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EDITORIAL: ¿Impaciente?

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SPRINGFIELD, Tenn. (BP) — Todos hemos estado allí. La impaciencia es esa intranquilidad producida por algo que molesta o que no acaba de llegar. Allí está el conductor que viaja por una carretera de doble vía y encuentra a otro vehículo que va más despacio. No aguanta más, acelera a fondo y se adelanta. Viola la ley y se expone el mismo y a otros a un accidente.

Lo vemos en el trabajador que quiere alcanzar el éxito y se frustra cuando no ve los resultados que quiere. Lo observamos en el enamorado que avanza vertiginosamente en una relación sentimental sin límites vulnerando los derechos de la otra persona y precipitándose en la toma de decisiones. Lo reconocemos en el niño que quiere un juguete y lo quiere ya. Lo identificamos en el adolescente rebelde que no puede esperar más y se desboca por un capricho al momento. ¡La impaciencia es un problema serio!

Aprender a esperar no es fácil. Pero la impaciencia puede ser muy costosa. Esta puede tener consecuencias funestas para nuestra vida espiritual, emocional y física. Perjudica la salud. Nos impide disfrutar de nuestros días. Complica las cosas porque tratamos de “acelerar” los acontecimientos y por lo general terminamos creando más problemas. Nos impide disfrutar el presente y vivirlo a plenitud. Nos distrae. Nubla la visión de lo que Dios quiere que experimentemos.

El Salmo 37 es un hermoso canto a esa actitud de tener poca tolerancia, desear tener el control y querer ir un paso más allá de la realidad misma. Nos exhorta a no impacientarnos con el obrar de la providencia divina. “No te impacientes a causa de los malignos, No tengas envidia de los que hacen iniquidad. Porque como hierba serán pronto cortados, Y como la hierba verde se secarán.” (37:1-2) Debemos confiar en el Señor y hacer el bien. Deleitarnos en sus caminos y no poner nuestra mirada en cosas terrenales son el récipe divino para la paciencia.

La impaciencia está relacionada con la frustración y la irritación. No es una buena consejera. Queremos algo ya y nos metemos en deudas que no podemos pagar. Por lo general, la persona impaciente pospone tareas importantes y deja otras cosas para más adelante. Cuando somos impacientes tomamos decisiones a la ligera y sin meditar. Generamos problemas económicos y conflictos relacionales. Nos llenamos de más estrés. Un estudio reciente indica que las personas impacientes son más propensas a verse implicadas en incidentes violentos, consumir mucho alcohol y comportarse con agresividad.

La Biblia nos exhorta a comportarnos con humildad, equidad y paciencia. El autocontrol es una característica del fruto del Espíritu. “Quédate quieto en la presencia del Señor, y espera con paciencia a que él actúe. No te inquietes por la gente mala que prospera, ni te preocupes por sus perversas maquinaciones. ¡Ya no sigas enojado! ¡deja a un lado tu ira! No pierdas los estribos, que eso únicamente causa daño.” (37: 7-8)

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Aprendemos a ser pacientes cuando nos sometemos a Dios y su bondad. Lo hacemos al entregarle nuestra agenda sin reservas. Esta lección no se adquiere en el aula del orgullo. Se aprende en la escuela de la gracia, no en los pasillos de la desesperación. Se recibe cuando aceptamos las paradojas y las contradicciones de la providencia. Reconocemos que él está en control y es justo en todas sus acciones. El Todopoderoso conoce la razón y el por qué de cada cosa que sucede.

No te impacientes. En otras palabras, no te inquietes. No te indignes ni te irrites. No te enciendas o te “quemes” ardiendo de ira. Busca Su llenura. “Día a día el Señor cuida a los inocentes, y ellos recibirán una herencia que permanece para siempre. No serán avergonzados en tiempos difíciles; tendrán más que suficiente aun en tiempo de hambre.” (37:18-19)
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