana cuya posición en la comunidad le permite ser respetada y tener muchas conexiones. Pan, quien recientemente puso su fe en Cristo y fue bautizada, me dijo que ella quería servir a Dios ayudando a las viudas y a los huérfanos.

El buen nombre de Pan abre las puertas en esta ciudad. Ella ayudó a Lu y a Nie a mudarse a un barrio más seguro y más limpio, cuidando de todos los detalles para que Lu no se estresara. No solamente Pan reúne alimentos y dinero para la familia, si no que también usa sus influencias y logra que Nie vaya a una de las mejores escuelas en la ciudad, sin costo alguno.

Pan también arregló que una joven maestra cristiana, miembro de una casa culto, sea la tutora de de inglés de Nie durante los fines de semana. Los cristianos de la iglesia, ahora conscientes del predicamento de la familia, oran por ellas, al igual que los creyentes en el extranjero que han escuchado su historia.

Cuando visité a Lu unos meses después, ya no parecía que llevaba sobre su espalda el peso del mundo entero. Su familia en Cristo ha alivianado su carga. Ahora está humildemente agradecida.

El corazón de Pan también está lleno. Su servicio a Dios le ha dado a su jubilación el propósito y la satisfacción que nunca antes había experimentado.

Ahora resulta que no tengo que ser rica para cambiar la vida de alguien. Un catre, una presentación, un oído atento a escuchar –esas cosas que yo percibía como pequeñas y sin consecuencias, pueden salvar a alguien que está al borde de la desesperación.

1 de Juan 3:17 (RV1960) dice, “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” El Espíritu de Dios en mí no me permite no hacer nada al enfrentar tanta pobreza. Con la ayuda de Dios y del cuerpo de Cristo, puedo marcar la diferencia.
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*Los nombres fueron cambiados. La historia fue provista por el personal de comunicaciones de la Junta de Misiones Internacionales (www.imb.org).