
Las palabras, usualmente descrita como la lengua, tienen el poder de edificar o destruir; se pueden escuchar, decir y escribir, pero para bien o para mal, nunca se pueden retirar después de ser dichas. Tener una lengua es una necesidad humana porque la lengua se usa para saborear, ayuda a masticar, y sirve para la formación de sonidos; pero, es algo que se tiene que controlar. La palabra de Dios dice que, “El que quiere amar la vida y ver días buenos refrene su lengua del mal, y sus labios no hablen engaño” (1 Pedro 3:10—RVC).
La lengua se describe en Santiago 3:5, “como un fuego pequeño que cuando se enciende quema todo un bosque”. Este pequeño, pero poderoso órgano del cuerpo, según Santiago 3:8, “es un mal incontrolable, lleno de veneno mortal,” especialmente cuando se usa para herir, chismear, o maldecir a alguien. Con las palabras se puede alabar, adorar y también agradar a Dios como lo dice el Salmo 19:14—RVC, “Tú, Señor, eres mi roca y mi redentor; ¡agrádate de mis palabras y de mis pensamientos!” La palabra de Dios también dice que con las palabras podemos hacer daño a otros (Proverbios 11:9). “El que guarda su boca y su lengua guarda su alma de angustias” (Proverbios 21:23—RVA).
El Señor Jesús usó sus palabras para bendecir, edificar, avisar, corregir, instruir, orar, perdonar, dirigir, predicar, sanar, resucitar, contar historias, definir lo confuso, reprender el mar, decirle al viento que se calmara y estuviera tranquilo, etc. (Marcos 10:16; Juan 8; Mateo 4:35-41; Juan 11; Marcos 1:35; Mateo 4:3-5; Juan 11:43). Pero muchos con sus palabras pecan y demuestran su hipocresía. Es importante observar que según Santiago 5:9, “con ella [la lengua] bendecimos al Dios y Padre, y con ella [la lengua] maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios.”
Antes de decir algo, deberíamos de meditar en lo que dice según Colosenses 4:6, “Procuren que su conversación siempre sea agradable y de buen gusto, para que den a cada uno la respuesta debida.” Además, “Si alguien parece ser religioso y no refrena su lengua, sino que engaña a su corazón, la religión del tal es vana” Santiago 1:26-RVA-2015).
Al hablar podemos ofender a Dios y a nuestro prójimo y por eso Dios dijo, “Ninguna palabra obscena salga de su boca sino la que sea buena para edificación, según sea necesaria, para que imparta gracia a los que oyen” (Efesios 4:29—RVA). Nuestras palabras serán juzgadas; “Pero yo les digo que en el día del juicio los hombres darán cuenta de toda palabra ociosa que hablen. Porque por tus palabras serás justificado y por tus palabras serás condenado,” (Mateo 12:36-37—RVA) porque habrá el tiempo donde “…toda lengua confiese para gloria de Dios Padre que Jesucristo es Señor (Filipenses 2:11—RVA).”
Como cristianos, Dios nos envía a hablar de Él al compartir las buenas nuevas, el evangelio, y cuando Dios nos envía necesitamos obedecer(Jeremiah 1:7) y permitirle a Dios que nos guie según hablamos (Éxodos 4:11-12). Como cristianos también necesitamos perder el miedo de compartir el evangelio y dejar que Dios dirija lo que va a decir como con los apóstoles (Lucas 12:12; Mateo 10:19). Deberíamos de ser consistentes en oír atentamente, pensar antes de hablar (Santiago 1:19), y usar las palabras para glorificar a Dios. También somos llamados a usar nuestras palabras para representar a aquellos que no pueden defenderse a sí mismos como los pobres y los desvalidos (Proverbios 31:8-9).
El uso de la lengua deja buenos y malos resultados; “La muerte y la vida están en el poder de la lengua, y los que gustan usarla comerán de su fruto (Proverbios 18:21),” y solo Dios puede controlarla (Santiago 3:8). La lengua no trabaja sola, necesita unirse con los labios y los dientes para que se pueda producir un sonido o palabra. Una lengua controlada por el Espíritu Santo tampoco trabaja sola. Necesita ser dominada por Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo.