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EDITORIAL: 5 anclas para no perder la cabeza

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[2]Vivimos tiempos desafiantes, cambiantes y manchados por el pecado. Las circunstancias y las presiones de la vida pueden dejarnos confundidos, sin fuerzas y a punto de perder la cabeza. En medio de un lío, las tormentas y las decepciones, Dios nos ha dado cinco anclas que nos pueden ayudar no solo a mantenernos a flote, pero a mantenernos firmes y caminar lentamente hacia delante. He aquí cinco verdades acerca de la fe en Cristo que puedes recordar cuando enfrentas estrés, pruebas, tribulaciones o dudas.

Primero, eres amado. La Biblia nos recuerda que Dios es amor. Las Escrituras no solo dicen que Dios es amoroso y que te ama sino que su misma esencia es amor. Cada parte de su naturaleza refleja el amor eterno, real e inconmovible que tiene hacia nosotros. Cuando las olas fuertes estremecen nuestra barca, podemos pensar que Dios nos ama solo algunos días. Pero es que el amor de Dios por nosotros es incondicional y no cambia. No se achica ni se abstiene por lo que nos pueda suceder. Es inmutable y lo ha demostrado. No estamos solos. Él está con nosotros. Esta ancla nos llena de paz. Contamos con su presencia. Su vara y su cayado nos dan aliento. Nos protegen y confortan.

Segundo, estás seguro. Si estás leyendo estas líneas es porque todavía hay aire de vida en tus pulmones. Estás vivo. Al leer las historias del Antiguo Testamento acerca del viaje de los israelitas de Egipto a la Tierra Prometida, recordarás las muchas veces en que estos se quejaron, cuestionaron y no confiaron en Dios completamente. Esto a pesar de las muchas demostraciones del inmenso poder de Dios que veían.  Plaga tras plaga, lucha tras lucha y provisión tras provisión. Cuando las cosas no salían como ellos esperaban se sentían abandonados, olvidados y frustrados. Pensaban que Dios se había apartado de ellos. ¿Qué te aqueja hoy? ¿Deudas, desempleo, problemas de salud? Nuestra seguridad no depende de la habilidad que tenemos de controlar las circunstancias. La encontramos en Dios. Nuestros fracasos, inmadurez, debilidades y miedos no hacen que Dios desaparezca. Estamos seguros en él y arraigados en su paz.  Esto nos permite vivir seguros.

Tercero, estás justificado. Hemos sido salvos por gracia y esto es un regalo inmerecido. Si has aceptado a Cristo como tu Salvador, tienes paz con Dios. Antes de esta decisión, éramos enemigos de él. Hemos sido reconciliados con el Autor del universo y Aquel que formó nuestras entrañas. Dios no nos ha dado la salvación pretendiendo quitárnosla en algún momento. Esta no es un regalo condicionado a ciertos requerimientos o conducta. Es un acto de su sola bondad y pura misericordia de Dios. Al abrazarlo tenemos perdón, justificación y salvación eterna. Este regalo no está limitado a treinta días. No se te ha otorgado bajo ciertas condiciones o en un período de prueba. Es totalmente tuyo para siempre. Esta verdad nos infunde gratitud y puede llenarnos de fe aún en los momentos más oscuros de la vida.

Cuarto, eres santo. La santidad de la que la Biblia habla no es el resultado del esfuerzo humano. Un santo no es una estatua o alguien sin pecado. La verdadera santidad no se obtiene viviendo en nuestras propias fuerzas. Eso es ser un santurrón. Eso no quiere decir que no debamos vivir sabia y correctamente. El fundamento de nuestra santidad es que hemos sido creados a la imagen y semejanza de Dios. Es una invitación sagrada a vivir con el, en el y por el. Ser santo es ser suyo. Nuestra satisfacción completa está en sumergirnos en las profundidades de su amor y reconocer lo sublime y lo grande de ser creados a la imagen de Dios. Cada vida es sagrada y única. Nuestra identidad y valor están basados en la realidad que somos un hijo o hija de Dios.

Finalmente, eres llamado. Esta realidad es una verdad transformadora. Implica que tenemos algo que ofrecer, un propósito para el cual vivir.  Es reconocer que debemos ser llenos de su Espíritu y vivir siendo controlados por él. Tu contribución es importante. Hay gente que depende de ti. Tienes responsabilidades. Tienes influencia sobre otros. En otras palabras, tienes una misión. Alguien ha dicho que los dos días más importantes en la vida de una persona son el día de su nacimiento físico y el día en que descubre el propósito para el cuál Dios lo ha puesto en este mundo. Dios nos ha escogido y no somos un accidente. No somos producto de un accidente, evolución o reencarnación por lo que terminamos aquí en este mundo. Algo dentro de nosotros mismos nos impulsa a ser parte de algo más grande que nosotros mismos. Ser llamado es descubrir la vida en abundancia que Cristo promete. Es reconocer las habilidades, talentos y dones que Dios nos ha dado y ponerlos al servicio de otros porque tenemos algo que ofrecer.

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Porque Él vive, mi ancla me sostiene.