SAN ANTONIO, Texas (BP)–En noviembre invité a mi hermano menor, Ángelo, a la convención estatal que se estaba celebrando en Austin, Texas. El camino de San Antonio a Austin toma una hora y media, más o menos, para llegar. La distancia me dio la oportunidad para ver algo en mi hermano que jamás había reconocido.
Ángelo fue la primera persona que lleve a los pies de Cristo después de mi propia conversión, y esto sucedió dentro de horas. Pero aunque los dos fuimos salvos prácticamente al mismo tiempo su vida y la mía tomaron muy diferentes trayectorias.
Ya ven, mientras el se caso y entro a la fuerza laboral, yo pude seguir en mis estudios y ser graduado de cuatro instituciones académicas. En mi ministerio yo he tenido oportunidad de viajar y predicar en muchas partes de la nación y del mundo, pero mi hermano pocas veces ha salido de la ciudad. Yo he sido pastor de iglesia, y profesor, vicepresidente, y decano de seminario. Él, al contrario, ha sido un maestro de escuela dominical para jóvenes.
De cierto, tengo mis excusas por no haber puesto mucha atención. Ya ven, él me llama o manda un correo electrónico a cada momento para preguntarme sobre algún punto teológico, en veces indagando sobre lo más básico de la vida cristiana. Y yo, pues he vivido lejos de San Antonio por mas de treinta años. Todo esto me dejo con la impresión incorrecta que el seguía siendo un neófito en cuanto a las cosas del Señor. Seguramente puedo ser perdonado, ¿no?
Pero el camino de San Antonio a Austin fue como mi propio camino de Emaús (Lucas 24:13-35). Sin duda él Señor iba con nosotros. Pero mi descubrimiento en particular fue reconocer la madurez espiritual de mi hermano—algo que nunca había tomado el tiempo en notar. Con su Biblia en mano hablo de cómo el Señor le daba el entendimiento para compartir con sus jóvenes. La tenía subrayada de pasta a pasta. Oírlo hablar por el camino fue cómo una revelación. En esa estrecha de carretera fue el hermano menor quien enseño al mayor. No seria una exageración confesar que por un instante pienso haber visto al Señor en Ángelo mientras el compartía la palabra de vida conmigo.
No que esto debería de ser algo de asombro. Mi hermano siempre ha dado de su tiempo, talento y tesoro para servir en su iglesia. Los alumnos de su clase de escuela dominical lo quieren mucho y lo respetan. Sus colegas de trabajo también lo buscan cuando necesitan consejo espiritual. En un lago cercano a su casa donde el sale para hacer sus ejercicios la gente lo conoce bien como aquel que siempre esta listo para compartir la palabra del Señor. Él conoce la vida de muchos y ora con ellos por el camino. Tan evidente es su madurez que ha sido considerado para el diaconado. Su pastor lo escogió como suplente de su clase, una clase de adultos donde también asisten misioneros jubilados. Si no vi la obra del Señor en mi hermano no es porque vivia lejos de San Antonio, es porque tenía los ojos cerrados.
Tengo que pedir perdón al Señor por ser un inútil campesino. Si, quizás yo fui el que sembré la semilla, pero habiendo sembrado y regado no tome el tiempo para ver como Dios era el que daba el crecimiento en la vida de Ángelo (1 Corintios 3:6).
En este tiempo de acción de gracias todos tenemos mucho por que estar agradecidos con Dios. Pero quizás estamos fallando en algo. En Efesios 1:15-16, Pablo da gracias a Dios por la evidencia de fe y madurez espiritual en la vida de los creyentes. De hecho esto era una practica común del apóstol pues vemos lo mismo en sus otras cartas (Romanos 1:8; Filipenses 1:3-6; Colosenses 1:3-4; 1 Tesalonicenses 1:2-3). Pero esto solo lo podemos hacer si tomamos tiempo para quitar la vista en lo propio y ver lo que Dios esta haciendo en la vida de otros. Y no podemos usar nuestra distancia o cualquier otra cosa para excusar nuestra negligencia en este ministerio.
Pablo estaba encarcelado en Roma pero conocía el pulso espiritual de los hermanos fieles en Efeso, una iglesia que estaba lejos en el continente de Asia. ¿Podemos nosotros hacer menos, y esto en vista de la tecnología moderna que nos interconecta como nunca antes en la historia del mundo? En este tiempo de acción de gracias descubra la obra preciosa que nuestro Padre celestial esta haciendo en las vidas de otros. Y seamos agradecidos por su amor infinito en Cristo Jesús.
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Rudolph D. González es el decano de la Southwestern Baptist Theological Seminary William R. Marshall Center for Theological Studies, San Antonio, Texas. Estudios hispanos, Southwestern Baptist Theological Seminary: https://www.swbts.edu/hispanicstudies/sp/.