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EDITORIAL: Cuando arrecia la tormenta


FORT MYERS, Fla. (BP) — ¿A qué cosas le tienes miedo? Si me quieres ver correr, ponme cerca una rana o una serpiente. No importa el tamaño ni la especie, para mi es igual, me da lo mismo. Son el botón de arranque para que yo salga corriendo sin pensarlo dos veces.

Y no es un problema de la edad, a mi hijo le sucede lo mismo. Y esto me pasa desde que yo era “chiquitico”. Así es el temor, así es el miedo: irracional, impensado, impredecible, inesperado y dominante. Y no vengas a decirme que las ranas y las culebras son animalitos inofensivos que no le hacen daño a nadie. Yo eso lo sé, pero prefiero enfrentarme a una pistola cargada que a uno de esos “animalitos”, sin importarme el tamaño o el color que tengan.
El miedo no es un sentimiento contemporáneo. Los discípulos de Jesús, en más de una ocasión sintieron miedo. Ellos no pensaban que seguir a Jesús les daba una seguridad especial, tampoco el Maestro les prometió en alguna ocasión, que no tendrían que enfrentar dificultades. Sin embargo, es evidente que ellos estaban aprendiendo a confiar en Él.
Hace unos años tuve el privilegio de viajar en una barca por el Mar de Galilea. Aunque era un hermoso día soleado y de fondo se escuchaba una hermosa canción cantada en hebreo por un conjunto típico que animaba nuestro paseo, sin proponérmelo, vino a mi mente la escena cuando Jesús envió a Sus discípulos para que fueran hasta la otra orilla del mar mientras Él se quedaba a solas para orar (Marcos 6:45-52).
Recuerda que hacía muy poco que se había realizado la alimentación milagrosa de los cinco mil con unos pocos pececillos y panecitos. En Juan 6:14-15 el apóstol nos dice que la gente había tratado de capturar a Jesús para hacerlo rey. Poco antes, Jesús se había enterado de que Juan el Bautista había sido decapitado (Mateo 14:3-12).
El Mar de Galilea está rodeado de elevaciones del terreno, y al parecer, Jesús después de terminar de orar, desde una de estas elevaciones, pudo ver cómo sus discípulos luchaban contra las olas creadas por una fuerte tormenta que se había levantado en el mar, y a pesar de sus esfuerzos no lograban avanzar y luchaban a brazo partido para mantener la embarcación a flote.
¿Alguna vez has pasado una tormenta en medio del mar? ¿Has visto cómo las olas se levantan y el viento parece que lo va a destrozar todo? ¿Has mirado afuera de la embarcación y solo has visto oscuridad? ¿Has sentido alguna vez o está sintiendo miedo en medio de las tormentas que se están viviendo en estos días? El COVID-19, los motines, los tiroteos, la segregación racial, las situaciones contradictorias y la inseguridad económica; esas también son tormentas que se han levantado cuando menos lo esperábamos. Llegaron sin un aviso previo, sin darnos tiempo a prepararnos. Es como si el viento y las olas no nos dejaran avanzar. ¿Sabes una cosa? ¡Tengo buenas noticias para ti!
En medio de aquel vendaval, Jesús se acercó caminando sobre las olas. Este hecho claramente revela su divinidad. En Job 9:8 el patriarca revela la capacidad de Dios de andar sobre las olas del mar. La barca en la que estaban los discípulos no había encallado y estaba siendo sacudida por las olas embravecidas y el viento. Pero Jesús venía caminando tranquilamente por sobre las olas del mar, porque Sus discípulos lo necesitaban. Si te encuentras en medio de una noche borrascosa, si las tormentas de la vida te están sacudiendo despiadadamente, si el mar se agita enfurecido alrededor de ti, amenazando con hacer que tu embarcación naufrague, ¡mira por sobre el borde de la embarcación! El Maestro viene en tu auxilio. Él te está tendiendo Su mano. No tienes por qué temer, deja a un lado tu miedo que Él está cerca para rescatarte. Pero tú tienes que alzar tu vista hacia Él y aferrarte a Su mano.
El miedo que sentían los discípulos los engañó. Cuando vieron a Jesús, pensaron que era un fantasma. Y no hay nada de extraordinario en esa reacción, en definitiva, los hombres de carne y hueso no pueden caminar sobre las olas del mar. Los discípulos eran hombres que estaban acostumbrados al mar y los marineros y los pescadores de aquellos tiempos, como los de ahora, hacen cuentos de fantasmas y aparecidos y por lo general, estas historias se asocian con desastres. Así que no debe extrañarnos que el terror se apoderara de ellos y que comenzaran a gritar. Los gritos a veces son una válvula de escape para el miedo. Jesús trató de calmar el miedo de ellos y les dijo: ¡”Tened ánimo”!
Pero ese no era un mandato fácil de cumplir en las circunstancias en las que ellos se encontraban. Es como cuando alguien me dice: no tengas miedo, ¡las ranas no hacen nada! Tal vez la tormenta en la que tú te encuentras es también feroz y es muy difícil poder “tener calma” ¿verdad? Hay quienes piensan que solo ellos saben lo que están pasando. Pero están en un error. ¡Dios sabe perfectamente lo que están pasando!
Jesús les dijo a Sus discípulos: ¡Yo soy! Y también hoy te dice a ti: ¡Yo soy! Y esta presentación suya es en sí misma una garantía para que dejemos a un lado el temor. Mira lo que dice Isaías 43:25; 48:12; 51:12-16. Esta manera de presentarse es similar a la usada por el Padre para referirse a Sí mismo en Éxodo 3:14. Jesús estaba usando para presentarse el nombre que los judíos no se atrevían a decir: (YHWH) “Yahweh” (יהוה). Pero Jesús no solo usó esa palabra. Para probar que era quien decía ser, se subió a la barca y calmó al viento. Los discípulos se asombraron y maravillaron. Y Jesús hoy sigue calmando las tempestades y sorprendiendo a la gente, porque Él es Dios. ¡El que fue, es y será!
En Cesarea de Filipo Pedro unió las piezas del rompecabezas y confesó (Marcos 8:29) que Jesús era el tan esperado Mesías que había sido prometido, y Su poder no tiene fin. Ahora bien, observa esto: Los discípulos estaban haciendo lo que Jesús les mandó que hicieran. Sin embargo, a pesar de eso, se levantó una terrible tormenta y ellos sintieron miedo. Cuando los discípulos reconocieron a Jesús y vieron que estaba cerca, desaparecieron sus temores porque ellos lo reconocieron y confiaron en Su poder.
¿Sabes una cosa? Nuestro Señor desea que nosotros tengamos esa misma clase de seguridad. Es posible que tú te encuentres enfrentando la tormenta más grande que hubieras podido imaginar. El viento y las olas unidas a la oscuridad que te rodean te han llenado de temor. El miedo no te deja ver a tu Maestro que está al alcance de tu mano. Tal vez hay cosas que te impiden verlo con claridad. Te invito para que hoy tires por la borda de la embarcación cualquier cosa que pudiera impedirte ver con claridad a tu Jesús. Agárrate de la mano que Él te está tendiendo. Fíjate que Él tiene en ella la cicatriz del clavo que lo sujetó por un breve tiempo a una cruz en la que Él pagó el precio por los pecados que tú habías cometido. Confía en Él, pues Jesús venció a la muerte, está a la diestra de Dios, es Dios y quiere calmar la tormenta en la que tú te encuentras, para que puedas vivir la vida que Él te quiere dar hoy. No importa lo que esté ocurriendo en el mundo ¡Él es del mundo vencedor!

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  • Óscar J. Fernández