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Inmigrantes buscan trabajo, vida en la ciudad


BUENOS AIRES, Argentina (BP)–Shirley llegó a la ciudad joven, sola y desesperada por encontrar trabajo.

Su madre, allá en la zona rural de Bolivia, simplemente no podía mantener a Shirley y a sus cinco hermanos después de que su padre abandonó la familia. Su pobre y desdichada existencia en el pueblo indígena quechua había sido suficientemente difícil aun antes de que él se fuera. Al igual que otros miles de desempleados bolivianos, peruanos y paraguayos, Shirley tomó camino hacia la vecina Argentina en busca de la promesa de trabajo y dinero para enviar a su hogar.

Ella encontró trabajo, de acuerdo — 18 horas al día con el salario más bajo de la economía inmigrante de Buenos Aires en lugares de explotación, fábricas y trabajo servil. Entre más usted produce, más dinero gana. Así que ella trabajaba hasta el agotamiento cosiendo y replegándose sobre la paleta al lado de la máquina de coser para dormir unas poquitas horas cada noche.

“Me sentía muy sola,” relató, enjugándose las lágrimas de las mejillas.

Encontró a Silver, otro boliviano inmigrante y miembro del pueblo indígena aymará. Comenzaron viviendo juntos y terminaron teniendo cinco hijos. Silver trabajaba mucho, también, pero desperdiciaba sus ganancias bebiendo en parrandas durante sus días libres. Recordando su entrenamiento católico de la niñez, Shirley le rezaba a María para que Silver dejara de tomar. No sirvió de nada.

Comenzó a asistir a varias iglesias de los barrios inmigrantes — algunas tenían ceremonias y doctrinas extravagantes — en busca de apoyo. Silver se negaba a ir con ella. Además, decía él, el domingo era el mejor día para comerciar en el mercado callejero. Shirley lo amenazaba con dejarlo cuando las borracheras lo ponían violento, pero nada cambiaba.

Finalmente, ella recurrió a la Biblia. Cuando leyó el pasaje sobre la crucifixión de Jesús en medio de los dos ladrones — y su misericordia hacia el arrepentido — sintió la gracia y la paz de Dios inundándole el corazón. Su conducta cambió de constante preocupación y temor a serenidad. Ganó a Silver a la fe en Cristo. Éste dejó de tomar y se casaron. Luego de leer sobre los israelitas en Egipto, decidieron dejar de trabajar como esclavos y confiar en que el Señor proveería para sus necesidades.

Hoy en día manejan una pequeña fábrica de costura fuera de su casa en Villa Piletones, sórdido barrio de Buenos Aires donde emplean a otros cuatro o cinco trabajadores que los ayudan a hacer la ropa para la venta local y la exportación. Todavía trabajan duro, pero tienen tiempo para descansar, adorar — y compartir el evangelio con otros bolivianos del vecindario. Inclusive ayudan al misionero bautista del sur Howard Hicks, quien visita el área (algunas veces con algunos voluntarios) para evangelizar.

Ojalá todas las historias de inmigrante en Buenos Aires terminaran tan felizmente.

Muchos inmigrantes, como Shirley y Silver, son miembros de grupos indígenas que ya están acostumbrados a ser tratados como ciudadanos de segunda clase en sus países natales. Aquellos con menos educación y piel más oscura que la mayoría de los argentinos sufren discriminación en Buenos Aires. Ellos hacen los trabajos sucios y serviles que los acaudalados argentinos no quieren. Trabajan largos y agotadores turnos en lugares de construcción, en fábricas y en puestos de frutas y verduras. Aunque el gobierno trabaja para proveer mejor alojamiento, caminos y servicios en sus comunidades, muchos inmigrantes todavía viven en barrios peligrosos y en tugurios.

Su pobreza física refleja su hambre espiritual.

“Son católicos porque sus padres o abuelos eran católicos, pero muchos de ellos, especialmente las generaciones más jóvenes, dicen que cualquier religión está bien,” dice Hicks. “Muchos de ellos apenas han oído hablar de Jesús. Necesitamos ayudarlos a que vean que Él es el único camino hacia Dios y que pueden tener una relación personal con Él.”

Hicks, de 44 años, es de Rancho Santa Margarita, California. Comenzó a llegar a Buenos Aires hace algunos años como voluntario — y luego como líder voluntario de equipo — de la Iglesia Saddleback de Lake Forest, California. Cuando regresó como misionero de la Junta de Misiones Internacionales, Dios lo guió a la gran y necesitada comunidad de inmigrantes procedentes de los países pobres fronterizos con Argentina.

El reto: conectarse con ellos.

“Ellos trabajan muchas, muchas horas, y muchos de ellos viven y trabajan en el mismo lugar,” dijo Hicks. “Ellos llegan aquí y trabajan, y si tienen tiempo para algo más, juegan fútbol.”

Él se enfocó en hacer amistades — y discípulos cristianos — en los puestos de frutas y verduras, en las canchas de fútbol y en los barrios inmigrantes. Trabaja con un pequeño grupo de inmigrantes cristianos y está atento a aquellos con potencial de liderazgo.

“Mi visión es encontrar gente que esté dispuesta a ir y empezar otros grupos de evangelismo y discipulado,” dijo. “Quiero discipularlos de manera que puedan ser líderes. Esa es mi meta.”
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Erich Bridges es escritor principal de la Junta de Misiones Internacionales de los Bautistas del Sur. Puede ver una presentación multimedia sobre Buenos Aires — incluyendo video, sonido y fotos adicionales — en http://www.commissionstories.com/?p=38.

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  • Por Erich Bridges