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EDITORIAL: Esto es como una epidemia


BRENTWOOD, Tenn. (BP) — Uno de los peores males que afectan a nuestras iglesias hoy día son las divisiones. No considero que alguien esté exento de tener, en algún momento, que enfrentar cara a cara este terrible mal. Por cierto, este es un problema muy viejo, observe que Pablo hace unos dos mil años les llamó la atención a los corintios sobre este mismo problema.

Tengo un amigo y hermano en el ministerio, a quien aprecio mucho, que se refiere a este asunto diciendo: “Cada cierto tiempo, nos llegan miembros que vienen de otras iglesias, y son muy buenos ‘misioneros’. Ellos se especializan en llegar a una iglesia y convertirla en una misión”.

El problema se puede iniciar por cualquier motivo insignificante. Al igual que en la iglesia de Corinto, puede ser por preferencias con un líder. Pero también puede tratarse del tipo de música que se usa para la adoración, la estrategia que se está desarrollando, la participación que alguna persona tiene en la iglesia y que a pesar de que esa persona usa cada minuto libre que tiene para la causa del evangelio, su trabajo es percibido como si lo hiciera porque: “él se cree que es el que manda”.

Hace unos años visité, con el que era entonces mi supervisor, un grupo grande de iglesias Hispanas. Formábamos parte de un equipo de trabajo que estaba realizando una investigación entre las iglesias cristianas de diferentes denominaciones. A lo menos, entre las iglesias que nosotros visitamos, la mayor causa de descontento entre los pastores y el motivo principal por el cual buscaban la posibilidad de ir a servir en otras congregaciones era a causa de las divisiones. No hay diferencias por el sexo. Puede ser un “hermanito” o una “hermanita” la que se especialice en formar el problema.

No hace mucho hablaba con un amigo pastor y le preguntaba por una persona que era miembro de su iglesia a quien yo conocí en su juventud. El hermano me dijo, dentro de poco va a regresar a mi iglesia. Y me contó una mala experiencia y una división que habían sufrido iniciada por esa persona. Entrañado le pregunté: ¿Y qué te hace pensar que va a volver a tu iglesia? A lo cual me contestó: bueno, es que ya se le están acabando las iglesias en la ciudad y tendrá que comenzar a regresar a las iglesias en las que ya estuvo.

El mal es grande y está muy extendido, pero hay una cura disponible. Pablo llama a los corintios a tener una misma opinión. ¿Pero cómo se puede hacer esto? ¿No ha oído decir que para gustos se han hecho colores? Y si me gustan las alfombras de colores oscuros, ¿por qué al hermano fulano se le ocurre que pongamos una clara? Y ya está la excusa para iniciar el problema. ¿Sabe algo? El diablo está detrás de eso.

El remedio es llenar nuestras mentes de Cristo. ¿Fácil? No lo crea, ya que nuestra humanidad es fuerte y trata de imponerse a cada momento. Pero cuando Él toma el control de nuestras vidas entonces tenemos la posibilidad de buscar la armonía en el Cuerpo de Cristo.

Querer hacer nuestra voluntad, estar en desacuerdo con los demás, querer imponer la “autoridad”, boicotear los planes cuando es otro el que los hace y querer que los demás hagan lo que les decimos, son los rasgos más comunes, pero también esto incluye a los llamados “epistolarios” que son los que se dedican a mandarle cartas o correos electrónicos a todo el mundo, criticando a otros hermanos.

Estos son elementos que llevan a las divisiones y son rasgos de lo que la Biblia llama el viejo hombre de pecado. Son armas de gran valor que Satanás usa para dañar a la Esposa del Cordero. Lo triste es que la mayor parte de esas personas, son infelices. No tienen paz con ellas mismas y saben que han hecho o están haciendo algo mal. Y es cierto, están obrando muy mal. Debemos ser agentes de unión bajo la dirección del Espíritu Santo en la iglesia de Cristo, comprada por Él con Su sangre preciosa.

Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer.
1 Corintios 1:10

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  • Óscar J. Fernández