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El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina
es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta. Juan 7.17

NASHVILLE, Tenn. (BP)–La educación es esencial para todo. Como dice el refrán académico, “la ciencia es potencia.” Pero la educación no está limitada a la academia. Los libros y los maestros educan, como lo hace también la experiencia. Pero hay un conocimiento profundo en asuntos de relaciones que es el resultado de la intimidad. Este conocimiento requiere comunión. Dios es la comunión de tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Los judíos eran religiosos por excelencia. La religión era lo máximo para esa cultura. Y también lo era el conocimiento de Dios. Tanto la religión como la teología son dinámicas importantes para la vida de la iglesia y el cristiano, pero hace falta una cosa más: la espiritualidad. Esta es el vivir consciente de la presencia de Dios y en comunión con Él. Es la escuela de Jesús, “Yo y el Padre uno somos.”

Yo tengo fe en la ciencia y por eso tengo estudio formal y una buena biblioteca personal. Yo tengo fe en Cristo, y por eso soy miembro de una iglesia local y vivo en comunión con una denominación a nivel local, estatal y nacional. Tengo fe en Dios, y por eso procuro la plenitud de su presencia sobre todas las cosas. Cuando la iglesia y las oficinas denominacionales están cerradas, las puertas del cielo están abiertas. Cuando los líderes religiosos y los amigos y hermanos en la fe están inaccesibles u ocupados, Dios está presente.

A veces el creyente se parece al pez que nadaba desesperadamente buscando el agua. Anda de iglesia en iglesia, de retiro en retiro, de conferencia en conferencia buscando la presencia del Dios que está en todo lugar. La primera ciencia en desarrollarse fue la astronomía y la última fue la psicología. El hombre, tal como los ojos, siempre mira hacia afuera y no hacia adentro. Sin embargo Jesús afirma que el Reino de los cielos está dentro de nosotros. Dios quiere manifestar su gloria en el templo de su alma; déjelo entrar.
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Este escrito fue publicado originalmente por la revista Quietud® en el número correspondiente al otoño de 2011.

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  • Por Rev. Guillermo Escalona