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Misionera en Uruguay, jubilada, muere a los 102 años; crió 8 hijos


OCEAN SPRINGS, Miss. (BP)–A los 102 años de edad, Ruth Carlisle seguía confiando en el poder de la oración.

Cuando uno de los empleados que cuidaba de ella en el asilo le dijo que su nieto había sido diagnosticado en el vientre con un serio defecto de nacimiento, la Sra. Carlisle no dudó un solo minuto.

“Vamos a orar,” dijo.

Siete meses después de nacimiento, el bebé estaba totalmente normal.

La fe en la oración, la preocupación por los demás y la confianza en Dios que mostró la Sra. Carlisle en ese momento, fueron detalles constantes en su vida, la cual incluyó 29 años en el campo misionero. La misionera más longeva jubilada en la Junta de Misiones Internacionales, la Sra. Carlisle, murió el 5 de junio a la edad de 102 años. Su fallecimiento selló el legado de una mujer sencilla cuya vida y ministerio siguen asombrando a aquellos que la conocieron.

La Sra. Carlisle, oriunda de Shawnee, Oklahoma, y su esposo Robert fueron asignados como misioneros para Uruguay en 1940 por la Junta de Misiones Extranjeras (después llamada Junta de Misiones Internacionales). Su curso de capacitación fue una charla de 30 minutos con el presidente de la junta, seguida por un viaje en barco hasta Uruguay.

Al llegar a Uruguay sin hablar español o tener entrenamiento multicultural, la familia Carlisle los aprendió sobre la marcha, plantando iglesias. En 1956, comenzaron un instituto bíblico en su hogar.

Era un trabajo arduo en un país donde la mayoría de la población es agnóstica.

“Poco a poquito, la gente vino al Señor. No fue rápido,” dijo la Sra. Carlisle a un reportero en el 2007. “Uruguay nunca ha sido un lugar fácil para ganar personas.”

Además de criar una familia con ocho hijos, también administraba una multitud de tareas.

“Soy la administradora de la cocina, la nutricionista, la consejera del consejero de estudiantes, la maestra de varios cursos, y en caso de que algún estudiante se enferme, yo ayudo a hacer el diagnóstico y la consulta junto con el doctor,” escribió en un reporte de 1964.

Su hijo Jason, un consultor de movilización hispana con la JMI, recuerda su devoción por su familia, incluso después de largos días de trabajo.

“A veces en la preparatoria cuando yo estudiaba para un examen, bajaba las escaleras a la medianoche para tomar un vaso con agua,” recuerda. “Mi madre estaba allí planchando la ropa de todos nosotros. Luego despertaba por la mañana y los panecitos ya estaban listos para comerse. Era algo asombroso.”

El servicio de la Sra. Carlisle en Uruguay se caracterizaba a veces por el sufrimiento, el cual incluyó la ausencia de una familia. Se le notificó a través de una carta que su madre había muerto, la única vez que Jason recuerda verla llorar profundamente. Un accidente devastador la dejó a ella y a su esposo Robert en el hospital durante varias semanas. Todo formaba parte del llamado que ella estaba dispuesta a responder.

“Se requirió mucho arduo trabajo, mucho amor para el Señor y confianza en Él,” dijo Jason acerca del tiempo que pasó su madre en el extranjero.

La familia Carlisle se jubiló del servicio misionero en 1969, regresando a vivir en Louisiana. La Sra. Carlisle apoyó el ministerio de su esposo hasta que éste muriera en 1978, un evento que la llevó a depender aún más del Señor.

“Recuerdo que después de la muerte de mi padre, [mi madre] me dijo, ‘Ese fue el momento cuando me sentí más cerca de Dios en toda mi vida,'” dijo Jason Carlisle.

Se dedicó a la oración, pasando horas intercediendo por sus hijos, por Uruguay, por la gente que conocía y por otras cosas que ella amaba.

“Le pedíamos que orara por un nuevo creyente o por alguien que vino a la iglesia,” dijo Jason. “Seis meses después, preguntaba qué había pasado con ellos cuando nosotros ya nos habíamos olvidado del asunto.”

Aunque la Sra. Carlisle vivió con un salario fijo, continuó siendo generosa. Jason recuerda que su madre, ya en los 90 años, le escribió para anunciarle que había alcanzado su meta anual de dar $3,000 a la Ofrenda Lottie Moon para las Misiones Internacionales.

La fortaleza física de Carlisle era legendaria entre sus hijos, algunos de ellos la llamaban en broma ‘incansable’. Sobrevivió el accidente en auto, una pelvis rota que los doctores ni siquiera notaron y un ataque al corazón en 1969 del que nadie se enteró hasta un año después. Al inicio se negó a someterse a una cirugía de corazón abierto a los 90 años, diciendo que lo más posible era que le añadiera tan sólo “uno o dos años” a su vida. Con el tiempo, aceptó la cirugía.

Leía las noticias con avidez así como lo más reciente en misiones internacionales. Su longevidad y lucidez mental le permitieron continuar ministrando a las mujeres. La Sra. Carlisle frecuentaba los hospitales e invitaba a las otras mujeres a su casa para gozar de su actividad favorita: el té inglés de la tarde.

“Salía y visitaba a todo mundo,” dijo su hijo. “Luego, cuando ya no podía salir mucho, llamaba a todo mundo y chequeaba cómo estaban.”

Pero ella era, después de todo, tan sólo una mortal. Jason recuerda los últimos momentos de su madre, rodeada por su familia y con una manera tan inesperada en que terminó su vida. Al acercarse a la muerte, la familia comenzó a cantarle algunos de sus himnos favoritos. Pero había uno en particular que no podían recordar.

“Finalmente alguien lo recordó,” dijo Jason. “Cuando comenzamos a cantarlo, casi por completo cerró sus ojos, miró a su alrededor, los cerró, y eso fue todo. Era como si estuviera esperando ese himno.”
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Marcus Rowntree es un interno que escribe para la Junta de Misiones Internacionales.

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  • Por Marcus Rowntree