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EDITORIAL: A mí no me gustan los cambios…


Eclesiastés 3:1 “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora”. 

Cuando mi esposa y yo decidimos mudarnos a Florida, eso implicaba que tendríamos que hacer muchos cambios. Desde poner nuestra casa de Tennessee en venta, hasta decidir a qué lugar en Florida nos mudaríamos, tendríamos que construir una nueva casa y mudarnos, con todas las implicaciones que eso conlleva. Un problema era que yo soy de los que no les gusta cambiar ni de almohada. Si usted fuera a mi iglesia un domingo, vería que yo soy de los que siempre se sientan en el mismo banco y de ser posible, en el mismo lugar. Así también tengo, lo que yo llamo: “Mis amigos del banco” que son otros hermanos que se sientan en el mismo banco todos los domingos porque tampoco les gustan los cambios.

Había que considerar que al mudarnos, quedarían atrás nuestras amistades y familiares, así como una parte importante de nuestra historia. Pero después de un tiempo de oración, mudarnos a Florida fue una convicción fuerte que se adueñó de nosotros, que no se podía obviar, y ella nos daba fuerzas para dejar a un lado los gustos y superar los obstáculos y las dificultades que se presentaron en el camino, que a propósito fueron muchas.

Sucedieron algunas cosas que reforzaron nuestra decisión, como el hecho de poner nuestra casa en venta y venderla en solo cuatro días. Venir de visita por un fin de semana, al lugar al que pensábamos mudarnos, en un lugar en el que nunca habíamos estado y el último día firmar un contrato para la fabricación de una nueva casa, sin haber vendido aún nuestra casa en Tennessee.

Estaban sucediendo muchas cosas raras pero ni por un solo momento cruzó por nuestra mente la idea de que estuviéramos haciendo algo incorrecto. Cada día le pedíamos a Dios que Su Espíritu nos diera la convicción de que estábamos siguiendo Su voluntad, aunque no la entendiéramos por completo, ni supiéramos el futuro cómo sería. Incluso enfrentamos situaciones no imaginadas antes, como que a mi esposa le detectaran un cáncer en un riñón. En este caso hubo que añadir realizar una cirugía que pudo extirpar el tumor y reparar el riñón.

Si no hubiéramos estado preparándonos para la aventura que íbamos a iniciar, tal vez las cosas hubieran sido más graves y penosas, pues tal vez no se hubiera detectado el tumor que estaba naciendo en esa temprana etapa.

Una de las experiencias difíciles en el proceso fue la de despedirnos de la iglesia de la que habíamos sido miembros por los últimos quince años, y sobre todo, darle alguna explicación a aquellos hermanos que nos preguntaban con tristeza: ¿Y por qué se van?

Por fin, después de un breve pero agotador tiempo llegamos a Florida, habíamos rentado un apartamento para poder esperar la construcción de nuestra nueva casa y guardado nuestra mudada en un almacén; yo me sentía como los exploradores, pues para mí todo era nuevo. Después de haber vivido en Tennessee por más de veinticinco años, me sentía como un tenesiano, y estaba ahora fuera de ambiente. A cada rato me sorprendía, en mi mente, preguntándome en secreto: ¿Y qué hago yo aquí? ¿Para qué hemos venido tan lejos?

Pero había una nueva realidad que debíamos considerar. Ambos nos habíamos jubilado recientemente, y poco a poco nos adentrábamos en ese territorio en el cual a nadie le interesa lo que hicimos o alguna vez logramos. Es una especie de laberinto en el cual nuestros consejos y sugerencias, ni son apreciados ni tomados en cuenta por nadie, incluyendo a los amigos y la familia. Es también un proceso de adaptarse del calendario en el cual los días estaban llenos de reuniones y citas importantes a uno más relajado que fundamentalmente se concentra en visitas a los médicos, la farmacia, el supermercado y otras cosas que carecen de importancia y urgencia.

Aprender a callar ha sido difícil. En tres o cuatro oportunidades observé cosas que me parecía que podían enmendarse y me arriesgué a dar alguna sugerencia o a llamar la atención sobre algo y la respuesta recibida me sirvió para reafirmarme la convicción  de que ahora mi labor era la de ver y callar, y si en alguna ocasión alguien me preguntara algo al respecto, tratar de aconsejar lo mejor que pudiera, pero si ninguno de los interesados preguntaba, que por lo general era lo que siempre ocurría, debía callar para evitar herir la susceptibilidad del que había tomado aquella iniciativa.

Honestamente, era como iniciar un nuevo camino o una nueva vida en donde todo era diferente. Y lo que más trabajo nos dio en esa etapa, aunque usted no lo crea, fue encontrar una iglesia en la que nos sintiéramos a gusto y en la que pudiéramos congregarnos para adorar y servir a Dios.

Nos tomó todo un año visitando semanalmente diferentes iglesias de nuestra denominación, después de haber hablado con algunos amigos en la Asociación y la Convención Estatal pidiéndoles recomendaciones sobre algunas iglesias en el área. Recibimos varias sugerencias y algunas de las iglesias que visitamos fuimos en varias ocasiones para poder observar mejor algunos detalles que llamaron nuestra atención. En algunas de ellas, incluso tratamos de comunicarnos con el pastor para aclarar alguna duda que teníamos, sin que nunca lográramos hacerlo.  También traté de entablar alguna conversación casual con algunos miembros de las iglesias que visitamos, teniendo por igual poca suerte en ese sentido. En algunas llené la tarjeta de interés para ver si alguien me llamaba para hablar con ellos y obtener más información, pero eso, en nuestro caso, nunca ocurrió.

Finalmente, después de haber visitado muchas iglesias, haber manejado muchas millas y haber pasado un poco más de un año de la primera visita que hiciéramos a una iglesia en nuestro nuevo lugar de asentamiento,  llegamos a la conclusión de que esa primera iglesia que visitamos y que ya habíamos visitado varias veces más era la que mejor se ajustaba a lo que sentíamos que Dios nos estaba señalando. Sin embargo, esa es una iglesia enorme y eso me atemorizaba un poco, viniendo de una iglesia que es también muy grande y que me permitió conocer algunos de los problemas que eso puede implicar.

Después de un tiempo de oración tomamos la decisión de unirnos a esa iglesia y seguimos el procedimiento establecido en la misma para obtener la membresía. Asistimos a un entrenamiento para nuevos miembros y a una entrevista personal con el pastor principal y el pastor de membresía de la iglesia, luego asistimos y fuimos presentados en la reunión de miembros donde fuimos aprobados, lo que nos reafirmó que la decisión que habíamos tomado era la correcta.

 En el proceso hicimos muchas preguntas, algunas de ellas difíciles y respondimos también a varias preguntas difíciles. Y puedo decir que una de las mayores bendiciones de habernos mudado a Florida es la de formar parte de nuestra iglesia. De seguro había un propósito de Dios en eso, aunque no siempre es fácil ver claramente los propósitos de Dios, pues no se trata de un libro con páginas numeradas para encontrar fácilmente los temas.

En nuestra iglesia se celebran tres cultos de adoración los domingos por la mañana y en dos de ellos, el estilo de la música es un poco diferente. Como en toda Florida los que peinamos canas somos bien recibidos y nos sentimos en casa. Nuestra iglesia está al día en cuanto el uso de los medios sociales, la utilización de podcasts, transmisiones online etcétera. Pasamos aquí también la experiencia de la pandemia y por varias semanas tuvimos que asistir a lo que se ha llamado “la iglesia virtual” así como experimentar la enorme alegría de regresar a los servicios de adoración en persona. El pastor principal, a pesar de la enorme responsabilidad que pesa sobre él al igual que el resto de los ministros y pastores son accesibles y siempre están al alcance de la mano, dando la sensación de que se trata de una pequeña iglesia familiar, a pesar de su verdadera complejidad y tamaño.

Pero todo esto que he escrito es solo para que usted pueda tener una idea del contexto del hecho al que me voy a referir ahora. Se podrá imaginar la cantidad de grupos de estudio bíblico y de discipulado, el coro, el grupo de adoración, la orquesta, las cámaras, las luces, el sonido y mil cosas más que cada semana entran en acción desde muy temprano en la mañana del domingo hasta por la tarde, incluyendo el ministerio de niños y prescolares, los jóvenes, las damas, los hombres, los ancianos, el ministerio de ayuda a los necesitados con ropas y comida, el ministerio a las cárceles etcétera. Y claro está, también siempre hay algunas personas a quienes les gusta llamar la atención y ellas por lo general buscan ocupar alguna posición en la que puedan destacarse y sentirse “importantes” y eso es algo casi natural y que ocurre en todas partes.    

Sin embargo, el ministerio que considero como uno de los más importantes y que yo nunca había visto en ninguna de las muchas iglesias que he visitado y en aquellas de las que he sido miembro o he pastoreado en mi vida, es el de los “aparcadores” o “parqueadores”. Que está integrado por un grupo de hermanos que sirven anónimamente, cada domingo, a los miembros y visitantes que tienen incapacidades o invalidez y que llegan con su vehículo hasta la entrada principal del templo y lo dejan allí, donde un hermano se encarga de tomarlo y estacionarlo, hasta que la persona al terminar el estudio bíblico en el que participa y el servicio de adoración al que asiste, sale del templo y viene al mismo lugar en el que dejó su vehículo, donde un hermano de este ministerio va hasta los estacionamientos y le traen el vehículo.

He visto a esos hermanos ayudando a subir y bajar pesadas sillas de ruedas, muletas y otros aditamentos, y siempre abriendo cortésmente la puerta del vehículo con una sonrisa y una palabra de aliento e inspiración para la persona que viene a dejar o a recoger su vehículo. Se siente una sensación similar a la que experimenta uno al llegar a un hotel de lujo de cinco estrellas en una de las grandes ciudades de este país. 

Esos hermanos son los primeros que reciben a esas personas cuando llegan a nuestra iglesia y lo hacen siempre con una sonrisa, mostrándoles alegría a los que llegan, haciéndoles sentir que son bienvenidos e importantes a pesar de su incapacidad. Son una especie de “tropa angelical” anónima de la que no se hace promoción ni alarde. Son hermanos con el don de servicio puesto en función, prestando una ayuda que nadie más puede dar, y que lo hacen sentir a uno, al llegar, como que está en familia. Cada semana ellos me hacen recordar un himno que cantaba en mi iglesia cuando era niño que dice: “Nunca esperes el momento de una gran acción/ Ni que lejos pueda ir tu luz,/ En la vida, a los pequeños actos, da atención,/ Brilla en el sitio donde estés…”

En este Ministerio los hermanos que participan brillan y hacen que la luz de Cristo llegue hasta todos aquellos que pasan por allí. Ellos son verdaderos embajadores de Cristo y son la mejor promoción, sin palabras, que cualquier iglesia pudiera hacer acerca del amor de Dios.

Por supuesto que como en toda iglesia, también se enfrentan problemas y estos se tratan de resolver de acuerdo con la Biblia por lo que en ocasiones hay que tomar decisiones que tal vez no sean muy populares. Las decisiones importantes se toman en la reunión de miembros que se convoca regularmente y a la que se invita a todos los miembros de la iglesia.  

Yo he tenido que hacer muchos cambios en mi vida a lo largo de los años, y estoy seguro de que tendré que hacer muchos más cambios hasta el día que vaya a la presencia de nuestro Dios. El asunto es siempre tratar de que el resultado del cambio que hagamos sea para mejorar y no para empeorar una situación, aunque repito que no me gusta cambiar, ya me he acostumbrado a los cambios y en cierta forma pienso que tal vez es algo normal y necesario para crecer y mejorar nuestro carácter y fortalecer nuestra vida cristiana. Por esta vía he llegado a comprender que los cambios en la iglesia también son importantes y necesarios. Lo único que no cambia es Dios ni la Escritura, pero hay muchas cosas menores de forma y metodología que hay veces que es bueno cambiar para mejorarlas, siguiendo siempre la dirección de Dios.

Este último cambio que hicimos al mudarnos fue muy grande y estamos agradecidos a Dios por habernos inducido a hacerlo y por habernos guiado a unirnos a la iglesia de la que hoy somos miembros.

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  • Por Oscar J. Fernandez