“¿Tengo que incluir voces diversas en mis cursos de teología?” ¿Alguien va a monitorear que tenga diversidad en mis programas? Yo únicamente quiero enseñar de Cristo y la Biblia”. Estas fueron las palabras de un profesor de teología al responder a la invitación de su universidad cristiana de incluir más diversidad en los planes de estudio. La invitación se refería a la importancia de la tan importante diversidad de pensamiento esencial para una universidad y para una facultad de teología, pero este profesor se enfocó en la diversidad étnica como el motivo de su preocupación. Este profesor no solamente ignoró que todos venimos de un contexto cultural que influye en nuestra manera de pensar y estudiar las Escrituras, sino que asumió que la diversidad era una amenaza y motivo de preocupación.
A pesar de que la reacción de este profesor sin lugar a dudas ofendió sin querer a sus pocos colegas “minoritarios” tanto étnicamente como mujeres al asumir que sus voces podrían ser consideradas como motivo de temor, la realidad es que a todos nos atemoriza lo diferente. Cada uno de nosotros se siente cómodo con personas que se parecen a nosotros y que comparten gustos y preferencias similares. Estamos acostumbrados a lo familiar y sospechamos de lo que nos parece diferente.
Sin embargo, es en la diferencia en la que encontramos la verdadera plenitud de la vida. Todos los seres humanos somos creados a la imagen y semejanza del Dios trino. La Trinidad es el fundamento principal de la unidad en la diversidad. Adoramos a un solo Dios en tres personas diferentes. Cada ser humano es único y diferente. Pero se necesitan a todos, tanto hombres como mujeres, para juntos representar mejor la imagen de Dios en la humanidad. La idónea expresión de la imagen de Dios es en comunidad, en nuestra comunión y amor mutuo.
De la misma manera, la Iglesia o cuerpo de Cristo representa la unión de personas diferentes, pero unidas perfectamente en Cristo. El libro de Efesios nos enseña que todos, tanto gentiles como judíos, somos miembros de la familia de Dios (2:19). La alabanza a nuestro Dios de todo el cuerpo de Cristo se describe magistralmente en Apocalipsis 7:9:
Después de esto miré, y apareció una multitud tomada de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas; era tan grande que nadie podía contarla. Estaban de pie delante del trono y del Cordero, vestidos de túnicas blancas y con ramas de palma en la mano.
Hijos e hijas de Dios de toda lengua, nación y cultura estamos unidos en Cristo. Todos somos adoptados como sus hijos (1 Juan 3:1) y somos miembros de la misma familia de la fe. Los cristianos no buscamos la diversidad porque es una moda social o un requisito gubernamental o institucional, sino que reconocemos y afirmamos que la iglesia ya es diversa. Es decir, la diversidad no es algo que buscamos o afirmamos, sino que recibimos como un regalo de la gracia divina.
Además, todos los creyentes recibimos la unción y el sello del Espíritu Santo (Efesios 1:13). Si cada creyente tiene al Espíritu Santo, entonces es la comunidad y en la diversidad de creyentes en donde todos experimentamos la guía del Espíritu. Necesitamos de todos para aprender más del Espíritu Santo que mora en cada uno de nosotros. No existe una persona o grupo con exclusividad del Espíritu Santo. La humildad y la interdependencia de la iglesia universal bajo el mismo Espíritu es esencial todos los cristianos.
Así que, la diversidad étnica entre cristianos es un regalo y no una amenaza. La iglesia de Cristo ya es diversa y solamente necesitamos afirmar y celebrar esta maravillosa realidad. Si alguien revisara su directorio telefónico, ¿encontraría contactos de diferentes grupos étnicos y de personas de diferentes culturas? La cercanía con otros produce la empatía tan esencial para nuestras relaciones interpersonales. La distancia de otros siempre produce sospecha y temor. ¡Gracias a Dios que nos unió a todos en Cristo y a cada uno nos dio del mismo Espíritu!