
WASHINGTON (BP)–¿Vivir juntos antes de casarse aumenta las probabilidades de tener un matrimonio exitoso? La respuesta puede sorprender a algunos.
Entre el 50 y 60 por ciento de todos los matrimonios comienzan con la pareja en cohabitación y muchas de esas parejas sin duda creen que están haciendo algo sabio de entrada. Pero, de hecho, el vivir juntos antes de casarse aumenta las probabilidades de divorcio en el primer matrimonio — 67 por ciento de las parejas que cohabitaron terminan divorciadas, comparadas con el 45 por ciento para quienes se casan por primera vez [sin haber cohabitado].
Éste y otros hechos desmitificadores forman el eje de un nuevo libro escrito por Mike y Harriet McManus, “Living Together: Myths, Risks & Answers” (Howard Books) con un prólogo de Chuck Colson. Cofundadores de la organización Marriage Savers, esta pareja ha invertido la mayor parte de sus vidas en tratar de fortalecer matrimonios y disminuir la tasa de divorcio.
Las advertencias bíblicas en contra de la cohabitación, dice el libro, son apoyadas por las estadísticas que muestran que es una mala idea.
“Los hombres y las mujeres cohabitan por diferentes razones,” explica Mike McManus en una conferencia donde discutió el libro. “Las mujeres lo ven como un paso hacia el matrimonio. Piensan que pueden tener una audición para conseguir este trabajo. Los hombres lo hacen porque les gusta tener sexo a la mano y tener a alguien con quien compartir sus gastos de manutención. Las mujeres deberían seguir los consejos de sus madres — si le regalas la leche, no te va a comprar la vaca.”
La cantidad de parejas que cohabita se ha disparado en las últimas décadas, de ser 439,000 en 1960 a más de 5 millones hoy en día. Cerca del 10 por ciento de las parejas que se casaron entre 1965 y 1974 vivieron juntos antes de casarse. Hoy, ese número rebasa el 50 por ciento.
Las parejas que viven juntas no sólo tienen bastantes más probabilidades de divorciarse después de casarse, sino que cerca del 45 por ciento de ellos se separan antes de casarse, mostró el estudio. La cohabitación, explicó McManus, tiene una alta tasa de fracaso porque se basa en el egoísmo.
“‘Si me haces sentir amado, entonces puede ser que me case contigo. Si me haces feliz, entonces puede ser que me case contigo,'” comentó McManus. “El amor y el matrimonio son una inversión, y la cohabitación es una ruleta. La cohabitación es condicional; el matrimonio se basa en la permanencia. Estas son premisas psicológicas radicalmente diferentes. El amor verdadero es desinteresado — busca servir al otro. La cohabitación se basa en el egoísmo — ‘¿Cómo me satisfará esta relación'”
Añadió que ningún estudio ha mostrado que la cohabitación beneficia las relaciones.
Harriet McManus descontó la noción de que las parejas pueden pasar por un “matrimonio de prueba”
“[E]s más similar a un ensayo de divorcio,” dijo en una conferencia de prensa en Family Research Council. “La única cuestión es si te separas antes de la boda o después de la boda en un divorcio legal. Como lo dijo uno de nuestros amigos quien es un educador matrimonial, no puedes ensayar la permanencia. De cada 100 parejas que cohabitan, 85 se separan antes o después de la boda, dejando sólo 15 parejas en un matrimonio que dura 10 años, y quién sabe cuántos más se divorcia después de los 10 años.”
Las mujeres que cohabitan tienen más probabilidades de sufrir abuso y tener depresiones que las mujeres casadas, dicen los estudios citados por los McManus. Además, los hombres y las mujeres en un arreglo para vivir juntos tienen más posibilidades de ser infieles uno al otro. Pero quizás lo más preocupante es que las parejas que cohabitan tienen casi tantas probabilidades de tener hijos como las parejas casadas — lo que significa que esa relación fracasada tiene un impacto que va más allá de la pareja.
“Los hijos se sienten abandonados cuando uno de sus padres se va de la casa,” dijo Harriet McManus. “Eso causa un gran trauma en los niños, triplicando las posibilidades de que el niño sea expulsado de la escuela [comparado con] aquellos que crecen en una familia intacta.”
Las parejas que creen que pueden ahorrar dinero al cohabitar deben sopesar no sólo el mandamiento bíblico en contra de ello sino también las muy probables consecuencias negativas de su decisión, explicaron los McManus. En lugar de esto, tales parejas deberían buscan compañeros de vivienda de su mismo sexo para así ahorrar dinero, añadieron.
A menudo, las parejas cohabitan porque casi nunca han visto de cerca un matrimonio exitoso, explicó Mike McManus.
“La mayor razón debajo del disparado aumento de la cohabitación es que en esas parejas, uno o ambos crecieron en hogares divorciados o en un hogar donde los padres no estaban casados,” dijo. “Estas parejas jóvenes temen al matrimonio porque temen un divorcio.”
Las iglesias deberían de ser mentoras de las parejas comprometidas en matrimonio como parte de un medio para fortalecer las relaciones, detener la cohabitación y evitar los divorcios, creen los McManus. Las estadísticas les apoyan. De 288 parejas que tuvieron un mentor en su iglesia entre 1992 y 2000, sólo siete se divorciaron o separaron. Cincuenta y cinco de las parejas (19 por ciento) terminaron su relación antes de casarse.
“Ese porcentaje es enorme — 19 por ciento,” exclamó Mike McManus acerca de las separaciones. “Necesitas tener un proceso con un mentor que sea lo suficientemente riguroso para que las relaciones débiles se disuelvan por sí mismas o mejoren y se fortalezcan.”
La cohabitación, según cree Mike McManus, es un tema que los pastores eluden muy a menudo.
“Creo que si se predicaran sermones sobre este asunto y si las iglesias ofrecieran una alternativa — una mejor manera de examinar la relación — el país estaría en una mejor situación.”
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Con reportaje de Katherine Kipp, una interna en el buró de Baptist Press en Washington.
