BRENTWOOD, Tenn. (BP) — Recuerdo que cuando era niño, si una persona daba su palabra, o se comprometía en algo, uno podía estar seguro de que esa persona haría lo que había dicho. Tal vez esto hoy día, ya sea parte de la historia antigua, pues vemos con mucha frecuencia, como la gente se aparta de sus promesas y compromisos, y como mienten para justificar sus injustificables acciones.
Desafortunadamente, nuestras iglesias también con frecuencia son estremecidas por hechos de esta índole. Hace unos años, un domingo en la mañana nuestros corazones se apretaron al escuchar el informe del presidente del Consejo de Administración (Board of Trustees) con respecto a uno de los ministros de nuestra iglesia. Ese hombre, indebidamente se había apropiado de fondos para su beneficio personal. Se le había llamado a una reunión y se le había pedido la renuncia inmediata y la restitución de todo lo malversado.
Sin embargo, él no tendría alguna forma de amortiguar o mitigar el dolor y la vergüenza de su familia. Ellos habían estado por varios años entre nosotros y se habían establecido profundos lazos de amistad. En cierto sentido, Dios había quitado a ese hombre de Su pueblo y Su iglesia, de la cual partía con la vergüenza tatuada en su rostro. La información pública de esta bochornosa acción que había sido descubierta, era parte de las consecuencias de su pecado que ahora tendría que enfrentar. Tristemente, hay otros muchos casos menores que tal vez, socialmente, no sean tan notorios pero que espiritualmente son igualmente nocivos y letales.
¿Recuerda los capítulos 1 y 2 de Malaquías? ¿Qué habían hecho los sacerdotes? Ellos estaban quebrantando sus compromisos de honrar el nombre de Dios. Él les dio un aviso. Les recordó un pacto y los reprendió por su falta de cuidado.
Esta historia me fascina al ver que el aviso se presenta en forma de un mandamiento que indica que los sacerdotes que estaba pecando tenían solo dos opciones posibles: Una era arrepentirse, decidiendo de todo corazón dar gloria al nombre de Dios. ¿No es maravilloso ver cómo Dios en Su gracia llamó a los sacerdotes? Estos habían profanado Su nombre a sabiendas (Malaquías 1:8-13). Pero la puerta del arrepentimiento estaba abierta de par en par.
¡Qué aliento tan maravilloso constituye esto para todos los que alguna vez, o en alguna ocasión hemos quebrantado nuestro compromiso con Dios! Es posible que hayamos desobedecido lo que Dios nos estaba mandando a hacer. Tal vez hasta hayamos llegado a deshonrar Su nombre. Pero Dios nos ofrece un camino para continuar. Nunca es demasiado tarde para que regresemos a Él y hagamos lo correcto. Dios habla de arrepentimiento, y lo primero que un genuino arrepentimiento implica es abandonar las excusas y las justificaciones. Tenemos que enfrentar nuestros hechos, volver a Dios y apartarnos de lo que hicimos mal.
La segunda opción que tenían los sacerdotes era simplemente restarle importancia a la Palabra de Dios y sufrir las consecuencias. En Malaquías 3:10-11 vemos que Dios no estaba amenazando ni tratando de atemorizar a los sacerdotes. Dios primero les dio la opción del arrepentimiento, y dejó bien claro que si no se arrepentían e insistían en andar por el mal camino que llevaban, Él los castigaría.
Dios puede disciplinar a quienes quebrantan sus compromisos, mediante dificultades y pérdidas temporales y tangibles. ¿Recuerdan cómo David tuvo que enfrentar revueltas y una guerra civil a causa de su pecado? (2 Samuel 12-11; 15-18). Joás murió en la vergüenza, después de regresar a los ídolos (2 Crónicas 24:15-25). Cuando rompemos nuestros compromisos con Dios, debemos esperar Su disciplina. Dios disciplina a los creyentes de la misma manera que un padre disciplina a sus hijos. Si respondemos bien, la disciplina “da fruto apacible de justicia” (Hebreos 12:11) pero si nos resistimos, Dios puede ser más severo.
Esto no solo se aplica a los pastores y ministros del evangelio. Esto es de alcance general. Cumplir los compromisos que tenemos con Dios requiere valor y sacrificio. Como líderes de la iglesia, servimos en un pacto con Dios y debemos rendirle cuentas a Él. Tenemos que orar para pedir el valor que necesitamos. Los miembros de las iglesia deben orar para que los corazones de los líderes de las iglesias sean valientes y estén dispuestos a enfrentar los riesgos y sacrificios que sean necesarios para mantener en alto nuestras creencias, doctrinas y principios cristianos.
Debemos instruir en la verdad y llamar a la gente para que se aparten de sus pecados. Siempre recordemos que no es posible llevar a alguien por el camino correcto, si nosotros no andamos por ese camino. Necesitamos estar siempre escudriñando las Escrituras para comprobar que estamos siguiendo las enseñanzas de Dios y no las interpretaciones de los hombres (Hechos 17:10-11). Dios desea que todos Sus hijos escuchen con oídos que disciernan la verdad.
No tenemos opción. Tenemos que cumplir lo que le hemos prometido a Dios, o enfrentar las consecuencias…