LA MIRADA, Calif. (BP) — Dios es bueno y nuestro refugio en tiempos de angustia. Esta realidad la describe perfectamente el profeta Nahúm de esta manera: “Bueno es el SEÑOR; es refugio en el día de la angustia, y protector de los que en él confían” (Nahúm 1:7). Estas palabras pudieran representar un escenario aparentemente contradictorio de la experiencia humana y a la que todos nos enfrentamos en la actualidad debido a la pandemia global ocasionada por el COVID-19.
Por un lado, la afirmación de la bondad de Dios representa un fundamento básico de la teología bíblica. Dios es bueno en todo momento y siempre busca lo mejor para nosotros. Por esta razón, a pesar de las consecuencias terribles del pecado que quebrantó todas nuestras relaciones, Dios envió a su hijo a morir en nuestro lugar para darnos vida eterna y restaurar en Jesús todas nuestras relaciones rotas por el pecado. La esencia del evangelio son buenas noticias para todos porque emanan de un Dios bueno. Además, Dios es cercano y personal y en Él encontramos descanso y protección en medio de las dificultades de la vida. No solamente Dios es bueno de una manera general, sino que es nuestro refugio de una manera personal.
Sin embargo, por el otro lado la afirmación de la protección de Dios reconoce que los creyentes, al igual que todos los seres humanos, enfrentamos pruebas y dificultades. En estos momentos todo el planeta se encuentra sufriendo las consecuencias devastadoras de un virus que sigue afectando a todos los seres humanos sin distinción de género, cultura, nacionalidad o religión. Es refrescante saber que Dios nos cuida, pero al mismo tiempo es frustrante saber que las aflicciones son parte de nuestra existencia. Por momentos parecería que nuestra teología (Dios es bueno y nuestro refugio) contradice nuestra experiencia de angustia, temor e incertidumbre.
Después de varias semanas de confinamiento, he notado una tendencia a buscar desesperadamente respuestas fáciles a las preguntas difíciles que todos nos hemos estado haciendo últimamente. Al inicio de las restricciones por la pandemia y cuando los occidentales nos empezamos a ver realmente afectados por el COVID-19, fue común escuchar mensajes de esperanza y confianza en Dios. Cuando las incomodidades eran mínimas, las palabras de aliento salían fácilmente de nuestras bocas. Ahora que ya han pasado varias semanas de restricciones y que hemos estado asimilando que los efectos del COVID-19 se han estado acumulando y seguirán por mucho tiempo, los mensajes optimistas han disminuido y se han aumentado los mensajes que tratan o de minimizar la situación o de explicar la pandemia a través de diferentes y simplistas “teorías de conspiración.”
La realidad es que todos estamos enfrentando una pandemia mundial que por el momento solamente podemos mitigar hasta que se encuentre un medicamento para controlarla y una vacuna para prevenirla. Esta situación es difícil de asimilar ya que todos queremos que termine lo antes posible. Además, las consecuencias de la pandemia van mucho más allá de las lamentables muertes de miles de personas y la salud quebrantada de muchísimos más que han sido contagiados por este virus tan poderoso. Todos de una manera u otra hemos perdido muchas cosas y nuestras vidas han sido trastornadas. Evidentemente, algunos han sufrido más que otros y la gravedad de la pandemia se ha sentido de diferentes maneras, pero todos hemos perdido algo. Estas pérdidas ocasionan una inestabilidad emocional que con frecuencia es difícil expresar y reconciliar. Todos nos hacemos preguntas, sufrimos dolor por nuestras pérdidas y nos hacemos preguntas sobre nuestra realidad y nuestra fe.
Los salmos de lamento nos dan un modelo para poder expresar libremente nuestras emociones y reafirmar nuestra fe. Dios conoce nuestras circunstancias y nunca se sorprende de nuestras preguntas. Con frecuencia los creyentes dudamos en externar nuestras dudas por temor a ser juzgados por incrédulos o percibidos como personas de poca fe. Sin embargo, Dios no solamente nos creó con emociones, sino que nos da la libertad de expresarlas abiertamente ante su presencia. Los salmos son poesías y las emociones son un aspecto esencial de la poesía por lo que dentro de esta colección Dios incluyó muchos salmos que reflejan desesperanza, angustia, frustración, incertidumbre, temor y todas estas emociones tan comunes de la experiencia humana.
Los salmos de lamento empiezan con un llamado de confianza y fe en Dios expresado de manera de petición de ayuda. La parte central de los salmos de lamento es precisamente un deshago emocional por la crisis a la que se enfrenta el salmista y en muchos casos el pueblo de Dios en general. Los salmos siempre terminan con una petición y una declaración de fe y confianza en Dios. Este modelo nos ayuda a los creyentes a enfrentar la situación tan lamentable que estamos sufriendo en la actualidad. Nuestra fe en Dios no nos exenta de las dificultades y necesitamos reconocer nuestras pérdidas y aceptar el proceso de duelo que nos acompañará por mucho tiempo. En medio de nuestros problemas Dios es nuestro refugio y siempre nos sostiene y nos librará de ellos. Por esto podemos juntos exclamar junto con Asaf al final de uno de sus salmos de lamento: “Restáuranos, SEÑOR Dios Todopoderoso; haz resplandecer tu rostro sobre nosotros, y sálvanos” (Salmo 80:19) ¡Podemos confiar en el Dios que nos cuida y que no se asusta por nuestras dudas!