NOTA DEL EDITOR: La columna First-Person (De primera mano) es parte de la edición de hoy de BP en español. Para ver historias adicionales, vaya a
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BRENTWOOD (BP) — Mientras que escribía este editorial, los cohetes lanzados por Hamas desde el Estrecho de Gaza sembraban en miedo y amenazan con la destrucción y la muerte en casi todo el estado de Israel. En especial las sirenas de las ciudades de Moatza, Ezorit y Eshkol, Beer Sheva, las alturas de Golán, Tel Aviv y Ashkelon, solo por mencionar algunas de las ciudades bajo el ataque, no han dejado de sonar en esta mañana, anunciando que hay cohetes que vienen dirigidos contra ellos. En estas ciudades no hay instalaciones militares, ni objetivos militares estratégicos, allí solo viven simples ciudadanos del estado de Israel.
Anoche, en la periferia del estrecho de Gaza, en especial en los suburbios de Kfar Azan, Sead y Rafahla las bombas lanzadas por los aviones de la fuerza aérea de Israel produjeron grandes daños y sembraron la muerte.
No voy a hacer un análisis político de la difícil situación que existe en todo el Medio Oriente, ni tampoco del escenario político norteamericano, en el cual no vale la pena repetir todos los problemas que estamos enfrentando, lo que deseo es que nos detengamos un momento y tratemos de ver dónde está la raíz del problema que está afectando a todo el mundo.
Estamos viviendo momentos realmente difíciles, y los líderes políticos están buscando soluciones que en el mejor de los casos, son simples remedios pasajeros. El problema es mucho más serio y grave. Es un problema profundo. El asunto es que la gente no siente temor de Dios.
En Salmos 33:8 dice: Tema a Jehová toda la tierra; Teman delante de él todos los habitantes del mundo. El texto es muy claro y no deja lugar a las dudas. El temor de Dios debe cubrir como un manto que pudiera envolver a todo el planeta. Nadie queda exento. Pero justo desde el Huerto del Edén, los seres humanos han tratado de desafiar a Dios y de ignorar sus advertencias.
En cierta ocasión escuché a una persona que estaba dando un estudio bíblico sobre la oración, decir que él todas las mañanas se sentaba a tomarse un cafecito con Dios y a conversar con Él. Han pasado varios años, no puedo recordar de qué habló aquella persona, ni que pasajes de la Biblia utilizó, pero no he podido olvidar esa frase ni he podido dejar de lamentarme por no haberle salido al paso y a lo menos preguntarle quién se pensaba él que era. Es en verdad una tragedia que los humanos se crean iguales a Dios, y por consecuencia en libertad de desobedecer sus mandatos.
El hecho de que Dios nos ame y haya enviado a su Hijo a derramar su sangre por nosotros para proveer un camino por medio del cual podamos ser justificados de nuestros pecados y ser adoptados como hijos, no quiere decir que nosotros somos iguales a Él. Fuimos creados a su imagen y semejanza pero esto no significa que somos iguales. La gente ha perdido el temor y el respeto a Dios y de hecho actúan, muchas veces, como si ellos fueran dioses.
Le invito a que visite el sitio en Internet de la Agencia Nacional de Investigaciones Espaciales NASA de los Estados Unidos y que contemple por un rato las fotografías de las galaxias tomadas por el telescopio espacial Hubble. No prepare su mente, ni preconciba alguna idea. Simplemente contemple la belleza, el orden, la inmensidad y la perfección del universo creado por Dios. Es un espectáculo sobrecogedor e impresionante. Nos ayuda a pensar en la grandeza del amor de un Dios que es capaz de crear y mantener el universo y atender y escuchar a algo tan insignificante como nosotros, en comparación con la inmensidad de los cielos. “Los cielos cuentan la Gloria de Dios” y ese espectáculo es en verdad sobrecogedor.
Por la grandeza de Su amor humanamente incomprensible, puedo yo entender el plan redentor de Dios para la humanidad y su preocupación y cuidado constantes, lo cual en manera alguna significa que sea igual a nosotros. Su amor es sobrecogedor. Su creación es sobrecogedora y ese es un testimonio de su grandeza sobrecogedora. Y justo esa grandeza debe inspirar en nosotros el respeto a Él y movernos a obedecer su Palabra.
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Óscar J. Fernández es miembro de Brentwood Baptist Church en Brentwood, Tenn., y es escritor, editor y consultor de publicaciones independiente.