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EDITORIAL: Oro: El asfalto celestial


SAN ANTONIO, Texas (BP)–No puedo decir con seguridad cuando fue que empecé a oír del crecimiento en el valor del oro, pero cualquiera que sigue la marqueta tiene que quedarse asombrado. En los últimos diez años su valor ha triplicado y no da indicaciones de parar. Muchos pronostican que el oro continuará su marcha hacia los dos mil dólares la onza.

Las razones por el aumento exorbitante del oro son muchas. La recesión ha hecho que el oro sea una inversión más atractiva que la bolsa de valores. También, cuando el gobierno imprime más billetes para estimular la economía el valor del dólar decrece mientras el oro junto con otros metales preciosos aumenta en valor. Pero también hay otra razón y no tiene nada que ver con asuntos de la economía; más bien procede de la ansiedad humana. Cuando hay inseguridad de lo que vendrá mañana, el temor nos hace poner nuestra seguridad en algo solido. Para muchos el oro se ha vuelto su retaguardia económica.

La Biblia (Reina y Valera, versión 1960) habla de oro más de cuatrocientas veces y desde su primer uso reconoce su valor. Abram, por ejemplo, “era riquísimo en ganado, en plata y en oro” (Génesis 13:2). Cuando Faraón quiso honrar a Jose se dice que, “…puso un collar de oro en su cuello” (Génesis 41:42). A menudo el oro toma el primer lugar de importancia en listas de metales valorizados por las sociedades antiguas (Éxodos 25:3; 28:5; Números 31:22; 2 Samuel 8:10). Muchos de los utensilios de la casa de Dios eran hechos de oro y los guardaban “por cuenta y por peso” (Esdras 8:34).

El oro es algo preferente, pero en la Biblia, no es la cosa más valorizada. Entra en un segundo lugar y lejos en comparación. Job, por ejemplo, recomienda la amistad con Dios y le dice al penitente, “Si te volvieres al Omnipotente… tendrás más oro que tierra, Y como piedras de arroyos oro de Ofir” (Job 22:23-24, énfasis mío). Aquí, Job parece tratar el punto del oro valorizado por su escás y compara eso con la amistad que Dios ofrece. Dicha amistad es de mayor valor porque no tiene límites. Es como el polvo de la tierra, como piedras en el arroyo; no algo limitado como para conservar y esconder. La amistad de Dios, como su gracia, es inagotable. Un aspecto problemático del oro es que puede ser mal usado. El hombre funda sus ídolos con oro y plata (Salmo 115:4; Isaías 46:6; Oseas 8:4), pero con Dios no es así. Su amor está basado en su eterno carácter que no puede ser corrompido por el hombre.

El Nuevo Testamento tiene mucho que decir del oro y en veces nos sorprende. Jesús, por ejemplo, no le da mucha importancia. Al mandar sus discípulos a la mies les advierte contra cargar oro, plata, un cambio de vestido, y de calzado (Mateo 10:9-10). En términos contemporáneos podríamos decir que Jesús equivale el oro y la plata ¡con un cambio de calcetines! Aunque el oro es uno de los metales más estables, Cristo afirma que puede ser degradado. Los almacenes de este mundo no pueden asegurar que el oro que hemos acumulado no sea sujetado a la polilla y el orín o que ladrones no lo roben (Mateo 6:19-21).

El apóstol Pablo compara la vida del cristiano a uno que construye una casa con materiales preciosos como el oro, o con materiales inservibles como la hojarasca (1 Corintios 3:12; compare 2 Timoteo 2:20). Sin duda Pablo reconoce el valor superior del oro, pero en otro lugar amonesta a la mujer piadosa que se adorne con buenas obras y no necesariamente con con peinado ostentoso, ni oro, etc. (1Timoteo 2:9-10, énfasis mío. Vea también 1 Pedro 3:3-4). El testimonio de Pablo sugiere que el oro tiene su precio, pero las disciplinas de la piedad sobrepasan en valor. Santiago por su parte advierte al rico que corre el peligro que su tesoro testifique contra él (Santiago 5:3). La acumulación de tesoro tiene su “lado siniestro”, pero nuestra fe, mucho más preciosa que el oro, debe ser “hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo.” (1 Pedro 1:7).

En estos últimos días las compañías de oro nos recuerdan constantemente del fracaso de instituciones bancarias y la devaluación del dólar. Sin duda comprar oro puede ser una buena inversión, pero no al costo de lo mejor. Recordemos que aunque la ciudad eterna—la nueva Jerusalén tendrá calles de oro el enfoque de la visión celestial es el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero (Revelación 21:15-22). El oro es asfalto celestial para nuestros pies. Nosotros hemos sido rescatados “no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo…para que vuestra fe y esperanza sean en Dios.” (1 Pedro 1:18-21).
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Rudolph D. González es el decano de la Southwestern Baptist Theological Seminary William R. Marshall Center for Theological Studies, San Antonio, Texas. Estudios hispanos, Southwestern Baptist Theological Seminary: http://www.swbts.edu/hispanicstudies/sp/.

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