Como padres, la responsabilidad de criar a nuestros hijos suele traer gran inquietud en el mundo caótico en que vivimos. Nuestra tendencia, muchas veces, es evitar que enfrenten cualquier situación adversa que pueda causarles daño. Aunque la intención es buena, el colocar a nuestros hijos en “una burbuja” puede traer más perjuicios que beneficios.
Ese recelo de exponer a los hijos a lo desconocido pude percibir cuando salimos de Estados Unidos para vivir en Brasil como misioneros. Algunas personas hasta nos preguntaban: ¿van a llevar a sus hijos? una pregunta que parece absurda, en el fondo, tiene algo de lógica. Nuestra decisión de vivir en otro país iba a afectar sus vidas de una manera drástica. ¿Cómo sería su educación en una lengua y país extranjeros? ¿Cómo serían sus amigos? ¿Se adaptarían a una cultura completamente diferente?
Jesús, al orar por sus propios discípulos antes de partir, nos da algunos principios básicos sobre como discipular a los hijos. Además de ejemplificar la importancia de la oración, Jesús ya nos hace saber que sus seguidores enfrentarán oposición, “… el mundo los odia porque no son del mundo…” (Juan 17:14). Su oración también nos muestra que aunque nuestros hijos estén en un mundo hostil, no por eso debemos sacarlos de él, al contrario, ellos necesitan estar allí para cumplir la misión que Dios les ha dado: “No te pido que los saques del mundo, sino que los protejas del mal…Como me enviaste a mí entre los que son del mundo, también los envío entre los que son del mundo” (Juan 17:15,18).
La escuela, las actividades extracurriculares y los amigos son lo que en su mayor parte comprende el mundo de nuestros hijos. ¿Tendrán dificultades? Claro que sí, ¿sufrirán decepciones? Ciertamente. Sin embargo, Dios utilizará esas luchas, tentaciones y pruebas para moldear su carácter trayendo crecimiento espiritual a sus vidas y lo que es mejor luz a las personas que más lo necesitan.
Nueve años después de haber llegado a Brasil, pude comprobar que el “romper la burbuja” ha traído muchos beneficios. Nuestros hijos aparte de haber desarrollado varias habilidades como el hablar tres idiomas, ellos tienen amigos, juegan deportes, son estudiantes destacados, pero la mayor alegría que nos traen es verlos crecer en su caminar con Cristo, sirviendo a Dios en la iglesia e influenciando a sus amigos, compañeros de escuela, padres y profesores.
Hemos sido confiados no solo con la tarea de preparar a la próxima generación para enfrentar este mundo caído sino también para influenciarlo. Son “flechas” para ser lanzadas (Salmo 127:4), son luces para alumbrar en la oscuridad (Filipenses 2:15; Mateo 5:14). Dios pondrá a los hijos en un lugar donde puedan aplicar lo aprendido, impactando vidas, siendo luz y sal.
Además de instruirlos en su Palabra en oración, dejemos sin miedo que cumplan el papel que Dios les ha dado. Sin duda una tarea ardua, pero las palabras de Jesús, el que nos mandó a realizarla y el que estará con ellos deben darnos ánimo: “en el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
¡Feliz Día de la Madre!