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Los barrios de la Ciudad de México les llegan al corazón

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CIUDAD DE MÉXICO (BP)–Israel se recarga en una puerta de hierro en las calles del barrio de Tepito en la Ciudad de México. Con los brazos cruzados sobre su pecho y la cabeza inclinada para orar, cambia de pie de apoyo y luego se limpia las lágrimas.

Mauricio Rojas conoce ese sentimiento. Alguna vez caminó en los zapatos de Israel.

La adicción a las drogas que hoy esclaviza a Israel un día también atrapó a Mauricio. Parado al lado de Israel, Mauricio de da al joven su domicilio y le dice que lo visite cuando quiera.

“Cristo puede hacer cualquier cosa,” dice Mauricio. “A mí me sacó de la basura, y Él puede hacer lo mismo por ti.”

En la Ciudad de México, con sus 28 millones de habitantes, Israel es uno de los innumerables jóvenes que luchan con su drogadicción en un barrio donde proliferan el tráfico de drogas, la prostitución y el mercado negro. La presencia de adoración a los malos espíritus y de cultos animistas hacen que la oscuridad de barrios como el de Tepito parezcan agobiantes.

Mientras que otros misioneros se concentran en áreas en las afueras de la ciudad, William y Orpha Ortega son los únicos misioneros de la Junta de Misiones Internacionales (IMB, por sus siglas en inglés) que viven dentro de la Ciudad de México. La tarea delante de ellos y de creyentes como Mauricio es muy grande.

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Con cinco oportunidades para misioneros dentro de la ciudad asignadas sólo a la Ciudad de México, Tom Benson*, un estratega regional asociado de la JMI, calcula que aún faltan por llenarse 20 peticiones de obreros para los centros urbanos de todo el país.

“Tenemos que ir al lugar donde está la gente,” dijo Tom. “Tenemos ciudades completas dentro de la Ciudad en las cuales aún no hay un testimonio serio del Evangelio.”

Para la familia Ortega, la oscuridad espiritual de Tepito puede ser abrumante, pero también es la razón principal por la cual eligieron servir allí.

“Cuando Dios nos llamó a servirlo en la Ciudad de México, fue una gran lección para nosotros porque venimos a un lugar donde la gente está muriendo sin Cristo, sin esperanza,” dijo William. “Lo que intento hacer es sólo una pequeña parte de lo que se necesita hacer.”

Orpha, oriunda de Texas, había sido una misionera de verano en México. Ella y William, oriundo de Costa Rica, estuvieron involucrados en el ministerio y en educación en Carolina del Norte y en Utah antes de convertirse en misioneros de la JMI.

Cuando los Ortega y sus dos hijas se mudaron a la Ciudad de México en 1999, comenzaron a trabajar en las periferias de la ciudad. Después que un compañero misionero le pidió a la pareja que desarrollara maneras creativas para alcanzar a los que habitan dentro de la ciudad, ellos comenzaron a aventurarse en áreas como Tepito.

Orpha escribió una extensa lista de estrategias de evangelismo. Le gustaron a Benson y pidió a los Ortega que consideraran cambiar su enfoque hacia el interior de la ciudad para ponerlas en práctica.

Desde mediados del año 2006, William y Orpha han trabajado a la par de los creyentes de la Ciudad de México, como Mauricio, para iniciar iglesias en la parte interior de la ciudad. Con cinco casas-culto y cuatro grupos de evangelismo comenzados en áreas como Tepito, Orpha dice que el mayor problema no es la falta de cosecha, sino la falta de obreros para levantarla.

“Nuestra meta es alcanzar Tepito con el Evangelio y no lo podemos hacer solos,” dijo William.

William y Orpha entienden cómo el miedo fácilmente puede desviar a aquellos que desean servir. De hecho, los Ortega aún recuerdan sus propios miedos y dudas acerca de servir en una de las áreas de la ciudad más plagada por el crimen.

“Es normal tener miedo,” dice Orpha. “Sólo oramos y le pedimos a Dios que nos diera paz porque alguien tiene que hacerlo.”

María Martínez, quien se autonombra una bruja de Tepito, está parada junto a los símbolos pintados en la acera donde se marca la entrada al altar de la Santa Muerte.

María cree que al pararse sobre las marcas blancas ella recibe purificación, limpieza y protección de sus enemigos.

“Creemos que cualquier cosa que pidamos, ella nos lo dará,” dijo María acerca de la santa.

De pie junto a un esqueleto de plástico cubierto por un manto azul y una peluca negra, los adoradores de este culto se persignan y ponen sus manos sobre el vidrio de la ventana que resguarda el altar. En la base del altar hay caramelos, flores y velas tirados donde otros se inclinan en reverencia.

Se calcula que hay 700 altares a la Santa Muerte y unos 2 millones de adoradores por toda la Ciudad de México, y William y Orpha se dan cuenta de que la batalla por las almas de quienes viven en el interior de la ciudad no es contra carne y sangre.

“Conocemos [al enemigo] que enfrentamos,” dice Orpha, “y sabemos en nombre de quien vamos — y Él es mayor [que nuestro enemigo].”
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Kristen Hiller es una fotoreportera de la Junta de Misiones Internacionales de los bautistas del sur.
*Nombre cambiado,