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NASHVILLE, Tenn. (BP) — No sé si se ha preguntado por qué el Señor pidió al joven rico algo que pocos de nosotros seríamos capaces de hacer: Venderlo todo para donarlo, y después seguirle.

Llegué a la conclusión de que el Señor le pidió a este joven que renunciara a lo que era el dueño de su corazón: Las posesiones materiales. El Señor quiere ese lugar solo para Él.

Bajo esa perspectiva, entonces, pudiera ser otra cosa la que el Señor quiere que usted y yo dejemos, y eso es, lo que hemos puesto como el dios de nuestro corazón.

Hoy pudiera ser un buen día para reflexionar sobre lo que tiene el número uno en nuestra vida. Para ello, se requiere que analicemos varias cosas de nuestro diario vivir, más que sentimientos o emociones efímeras.

Cualquiera puede decir: Para mí lo primero es el Señor, pero si analizamos la agenda ¿Cuánto tiempo realmente dedica al día a ese Señor que según él es lo primero? Y si analizamos su chequera ¿Cuánto de lo que se gasta va a la causa de Cristo? Y más aún, ¿qué lugar tiene el Señor en lo que se tenga planificado para los años por venir? ¿Cuánto compite el Señor con los planes de retiro, o mejoras a la casa, o con los éxitos profesionales?

Cuando el Señor vio el corazón del joven rico, y vio allí la avaricia por las posesiones materiales, fue eso lo que le pidió que vendiera y regalara. ¿Qué le pedirá el Señor que usted ponga a un lado?

Asombra la tenacidad de algunos para levantar negocios o alcanzar una educación profesional. Sin duda tienen sus prioridades definidas, y a esos sueños dedican todo su empeño. De un siervo de Dios no se espera menos. La pasión por servirle y obedecerle, debiera consumirle el tiempo, y arrebatarle el corazón. Aparte de que nos ama como sus hijos, el Señor nos mira complacido cuando se ve en el primer lugar en nuestras vidas.

No erremos, todo lo que quiera ocupar el lugar de Dios, no es más que un estorbo.
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Este escrito fue publicado originalmente por la revista Quietud® en el número correspondiente al otoño de 2012.

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