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EDITORIAL: ¿Quién es Jesús?

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[2]A veces lo frecuente o repetido, acaba haciéndose costumbre, al punto de pasar inadvertido. Sucede con todo. Por ejemplo, la pequeña mancha en la camisa, detectada cuando ya vamos conduciendo y sin tiempo para regresar a cambiarnos, hasta el bote de la basura al lado de la puerta de la oficina. Al principio es casi ofensivo e inadmisible, para poco a poco ir perdiendo la importancia inicial hasta que dejamos de notar el problema y llegar a obviarlo. Y así sucede con casi todo en esta vida. El ser humano tiende a acostumbrarse a las cosas, tanto buenas como malas, al punto de dejar de notar lo que en un momento le produjo admiración o rabia.

Me he sorprendido muchas veces, prestándole más atención a la introducción de un sermón o estudio bíblico o a la búsqueda de una ilustración que enfatice la enseñanza que al llamamiento que haré al final. Tal vez, el no ver muchas caras nuevas, nos pudiera llevar a asumir que todo el mundo en la audiencia conoce a Cristo y que lo ha recibido como Señor y Salvador, e incluso que sabe perfectamente el contenido y propósito de la invitación que hacemos al final, si es que llegamos a hacerla.

Pero incluso, teniendo en cuenta a algunos que consideramos cristianos, porque asisten regularmente a una iglesia, ¿sabemos qué piensan ellos de Jesucristo? La lectura de Mateo 16:13-20 me lleva a formularme esa pregunta.

Si decidiéramos hacer una encuesta en un centro comercial o en una esquina o parque popular en nuestra ciudad para preguntarle a las personas si saben quién es Jesús, probablemente nos sorprendería ver que la mayoría de las personas tiene alguna idea, aunque pudiera ser errónea, de Jesús. Creo que Él no es un desconocido.

Jesús se encontraba con Sus discípulos en el norte en la región de Cesárea de Filipo. Había convivido con ellos por más de dos años y medio. Ellos lo habían escuchado, lo habían visto orar, lo habían observado actuando ante diferentes situaciones, habían presenciado Sus milagros desde convertir el agua en vino hasta levantar a Lázaro de la tumba, se podía decir que sin lugar a duda ellos conocían a su Maestro.

El contexto en el que se encontraban no era favorable a ellos, no había personas que estuvieran maravilladas por la presencia de Jesús. Los líderes religiosos judíos lo rechazaban. Los fariseos no daban crédito a las señales que Jesús había hecho en la tierra y pedían que les diera una señal del cielo. La actitud de ellos me recuerda el refrán que dice que: “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.

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Entonces Jesús les pregunta: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” (Mateo 16:13b). Las respuestas que dan los discípulos sobre lo que dice la gente nos muestra claramente que Jesús era una figura popular. Me llama la atención que Jesús no preguntó lo que decían los líderes religiosos judíos.

En medio de ese ambiente, Jesús decidió que era tiempo de que sus discípulos se graduaran del curso intensivo que Él les había impartido, y como examen final los confrontó con la pregunta más importante que podía hacerles: 15 ¿Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? (Mateo 16:15b). Esta pregunta me ha hecho meditar muchas veces en la posibilidad de que alguien pueda llegar a estar muy cerca de Jesús y, sin embargo, no conocerlo. No hubo una conferencia de discípulos para elaborar una respuesta colectiva, ni solicitaron un tiempo para elaborar una tesis y presentarla para ser discutida. Simplemente hay once discípulos que callan y uno, Pedro, que dice: …”Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. (Mateo 16:16b).

En este caso la calificación no se demora y Pedro se gradúa con distinción, con Suma Cum Laude, y su título no puede ser más excelso. “17 Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. 18 Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. 19 Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”. (Mateo 16:17-19).

Casi todas las personas, a lo menos han escuchado hablar alguna vez, de Jesús. Pero no es suficiente con eso. No creo que resulte fácil encontrar a alguien que diga: “Yo no sé de quien usted me habla”. Pero no es suficiente con conocer la información. De ahí la importancia de este asunto. Nos encontramos ante una pregunta de vida o muerte que afecta a todos los seres humanos incluyéndonos a nosotros. Y hemos sido comisionados para decirle al mundo quien es Jesús.

Esa tiene que ser nuestra tarea a tiempo y fuera de tiempo. Tenemos que ser mensajeros permanentes que sin descanso le mostremos al mundo inconverso que nos rodea, con nuestras vidas y nuestro mensaje el camino de la salvación.

Esta es nuestra tarea más importante y debe quitarnos el sueño cuando vemos personas que tendrán que enfrentar la eternidad sin que alguien les haya testificado de Jesús. Todo lo demás que hagamos en la obra de Dios tiene menos importancia. Presentemos sin cansancio y sin descanso a el Cristo, el Hijo del Dios viviente a este mundo secular que nos rodea.