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Víctima de tráfico humano incluso asistía a la iglesia

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NUUEVA YORK (BP) — Todos queremos ser amados. Anna no era la excepción. Cuando era una adolescente, conoció y se enamoró de un hombre mayor que le dio lo que añoraba. ¿Podría ser él quien le amara y le aceptara tal como era? se preguntaba.

Este deseo de ser amada la hizo vulnerable ante su novio, quien tenía planes dudosos para su relación. En el curso de los siguientes meses, ella fue sutilmente manipulada para formar parte de su “proyecto especial” de arte. Sin darse cuenta, fue llevada al mundo del tráfico humano con fines pornográficos.

El tráfico humano ocurre cuando aquellos más vulnerables son explotados con fines de lucro comercial. Según el movimiento Walk Free [2], se calcula que hay hasta 36 millones de personas trabajando como esclavos hoy en día. Con casos reportados en los 50 estados de los EE UU, queda claro que cualquier persona puede ser afectada por este mal, ya sea el hombre en India que es forzado a trabajar en contra de su voluntad en una fábrica de ladrillos o la joven de 17 años sentada en la banca trasera de una iglesia sureña que es usada por su novio en el tráfico humano sexual.

Mientras Anna compartía su historia conmigo, no podía quitarme de la cabeza una pregunta, “¿Cómo te sirvió la iglesia local durante el tiempo que fuiste explotada?” Al escuchar mi pregunta, se rió. “Por años,” respondió, “fui a la iglesia con regularidad. Nadie notó nada. Todos pensaban que era feliz., así que no pensaban que pasaba algo malo.”

La historia de Anna no es tan fuera de lo común.

Amanda Eckhard, directora de los programas Restore NYC, y quien trabaja con unos 200 sobrevivientes del tráfico sexual al año, dice que muchos de sus clientes tenían permiso de sus traficantes para asistir a los servicios de la iglesia. Muchos de ellos asistían a comunidades de fe con regularidad. Otros en el movimiento anti-tráfico confirman lo que Eckhard ha afirmado, que la iglesia local es uno de los pocos lugares donde pueden ir las víctimas del tráfico humano sin que sus explotadores les detengan.

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Para los cristianos, esto debe ser buenas noticias, ya que la iglesia ha sido llamada a cuidar de “los más pequeños.” Esta frase se encuentra en la que ha sido conocida como la Parábola de la Ovejas y los Cabritos (Mateo 25:31-46), donde Jesús se sienta como el juez del juicio final, diciendo a aquellos a su derecha, las ovejas: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.” (Mateo 25:34). “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.” (Mateo 25:40). Sin embargo, los de su izquierda, los cabritos, son maldecidos y condenados porque su fe no tenía obras de misericordia y compasión.

Si esto es verdad, ¿Por qué no estamos escuchando más historias como la de Anna?

Si somos honestos con nosotros mismos, no estamos en sintonía para encontrar a los individuos vulnerables como Anna — ni siquiera a nuestro alrededor. ¿Cómo puede la iglesia local ser las manos y los pies de Jesucristo si no somos sus ojos y sus oídos? ¿Cómo podemos amar a alguien si ni siquiera sabemos que existe?

Aquí hay varias sugerencias para comenzar:

–Échale otro vistazo al Evangelio. Con Cristo, vemos al Rey de Gloria llegar a un mundo quebrantado y hacerse vulnerable — al punto de muerte para salvar al vulnerable. Cuando no teníamos nada que ofrecer, Él vivió, murió y resucitó en lugar de aquellos que lo desafiaron. Mientras descansamos en esta verdad, nos encontraremos motivados a amar a otros sin garantía de reciprocidad.

–Ora. El Evangelio nos guía a orar por otros, especialmente aquellos en grandes necesidades. Mientras comenzamos a orar por las personas vulnerables en la comunidad, nuestros ojos comenzarán a abrirse. Mientras nos arrepentimos de no haber puesto atención activamente, tendremos oportunidades para ayudar. Mientras oramos por las víctimas del tráfico, los traficantes y quienes compran sexo, seremos motivados a tomar acción. Nuestro Dios es un Dios de justicia que ama “a los más pequeños” más de lo que nosotros podremos hacerlo.

–Toma consciencia del tráfico humano. Aprende a identificar y reaccionar ante aquellos que han sido explotados. “Reconoce las señales” es un útil resumen publicado por Polaris, una organización anti-tráfico y sin fines de lucro, en https://polarisprojectect.org/recognize-signs [4].

–Responde. Una maravillosa manera de responder es agregando a nuestro directorio el número telefónico de la Línea de Ayuda Nacional para el Tráfico Humano, 1-888-373-7888. Cuando llamas a este número, te saludará alguien que desea ayudarte a cuidar de aquellos que están siendo explotados. Ellos tomarán la información que tú les des y la pasarán a las autoridades adecuadas en tu comunidad.

–Conoce mejor a otros miembros de tu iglesia. La batalla contra el tráfico humano puede comenzar con un acto tan simple como el escuchar la historia de alguien. Mientras vamos conociéndonos y construyendo relaciones más profundas dentro de la iglesia, tendremos una mejor posición para responder con nuestros corazones y ojos bien abiertos.

Anna encontró ayuda en los cristianos que tenían los ojos bien abiertos. Fue durante el tiempo que pasó en Mercy Ministries, un programa residencial cristiano que trabaja con jovencitas, que se dio cuenta que su identidad no se basaba en su explotación sino en Cristo, quien estaba de su lado. Desde entonces, Anna se ha convertido en una defensora de la lucha contra el tráfico humano (puedes ver su página en internet en http:annamalika.com) y en la creadora de una línea de moda aptamente llamada “Freedom is the New Beautiful.”

Mientras Anna comparte su historia, no se refiere a sí misma como una sobreviviente del tráfico humano si no como una persona que lo superó. Mientras estaba en una situación vulnerable en busca del amor, lo encontró en la persona de Jesucristo. Como quienes comparten este amor, notemos a los vulnerables — especialmente si están sentados en la banca de atrás en nuestra propia congregación y parece que nada malo está pasando.