NASHVILLE, Tenn. (BP) — Usted tal vez conoce a una familia en su comunidad que tiene múltiples necesidades. Por ejemplo, ellos pueden decir que necesitan una cama extra porque la familia va creciendo, o que necesitan cierta cantidad de dinero para pagar la renta del mes. Los vecinos se pueden organizar y atender a estas necesidades inmediatas. Una vecina les ofrece la cama que acaba de desocuparse en su casa, porque su hija se acaba de casar. Varios vecinos pueden cooperar para juntar la cantidad que necesitan y sacarlos del apuro.
Es bueno ser compasivo y responder a las necesidades que vemos a nuestro alrededor. Pero normalmente detrás de esas necesidades hay otras “necesidades más profundas” que son la raíz de los problemas que podemos ver. Piense en esa familia de su barrio. Lo más seguro es que su necesidad real sea desarrollar una estabilidad financiera que al presente no tienen. Tal vez necesiten ayuda para encontrar un empleo más estable. O tal vez la familia gane lo suficiente para cubrir sus gastos, pero nunca han sabido administrar su dinero. Unas clases prácticas de cómo hacer y seguir un presupuesto familiar resolvería todos los pequeños problemas que siguen aflorando mes tras mes.
Cierto día Juan y Pedro, los discípulos de Jesús, se encontraron con un hombre con una necesidad. Él les pidió una limosna. Tal vez pensaba: “Si estos hombres me dan una o dos monedas podré sobrevivir hasta mañana”. Seguramente se sintió decepcionado cuando escuchó a Pedro decir: “No tengo ni oro ni plata.” Lo que no esperaba escuchar fue lo siguiente: “…pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.” Dios iluminó el corazón de Pedro para ver la necesidad real de aquel hombre. Él no necesitaba unas monedas, necesitaba su salud. Eso resolvería su pobreza. Al recibir su salud saltó gozoso y reconoció el regalo inesperado que Jesús le había dado.
Veces somos como aquel paralítico y los problemas obvios nos ciegan y no nos dejan ver nuestras necesidades más profundas. En nuestra aflicción, a veces oramos pidiendo alivio en vez de soluciones.
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Este escrito fue publicado originalmente por la revista Quietud® en el número correspondiente al otoño de 2012.