Mi privilegio y responsabilidad es colaborar con iglesias para inspirar, entrenar y equipar a sus miembros de tal manera que ellos también compartan el evangelio y cumplan la gran comisión de Cristo a ir a todo el mundo y hacer discípulos (Mateo 28:16-20). ¡Este mandato no es una sugerencia sino la gran comisión! Evangelizar es un privilegio y debe de ser un gran gozo compartir el evangelio con otros para que ellos también puedan experimentar la salvación y las bendiciones que esa salvación puede traer. Si no estamos compartiendo el evangelio, es posible que se nos ha olvidado el gran alivio y aliento que recibimos cuando fuimos reconciliados a Dios.
La realidad es que tendemos de hablarle a otros sobre las cosas que nos entusiasman. Cómo seguidores de Cristo, debemos de compartir el evangelio con la misma alegría y entusiasmo con cuales compartimos las cosas agradables y buenas que nos pasan. Los apóstoles tendían compartir el evangelio de tal manera (Hechos 4:1-20). Las siguientes son tres razones por las cuales no podemos dejar de compartir el evangelio y decirle a otros lo que hemos visto y oído en Cristo.
- El impacto de Dios en nuestras vidas: “Porque el amor de Cristo nos impulsa, considerando esto: que uno murió por todos; por consiguiente, todos murieron. Y él murió por todos para que los que viven ya no vivan más para sí sino para aquel que murió y resucitó por ellos…De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas… Así que, somos embajadores en nombre de Cristo” (2 Cor. 5:18-20). Es decir, toda persona por la que Cristo murió y resucitó, también ha muerto y resucitado, está en Cristo y, por consiguiente, es una nueva creación. Por eso, impactados por el amor de Dios, y rebosando de gozo y gratitud hacia Él, nos convertimos en embajadores enviados por Cristo a todas las etnias.
Hay que tener en mente que, cuando compartimos el evangelio con algunas personas, les va a molestar. A los oficiales religiosos, civiles, y militares judíos también le molestaban que los apóstoles les hablaran a ellos y a otros de nueva vida en Cristo (Hechos 4:2). Sin embargo, los apóstoles cumplieron con su misión. Cristo, quien es perfecto, compartió el evangelio y lo crucificaron. Ahora, si odiaron a Cristo quien fue perfecto, ¿Qué de nosotros que somos imperfectos?! ¡Los apóstoles también tuvieron miedo! En ese entonces, ¡ellos no eran los meros-meros, sino los más o menos y eso más menos que más! No obstante, impactados por Dios, ahora vemos que regresan al mismo lugar donde temían las autoridades y la multitud para declarar que Jesús vive y que Jesús transforma.
- El impulso del Espíritu Santo: Hechos 1:8 dice, “Pero recibirán poder cuando el Espíritu Santo haya venido sobre ustedes, y me serán testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra.” Cuando somos sellados con el Espíritu Santo en el momento de nuestra salvación (Efesios 1:13), confiamos que él nos guía (Lucas 12:12). El temor en testificar no es del Espíritu de Dios que mora en nosotros: “Porque no nos ha dado Dios un espíritu de cobardía sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Tim. 1:7). Además, es el Espíritu, quien verdaderamente logra convencer a una persona de su necesidad de Cristo (Juan 16:8-11).
- La importancia de nuestra misión: Todos somos pecadores por naturaleza y elección (Rom. 3:23). La realidad de la mayoría de la gente en este mundo es que están “muertos en sus delitos y pecados” (Efe. 2:1), en camino al infierno, y apartados del compañerismo de Dios. Su única esperanza es ser reconciliados con Dios en Cristo: “Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Todos necesitan escuchar el evangelio recibir a Cristo (Juan 1:12) porque, “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que desobedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él”. (Juan 3:36). Noten bien aquí que lo opuesto a creer, o confiar, no es “dudar” sino desobediencia.
Si verdaderamente creemos en Cristo para nuestra salvación, vamos a obedecer a Dios con alegría y entusiasmo impulsados por el Espíritu Santo a compartir 1) lo que hemos experimentado en Cristo (testificar), y 2) lo que Dios desea hacer por otros mediante Cristo (evangelizar). No entristezcamos el Espíritu Santo con nuestra desobediencia a la Gran Comisión de Dios en Cristo. No permitamos que algún pecado o ídolo (algo o alguien al cual adoramos más que Dios) nos impida experimentar el gozo de compartir las buenas nuevas con aquellos que están separados de Dios. Como los apóstoles, “no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hecho 4:20).