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EDITORIAL: En cierta forma …


FORT MYERS, Fla. (BP) — En cierta forma, hemos estado viviendo días parecidos a los que vivieron los discípulos después de la crucifixión de Jesús. Días llenos de confusión e incertidumbre. Nada es como era hace tres semanas, o a lo menos eso es lo que parece. Las cosas que dábamos por seguras, ahora descubrimos que no lo eran.

Aquí en América, el país de la abundancia se hace difícil poder adquirir muchas cosas simples y elementales. Algunas personas que considerábamos muy cercanas a nosotros han desaparecido y otras, que no considerábamos mucho, han mostrado preocuparse y ocuparse de nosotros. Los funerales de los buenos amigos y parientes no son lugares a los que hemos podido asistir. Las iglesias se han cerrado, los cines están cerrados, muchos restaurantes están cerrados, los vuelos se han reducido, los aeropuertos están vacíos al igual que las carreteras y las calles. Las playas públicas han estado cerradas. El mundo parece haberse puesto de patas para arriba en un abrir y cerrar de ojos. Es como si estuviéramos viviendo en medio de una película de ciencia ficción que tratara de un ataque a la tierra por fuerzas desconocidas.
Los noticieros de televisión y radio solo hablan del COVID-19, del número de nuevos casos y fallecidos. Es agobiante este asunto que ha llegado a enajenar a muchas personas. Las anécdotas son del todo increíbles. Parece como si la tierra se hubiera detenido. Para algunos el futuro se ha tornado incierto y tenebroso.
Para los discípulos de Jesús, el cataclismo generado por la crucifixión del Señor en Jerusalén debió de ser, en cierta forma, algo parecido. Pienso que esta rara sensación es similar a la que se experimenta cuando estamos subidos en una escalera, arreglando algo que está muy alto, y por un descuido ponemos un pie en el lugar equivocado y la escalera se nos escapa de los pies.
Estamos viviendo en medio de la crisis mundial más grande de nuestra generación. Desde los días de la Segunda Guerra Mundial, el mundo no había sido sacudido de pronto por un enemigo poderoso, que, en esta ocasión, es invisible y desconocido, pero cuyas huellas se esparcen por sobre toda la faz de la tierra. Para algunos ha sido como el despertar de una terrible pesadilla preguntándose: ¿Qué pasó?
Al mismo tiempo estamos viendo el heroísmo y el desinterés de los trabajadores de la salud, la policía, el ejército, los bomberos y los trabajadores de lo que se considera esencial, como el transporte, la cadena de la alimentación etcétera, y muchos ministerios cristianos que han acudido para ayudar a los enfermos y los necesitados poniendo en riego sus vidas.
Tal vez, por momentos nos hemos sentido como los discípulos que estaban en la barca con Jesús cuando se levantó la tormenta en medio de la noche y tuvieron miedo de perecer. Y es natural. Los seres humanos sentimos temor ante lo desconocido.
Pero, sin embargo, nosotros en todo momento debemos recordar que servimos al Creador de los cielos y la tierra, Aquel que llama a las estrellas por su nombre. Él es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Él es el que dividió el Mar Rojo para que Moisés y el pueblo de Israel pudieran cruzar en seco y escapar de los ejércitos de faraón que los perseguían. Él es el mismo Dios que proveyó el maná, y abrió fuentes de agua de una roca en el desierto para calmar la sed y el hambre. Él es el mismo Dios que abre los caminos donde parece que no puede haber caminos. Él es el mismo Dios que puede cerrar la boca de los leones y puede permitir atravesar por hornos de fuego y salir de ellos sin siquiera tener olor a humo. Él es el mismo Dios de ayer, hoy y mañana. Él es nuestro poderoso y amante Padre Celestial. Él es el mismo Dios que no nos ha dado un espíritu de cobardía (pánico o estrés) sino uno de poder, de amor y de dominio propio (2 Timoteo 1:7), sin importar los obstáculos o peligros que puedan salir a nuestro paso. Las tinieblas nunca podrán hacer que olvidemos la luz. Tenemos la promesa y la certeza de que nuestro Dios mira por sobre nuestra situación actual que está bajo Su total control.
Él ha prometido que proveerá para suplir nuestras necesidades y yo he tenido la bendición de experimentar esa promesa cumplirse en mi vida, y aunque la experiencia no fue agradable en muchos sentidos, sí fue una bendición inolvidable que cambió el rumbo de mi vida para siempre.
Nuestro Dios es fiel y siempre cumple lo que nos ha prometido en Su Palabra. Nos toca a nosotros ser fieles en todo lo que Él nos ha llamado a hacer y ser, recordando que siempre después de la tormenta brilla el arcoíris.
Oremos por nuestros gobernantes, por nuestros pastores y líderes religiosos, por todos los trabajadores de la salud y por todos los que cada día enfrentan a este enemigo invisible, oremos por nuestros hermanos en la fe, por nuestros vecinos y familiares inconversos y no olvidemos ni por un instante, que en medio de las tinieblas que en estos momentos envuelven al mundo, nosotros estamos llamados a ser luces que alumbren el camino que conduce a la vida eterna que es Cristo Jesús, Señor nuestro.

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  • Óscar J. Fernández